Signo de madurez

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Capítulo 3 

El linde del bosque se alza como una muralla frente a ellos. Está delimitada por gigantes solemnes de troncos leñosos que se abren como las varillas de un abanico. Están coronados por tupidos ribetes de hojas ovaladas, teñidas de verde profundo que refleja los haces del sol de primavera.

Son tan grandes que ni dos caballos darían el ancho de sus copas, tan imponentes y recelosos que incluso cuando ya están pasando junto a ellos, no pueden ver nada más allá que unos pocos metros por delante, antes de que otro gigante intercepte su vista. La cabeza de Izuku se eleva para mirar los brotes de flores escasas en las copas, luego se enfoca en el suelo tapizado de turba, hojas secas, ramas y musgo tan profundos por los años de soledad, que el peso del caballo se hunde con cada paso casi una carta.

En ese punto, Izuku se baja del caballo para inspeccionar todo el alrededor, y luego hacia el oeste, desde donde ellos habían marchado para cerciorase nuevamente si acaso su padre les daba alcance o que nadie ajeno tome el mismo rumbo. Pero no hay nada vivo a la vista. Ni siquiera los pájaros cantan, no al menos sobre sus cabezas, guardando silencio precavido ante los intrusos que deambulan, por esta parte del bosque, por primera vez en mucho tiempo.

Kota se inquieta sobre el caballo, no le gusta las sombras y los troncos viejos, ni el descenso en la temperatura producto de las sombras que ciernen sobre ellos. Está recordando todas las historias del abuelo y las noticas terribles de los charlatanes que pregonan aventuras en la plaza del pueblo. Ahora no la parecen nada mentirosos, porque en efecto los nudos torcidos en las cortezas tienen rostros ancianos y barbudos. Y parece que los siguen con ojos negros y grises.

¡Aquí se aparecen espíritus! ¡Aquí se pierden la gente! ...para nunca ser encontrada. Eso dijeron, su cuerpo llenándose de esa emoción mezquina, pero antes de dejarse dominar por esa fea y fría mano de miedo, mira el rostro tierno de su hermano en busca de consejo.

El ojiverde lleva las riendas del caballo, mientras arrastra un palo lleno de ramas, y aunque su nariz está un poco roja y hay cierto brillo en su mirada, no es miedo lo que haya en sus facciones sino asombro. Los grandes y preciosos ojos verdes se comen cada trozo del paisaje, las flores tímidas del suelo, el canto de los pájaros pequeños y azules que trinan prudentemente a unos metros de ellos, las bellotas, y tantas formas de verde que bien podrían camuflarse con sus rizos.

El corazón del niño se entibia, la calma lo embarga y luego él también se distrae con la vista.

Por ahora, piensa el omega, tienen que llegar a la base del monte menor, apretar el paso sin perder el sentido o la orientación, porque si no tiene cuidado podrían terminar perdidos en esa inmensidad frondosa. A ratos se pregunta si será prudente dejar una marca con sus iniciales entre cada árbol, pero solo tiene una daga y es algo pequeña. Sus labios se estrechan ante el sin fin de posibilidades, más no sabe que es peor: que su padre no los encuentre o que alguien más lo haga. Hay una tercera posibilidad, pero no esta preparado para enfrentarla. Y sin darse cuenta, murmura segmentos de sus pensamientos "Nos quedan 2 días si es que las puertas siguen abiertas".

No, no puede seguir haciendo eso, si sigue pensando se volverá loco. Lo mejor es que primero llegue a las faldas de la colina. Y sólo allí puede preocuparse por lo demás, porque ahora... la angustia solo será una trampa, el necesita concentrase bien y no perder pista de los halos de luz escaso que penetran el bosque. Sólo así sabrá que está avanzando al noreste.

Todavía no anochece cuando Izuku por fin llega al monte, pero a lo largo hay una muralla natural que se alza varios metros por encima de su cabeza. En algún momento, los árboles se derrumbaron entre un lio de barro, piedras enormes y astillas que sobresalen de forma peligrosa. No pueden pasar por ahí, no sin dejar el caballo atrás, así que emprende otra marcha siguiendo el accidente de tierra para encontrar el camino que su padre mencionó antes de que se separaran. Pero no lo hace y ya casi no queda luz suficiente.

Hijo del esteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora