13.

634 95 18
                                    

CERA.

—Oh, no, no, no puedes hacer eso.

De repente se sentó a horcajadas sobre mí, con el cuchillo a un lado para poder apartar mis manos de entre mis piernas. Luché con él todo el tiempo, rogando y maldiciendo. Me sorprendió, al principio, cuando sacó una pequeña llave de su bolsillo y abrió una de mis muñecas, pero mi sorpresa se convirtió en horror cuando en lugar de soltar mis dos muñecas, usó el brazalete para asegurar mi brazo al armazón de la cama.

—¡No, no, no, Jeon, por favor, por favor, por favor!

Aseguró una muñeca y luego la otra, sacando otro par de esposas de su mesita de noche. Mis brazos estaban muy abiertos, tocarme era
completamente imposible. Solo quería tocarlo, ¡a él, a mí mismo, cualquier cosa! Fue una pura tortura que no podía. Mi frustración llena de lujuria se sintió como una alarma vibrante y aullante en mi pecho. No podía soportar las burlas, la espera, el tormento, ¡no podía!

—Te dije que te haría llorar —dijo Jeon, sentándose para mirarme y sacudiendo la cabeza—. Los angelitos necesitan aprender a no tocarse a sí mismos sin permiso, ¿no es así? —Forzó mis piernas a separarse, golpeando mis muslos con fuerza para que los abriera más mientras gritaba y chillaba. Con mi miembro y mi entrada completamente expuesto, extendido y lascivo para que sus ojos se deleitaran, dijo—: Ahora tengo que castigarte. Aún obtendrás tu recompensa, pero primero necesitas un recordatorio sobre la obediencia.

Su voz era lenta y suave, como si estuviera hablando con alguien pequeño e insignificante. Se me escapó un sollozo, aunque mis lágrimas aún no habían caído.

—Por favor, Jeon, por favor, lo siento, por favor solo... solo...
ahhh ...

Empujé mis caderas hacia arriba con exigencia. Mi cerebro estaba inundado con pensamientos de sus dedos presionándome, extendiéndome... pensamientos de su boca cerrándose sobre mí, succionándome, su lengua explorando dentro. Iba a perder la cabeza. Iba a gritar, llorar, cualquier cosa para convencerlo de que me diera el placer que ansiaba tan desesperadamente. Pero estaba atado, y aunque tirar de mis grilletes alivió algo de mi tensión, no hizo absolutamente nada para convencerlo de que me diera lo que quería.

—Chico travieso —dijo—. Te ves tan lindo cuando intentas escapar.
Qué masoquista eres. —Miró hacía mi polla y se inclinó un poco para mirar mi entrada,  humedeciendo las sábanas debajo de mí, un desastre necesitado e hinchado.
Luego, con un brillo perverso en sus ojos, se acercó a su mesita de noche y tomó una de las velas.

—¿Ves toda esta hermosa cera caliente? —Inclinó ligeramente la vela, de modo que la cera que se acumulaba dentro de sus paredes brillaba y rodaba —. Voy a separarte, mantenerte abierto y dejar que esto gotee directamente sobre tu agujero, ya que tienes tantas ganas de tocarte.—Me estremecí, gimiendo ante el pensamiento, y él sonrió con simpatía—. No te culpo. Sé que es muy difícil ser bueno cuando lo deseas tanto. Pero para eso es el castigo:
para que puedas aprender a ser un buen chico.

—Sí, Amo —sollocé, con las manos apretadas en puños mientras me preparaba para el dolor ardiente.

—Eso es bueno, aceptar tu castigo con tanta dulzura. —Tocó mi rostro con suavidad y yo me apoyé en su mano. Pero la dulzura no pudo durar mucho. Su mano dejó mi cara, recorriendo mi pecho y estómago.
Tiró del borde de mi falda, metiéndola por la cintura para tener un mejor acceso.

Observó mi cara y sus dedos acariciaron hacia abajo, cada vez más abajo, luego entre mi miembro. Jadeé bruscamente. Frotó mi glande, ligeramente, apenas tocándome, tan ligero que quise gritar.

—Por favor, Amo, por favor ... —Gemí, jadeando. Se rió de mis súplicas y bajo lentamente hacia mi entrada jugando un poco, tentado a querer ingresar y exponiéndome. Colocó la vela más cerca, viendo mi expresión pasar de la frustración al terror.

—¡Mierda! Por favor... por favor... joder... —Contuve el aliento, sin saber para cuánto dolor debería prepararme. ¿Qué tan mal quemaría?
¿Cuánto tiempo duraría?

—Te ves tan lindo cuando estás asustado —murmuró—. Intenta no gritar demasiado fuerte, ángel. Aunque no creo que nadie te escuche de todos modos.

Inclinó la vela y cayeron dos gotitas de cera. Se aferraron a mi piel, y por un momento fue como fuego: una fracción de segundo de ardor, espantoso, suficiente para hacerme gritar. Luego desapareció, y solo quedaron las gotitas de cera que se endurecían rápidamente, negras contra mi piel.

Jeon volvió a inclinar la vela y cayeron más gotas. Gemí entre mis dientes apretados. Estaba tan tenso por la anticipación que cuando la quemadura golpeó mi piel, me tomó todo mi autocontrol no gritar. Jeon detuvo su tortura por un momento para frotar sus dedos sobre mi entrada.

Su toque fue más áspero esta vez, la cera se deslizó de mi piel mientras me masajeaba con un movimiento circular. El placer irradió a través de mí, tan intenso que traté de juntar mis piernas, pero él golpeó mis muslos de nuevo, regañándome.

—No trates de escapar, Jimin. Acepta tu castigo como un buen chico.

Temblé cuando obligué a mis piernas a permanecer abiertas. En lugar de esparcirme de nuevo, Jeon sostuvo la vela sobre mi muslo y goteó
la cera caliente sobre mi piel dolorida. El dolor era menos atemorizante, pero todavía gemía con cada gota, mordiéndome el labio. Pronto mi piel estaba manchada de cera, goteos y salpicaduras cubriéndome.

Jeon dejó a un lado la vela y miró por encima su obra como un artista
examina su lienzo. Sus dedos trazaron lo largo de la parte interna de mis muslos, haciendo que se me cortara la respiración.

—Recuerda eso de ahora en adelante: no tocarte sin mi permiso.

—Lo recordaré, Amo —dije, luego contuve la respiración mientras me abría de nuevo. Con dos dedos sosteniéndome abierto, usó su dedo medio para frotarme, enfocando su atención en mi entrada, mis paredes se contraían.

—¿Cómo se siente, ángel? ¿Lo quieres más rápido? ¿Más fuerte?

—¡Sí, por favor! —Jadeé. Aumentó su velocidad y mi placer se convirtió en un nudo dentro de mí, cada vez más fuerte, extendiéndose.

Apreté mis ojos con fuerza, dejándome hundir en el éxtasis, dejándome consumir. Me correría si seguía así solo por un minuto más... solo un momento más...
Me retorcí contra su mano, gimiendo desesperadamente. Estaba tan cerca... tan cerca...

—Aún no. —Apartó la mano y yo grité de furia.

— ¡Mierda! No, Jeon, ¡ por favor ! —

Me esforcé contra las esposas, el gruñido que salió de mi pecho fue absolutamente bestial. Pero Jeon se rió con incredulidad.

—Qué cosita tan malcriada. No deberías maldecirme, Minie. —Se inclinó hacia adelante, agarrando bruscamente mi barbilla—. No deberías haber hecho eso. Fue muy malo. ¿Sabes lo que les pasa a los chicos malos?

Mi temperamento todavía estaba alto. Quería morder su mano, pero lo pensé mejor.

—¡Deja de burlarte de mí! —Gruñí, ignorando su pregunta—
¡Por favor! ¡Estoy a punto de correrme, maldita sea, por favor!

—Pareces tener la impresión de que te lo mereces: que no es algo que te negaré en un momento si mantienes tu buen comportamiento. —Él sonrió—. Los chicos malos reciben azotes, Minie.

La sangre desapareció de mi cara. Ya me había azotado , y el dolor había sido lo suficientemente intenso como para que no quisiera volver a experimentarlo de nuevo. Quizás alguna pequeña parte masoquista de mí lo hizo, pero era una parte que estaba tratando de ignorar.

—Lo siento —dije tensó. Luego, un poco más arrepentido—. Lo siento, Amo. Yo... no soy bueno esperando.

—Me di cuenta —dijo—. Y no lo sientes, todavía no. Pero lo harás.

Nunca había imaginado que podría mantenerme al límite durante tanto tiempo. ¿Podía siquiera recordar cómo era no estar cachondo?







——

Nos vemos en un rato, denme mucho amor por favor..🤨

𝑨𝒕𝒓𝒆́𝒗𝒆𝒕𝒆. ©  [CASTIGANDO A MI ANGEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora