Capítulo 10: El primer retorno y los vientos del sur

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Los cuervos vuelan sobre la espiga seca en los campos al Sur del castillo Deika, mientras los campesinos eran desechados al foso de dos en dos o de diez en diez con carretas. En polvo quedaron las promesas de protección cuando un señor del Norte se presentó con 1 corazón de carbón impregnado con la sangre y la carne del primer hijo del Rey Moribundo...

De pronto, las flechas vuelan desde los parapetos hacia un caballo que galopa por el puente, montado por dos personas. Los soldados luchan por reparar las cadenas rotas del mecanismo que abre la puerta de la fortaleza. Casi los pierden de vista cuando los silentes logran cruzar las puertas a pleno galope, sobre caballos briosos rumbo al bosque caníbal.

La espesura frondosa apenas les sirve para ocultarse, tan densa y mezquina que los únicos caminos disponibles son aquellos que los mismos campesinos hicieron a fuerza de hachazos y machetazos.

Los troncos delgados crecen tan cerca uno de otro, que parecen una muralla mientras las copas tupidas se entrelazan formando cúpulas casi perfectas, con nidos de aves colgando como racimos, en comunidades más grandes que una cabeza.

El caballo corre desesperado través del túnel de árboles, con el peso de un ingeniero espía y el secretario dagobés del maestre. El ingeniero militar, apenas se mantiene despierto, con la herida fresca cruzando el pecho, la cabeza le cuelga contra el hombro del omega que está sentado detrás.

Tras ellos, van dos jinetes negros siguiendo sus pasos de cerca, pero a Tenia Lyda le queda la última trampa hecha por Hatsume.

No sabe de dónde saca la fuerza, pero logra maniobrar el cuerpo inconsciente, para tomar una esfera de cerámica. Es pesada para su tamaño, sin orificios, pero sabe que tiene que lanzarla al piso para quebrarla. El punto es que el soldado fue muy claro al respecto: la trampa una vez rota, liberará chispas de luz y fuego con esquirlas que mataran a quien se encuentre a menos de 8 pies de distancia. Tiene que decidir entre dejarla caer suavemente para ver si las pisadas de los caballos que los persiguen la revientan o intenta quebrarla directamente el mismo.

Finalmente opta por la segunda, porque si ellos los atrapan de todas formas los matarán inmediatamente. En silencio, le reza a alguno de los dioses en que él soldado creía para que salgan vivos de esta.

Con fuerza tira la trampa hacia el piso, pero la vasija rebota un palmo. Sus ojos se cierran mientras la espalda se pone rígida esperando el impacto, pero nada ocurre. Para su mala o buena suerte el artefacto no se rompe hasta que el caballo del segundo de sus perseguidores pasa por encima, pisándola con los cascos.

Es estruendo es tan abrumador que el caballo se encabrita mientras choca con las ramas de los árboles al tiempo que una luz abrumadora ilumina todo el sendero 10 metros a la redonda. La yegua los tira al suelo y se caen ambos al piso, mientras el jinete que iba justo detrás se desploma con la capa negra incendiada y esquirlas enterradas en la nuca.

Mas atrás el fuego se propagaba por el camino y las copas de los árboles, las aves huyen despavoridas e incendiadas. La yegua que iba con ellos escapa lejos de las llamas y Tenya apenas logra levantarse antes de que una rama quemada le caiga encima. La herida en el pecho de Hatsume vuelve a sangrar, y el intenta despertarla, pero, aunque abre sus ojos, la fiebre ya ha tomado mucho del Beta, no le quedan fuerzas para levantarse y escapar.

- Déjame aquí Tenya y llévate la medalla – le dice acariciando su rostro mientras el hombre comienza a llorar.

Tenya se muerde los labios, pero la expectativa de quedarse solo en el mundo de nuevo no es algo que esté dispuesto a vivir de nuevo, no después de ver como mataban a su hermano y su familia. Tosiendo, hace lo mismo que vio a los reclutas hacer incontables veces en los campos de entrenamiento. Flexiona las piernas del soldado, luego lo agarra por los brazos y de un tirón lo sube al hombro.

Hijo del esteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora