Camino de espinas

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Un nuevo día, y con él una nueva misión. Le habían enviado una dirección, está vez condujo con su auto repleto de criminales a una zona boscosa apartada de Musutafu, ahí otro auto los esperaba, y dentro de su cajuela el pobre diablo que era su objetivo. Todo era muy simple, sacarle algunas respuestas y matarlo a tiros dejándolo en el bosque.

Mientras los yakuza hacían su parte él decidió esperar en el auto, no tenía el estómago para ver a su antiguo amigo de la escuela golpear a un pobre imbécil que suplicaba con lágrimas que lo dejarán ir.

Llevaba un tiempo luchando contra el gusto por fumar, pero toda esa situación lo obligó a poner un cigarrillo en su boca y el rock a todo volumen en las bocinas del auto. Se perdió en la melodía, mientras los gritos del hombre se perdían en las notas y el viento, aquella misión iba a tardar un poco.

Al mismo tiempo, del otro lado de la ciudad en uno de los edificios de gobierno, uno que albergaba a ciertos políticos que tenían tratos sucios con los grupos criminales, se llevaba a cabo una reunión importante, una de esas en las que se decidía el siguiente movimiento para la yakuza.

Para la ocasión, el organizador, un político importante de un país vecino pidió que no hubiese armas ni guardias de por medio, como seguro para todos; pero había algo que siempre era bien recibido por todos los hombres, se trataba de la dama más ardiente que pudieran conseguir, ellas siempre aligeraban las cosas cuando el ambiente se tornaba tenso.

Había diez hombres sentados en torno a una enorme mesa de madera negra, cada uno bien acompañado; la mujer que llevaban consigo podía sentarse sobre la mesa o en las piernas de su acompañante. El ambiente oscuro era parte de la diversión, así las zorras de turno podrían desaparecer debajo de la mesa y trabajar sin molestar a nadie.

A pesar de los esfuerzos de las demás mujeres todas las miradas de la sala estaban puestas en el mismo sitio, en un pequeño cuerpo candente que saltaba alegremente sobre el regazo del jefe de los Shigaraki, con ese ajustado vestido negro de cuero y sus largos mechones rosas moviéndose al ritmo de sus sacudidas, Deku besaba desesperadamente al líder, moviéndo sus caderas buscando el contacto a través de la tela.

El hombre metió su mano descaradamente debajo del vestido, causando que más gemidos necesitados salieran de su valioso juguete, y mientras lo hacía no despegó su vista de sus socios, estaba provocándolos, sabía lo que su Deku causaba en ellos, sabía cómo los carcomía la ira. Porque él podría ordenarle a Deku que se desnudara, que se arrodillara y le diera la mejor mamada de la vida y sus órdenes se verían cumplidas sin chistar, sabía cuánto ansiaban todos esos idiotas tener la oportunidad de hacer lo mismo con Deku, por eso le fascinaba provocarlos. Le ordenó a su acompañante que se deshiciera de su ropa interior y ese demonio de rostro angelical lo cumplió, con movimientos lentos y provocativos se deshizo del corsé y de las bragas que solía usar, botándolos en algún lugar de la oscura sala.

—Ahora díganme —comenzó el líder de los Shigaraki, cuando Deku volvió a sentarse en su regazo —. ¿Por qué era tan urgente está reunión?

Las miradas hipnotizadas consiguieron salir de su trance con esa pregunta venida de una voz imponente.

—Lamento importunar, pero recientemente hay movimiento del ejército en zonas más cercanas, creo que podrían estar tratando de meterse en nuestros asuntos —habló uno de los hombres.

—¿Crees? —repitió con esa voz amenazante.

—Shigaraki, si me lo permites —interrumpió otro, un político de otra prefectura—, las actividades por aquí están llamando mucho la atención, demasiado diría yo, es cuestión de tiempo para que el gobierno se sienta demasiado presionado y trate de hacer algo.

No me salves, solo corre [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora