Capítulo XVII: Dolor

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Dylan

No tuve tiempo de recoger todas mis cosas, apenas si pude tomar el móvil, algunos medicamentos y un par de prendas de ropa al azar. Me puse las zapatillas deportivas con las lágrimas bañándome las mejillas, un dolor punzante en el rostro y el corazón hecho pedazos. No quería, pero tenía que salir del dormitorio de Matt, de su casa y de su vida.

Timothy me esperaba en la sala, Matt no estaba a la vista y supuse que continuaba en la cocina evitando verme.

Como si pudiera ser posible, me sentí peor al observar el ramo de tulipanes rojos en el suelo similar a sangre derramada, el remordimiento de lo que había hecho recrudeció. Quise ir con Matt, arrodillarme y pedirle perdón, decirle cuánto lo sentía, que no había sido mi intención dañarlo.

Tal vez me moví hacia la cocina porque Timothy me agarró de la muñeca. Nada más pude decir una frase estúpida antes de salir de allí, un «lo siento, no quise lastimarte», que debió sonarle a Matt igual a una burla luego de lo sucedido.

—Vamos, no tienes que disculparte con este tipo —dijo Timothy y me jaló fuera del departamento.

Cuando la puerta se cerró detrás de mí fue como si un vacío inconmensurable se abriera adelante ¿Qué carajos había hecho? Acababa de destruir todo por cuánto había luchado en las últimas semanas. Volvía a estar con Timothy, pero lo que más me dolía era recordar la mirada de horror, tristeza y decepción en los ojos de Matt. ¿Cómo pude ser tan estúpido?

Mientras esperábamos el ascensor me quebré, el llanto brotó de mí sin que pudiera silenciarlo, los sollozos me ahogaban, la desesperación era un manto enorme que me apresaba y no me permitía respirar. Había pasado por muchas cosas malas en mi vida y de alguna forma las había superado, pero en ese instante sentí que me abandonaban las fuerzas, me encontré perdido sin saber qué hacer.

Me llevé una mano al rostro para tratar de calmarme y tomé una gran bocanada de aire. No soporté sentir el abrazo de Timothy. Creí necesitar tanto a mi hermanastro durante gran parte de mi vida y, sin embargo, en ese instante su cercanía me repugnaba. Deseaba que se fuera, lo último que quería era su falso consuelo.

—¡Déjame! —Lo empujé—. ¡No me toques!

—Dylan, todo esto es tu culpa, es gracias a tu maldita impulsividad. Jamás debiste irte de casa ni involucrarte con ese tipo.

En parte él tenía razón, era mi culpa, yo no debí enredarme con Matt. Pero él apareció como ángel en medio de mi infierno, un faro brillando en la oscuridad. ¿Cómo se le pide al condenado que no se aferre a la esperanza? ¿A un sediento que no calme la sed? Matthew fue todo eso: fue luz, sueños e ilusiones, agua en la sequía.

Traté de mantenerme lejos de Timothy dentro del ascensor, ni siquiera lo miré. Al llegar abajo el portero me saludó con afecto, tal como hacía cada vez que yo salía.

—Señor Ford. —Sin embargo, esta vez su voz vaciló un poco. Tal vez vio el golpe en mi rostro a pesar de que mantenía la cabeza gacha o era el aura melancólica que me envolvía—, que esté usted bien.

—Gracias, Tom. —Aunque trate de evitarlo, mi voz salió temblorosa. Por un momento abrigué la fantasía de abrazarlo y llorar en su hombro.

Atravesamos las puertas acristaladas que daban a la calle y de nuevo sentí que no podía más, el dolor era muy hondo, el llanto brotaba sin reparo alguno. Las piernas me fallaron y tuve que sostenerme de la pared para no caer. Yo quería regresar, devolverme y suplicarle a Matt hasta que me perdonara.

De reojo vi como Timothy se me acercaba, yo lo esquivé.

—¡Aléjate, maldita sea! —le grité cuando otra vez intentó abrazarme—. ¡Aléjate de una jodida vez de mí!

Gritos en el silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora