Ochako

74 16 1
                                    

La noticia de las explosiones en la casa y el negocio de los Bakugo se extendió rápido, apenas media hora después, toda la ciudad se había resguardado por miedo a más ataques. Todos sabían que la familia Shigaraki era responsable, los locos de la yakuza habían arrojado galones de gasolina hacia la llameante casa mientras gritaban y reían desquiciados alrededor de los cimientos que se volvían cenizas ante sus ojos.

Y de la familia Bakugo nadie supo nada, se rumoreó que vieron a Katsuki llevarse a sus padres heridos en el viejo auto, que habían logrado huir de las llamas y de la ciudad, pero no hubo mensajes ni llamadas, ninguna señal de que lo hubieran logrado. Solo quedaba el consuelo de saber que la policía no encontró cadáveres calcinados entre los escombros, ni siquiera del auto había rastros. No era seguro, pero las pistas de que habían huido eran fuertes.

Ella más que nadie estaba aterrada, su mejor amigo había salido del país por las vacaciones, ella no tenía el valor para contarle lo sucedido a Izuku, porque ni siquiera ella asimilaba que su novio había sido amenazado de esa forma para que saliera de la ciudad y que por poco se había salvado, si es que lo había hecho.

Sus vacaciones de verano dieron un giro inesperado. Las bandas yakuza comenzaron una disputa por el pequeño Musutafu, el Shie y la familia Shigaraki se enfrentaron innumerables veces, la ciudad se cubrió con lluvias de balas cada noche, muchos huyeron en cuanto tuvieron oportunidad, incluidas las compañías que daban trabajo a muchos pobladores. Ese fue el comienzo de la desgracia.

Sin haber superado aún la desaparición de Katsuki tuvo que enfrentarse a la despedida de Momo, Shoto, Ida y Mina, sus familias se los llevaron de Musutafu sin darles oportunidad de una última visita a sus amigos. De la noche a la mañana simplemente se fueron, cuando esas familias adineradas se dieron cuenta que sus teléfonos habían sido intervenidos. En ese punto ya no se trataba de un par de pandillas criminales, se trataba de la policía y el gobierno de Musutafu involucrados con una organización de la mafia.

Fue un día trágico, un extraño día lluvioso en verano, cuando después de un coro de explosiones seguidas de disparos, las camionetas negras que pertenecían al Shie Hassaikai recorrieron las desoladas calles siendo perseguidas por autos conducidos por locos que disparaban al aire, mientras gritaban insultos burlones. En menos de una hora, la extraña caravana salió de la ciudad, fue entonces que la familia Shigaraki se apoderó de Musutafu. Los lujosos autos robados recorrieron las calles, llenando los modestos caminos con cientos de casquillos de las balas disparadas hacia el nublado cielo en un funesto ritual de victoria.

Esa fue la última oportunidad para salir de Musutafu, pocos salieron de sus casas con lo que vestían, tomaron sus autos y huyeron para jamás volver. Los que quedaron, tuvieron que enfrentar su nueva vida bajo la fría sombra de la familia Shigaraki.

La familia de Ochako sintió pronto los estragos de la mafia, su padre fue despedido del trabajo, la empresa de construcción de la que era gerente tuvo que irse de Musutafu, al igual que muchas otras. Los modestos negocios o grandes complejos de apartamentos fueron reemplazados por casinos, lujosos hoteles y otros negocios de los cuales no se conocía nada más que la fachada que daba la bienvenida a los extravagantes clientes. Muchos hogares fueron desalojados.

Sus padres apenas podían conseguir el dinero para la renta de fin de mes, la situación era asfixiante. Todo fue a peor cuando su padre comenzó a faltar por las noches, y tristemente empeoró aún más, cuando el poco dinero que lograba conseguir terminaba rellenando las máquinas de los casinos, en algún punto, el padre de familia había visto en las apuestas una oportunidad para librarse de sus deudas y ayudar a su familia, por desgracia, terminó enredado en una espiral de apuestas, alcohol y negocios de yakuzas.

La deuda se volvió insostenible, la familia Shigaraki les dió un ultimátum para pagar, pero no hubo ni un rayo de luz que pudiese salvarlos.

Fue una noche de pesadilla en la que un grupo de hombres liderados por el mismísimo Tomura entraron por la fuerza al modesto y descuidado apartamento, armando un alboroto que despertó a los pocos habitantes del edificio. Sacaron por la fuerza al hombre mayor de la familia Uraraka, arrastrándolo por el cabello, vestido solo con sus pantalones cortos que le servían de pijama. Madre e hija fueron arrinconadas en una esquina, con armas de alto calibre apuntándoles justo en las sienes, mientras desgarraban sus gargantas en tristes súplicas que a nadie le importaban. Hubo una última advertencia para las pobres mujeres, el jefe quería verlas, el secuestro del padre de familia era solo el seguro para que no huyeran.

Apenas el sol salió, madre e hija acudieron a la cita con el jefe de los Shigaraki, esperaban amenazas, insultos, burlas… Jamás imaginaron que aquel hombre les ofreciera trabajar para él, ayudando así con la deuda del padre de familia. Por supuesto tampoco cruzó por su mente lo que sucedería después. No esperaban la droga extraña en su bebida servida como cortesía, la cual las hundió en su nuevo trabajo, como prostitutas para el burdel más famoso de la ciudad.

Los meses pasaron en un tortuoso suspiro, la deuda estaba pagándose, pero entre llantos silenciosos la castaña se preguntaba cuanto faltaba para poder librarse de ese tormento.

Sus días se volvieron solitarios, luego de que su último cliente se marchara casi siempre a las seis de la mañana, se quedaba encerrada en su extrañamente lujosa habitación. Fue así desde que su madre murió al ser atacada por uno de sus clientes, quien estaba demasiado drogado para controlarse. Esa noche los guardias lograron entrar a la habitación muy tarde, pues el revólver ya había sido vaciado en el cuerpo de la pobre mujer. El jefe Shigaraki le dió la oportunidad de un corto funeral, del que por supuesto nunca supo que los gastos funerarios se sumaron a su deuda. Ochako quedó sola en un mundo de sufrimiento, incapaz de siquiera lanzar un grito de ayuda, si es que había alguien ahí afuera que pudiera escucharla.

.
.
.
Escuchó el desgarrador relato en silencio, intentando en vano buscar un rastro de que se trataba de una cruel broma, pero no había nada que hacer, cada palabra, por más horrible que sonara, era solo la verdad.

—Entiende que con estos tipos no se puede jugar —continuó Kirishima—, tienes que irte ya mismo, las cosas podrían empeorar más si te quedas.

—Me ofreció un trato —interrumpió con frialdad—, si hago cinco trabajos para él, su deuda quedará pagada…

—No puede ser cierto… —suspiró Kirishima a través del teléfono.

—No tengo más opciones, no la voy a dejar sola.

Kirishima guardó silencio un momento, incapaz de encontrar una respuesta convincente.

—Escucha…, eso no es todo lo que tengo que decirte… —dijo el pelirrojo con extraña voz, temblorosa y asustada.

—¿Qué más sabes?

Kirishima se congeló en medio de su inútil intento por hablar, su jefe le gritó para que se pusiera a trabajar. Esa era una noche agitada, no podía perder el tiempo. Katsuki escuchó los gritos y los disparos a través del altavoz.

—Lo siento —se quejó Kirishima—, tengo trabajo —dijo con ese tono frío, para luego colgar sin dar oportunidad a más preguntas.

Katsuki sintió el vacío en su estómago golpearlo, estaba asqueado por el relato que aún trataba de justificar como una mentira, pero aún en su mente martillaba el recuerdo de la mirada de Ochako, devastada, fría, carente de la vitalidad que la caracterizó alguna vez. Tenía que sacarla de ese lugar y rápido.

Antes de dormir esa noche, le envió un mensaje a Mina, diciéndole que había encontrado a Ochako y que sin importar como trataran de convencerlo iba a quedarse a ayudarla.

No me salves, solo corre [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora