cap 11

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Soo despertó para encontrarse sentado en el piso del baño, su espalda recostada contra la puerta y su cabeza colgando contra su pecho.

La mañana había llegado trayendo consigo la promesa de un nuevo día.

El cuerpo y el corazón le dolían como no imagino que algo pudiera doler.

Al salir del baño encontró que su ropa había sido lavada y estaba doblada sobre una silla.

Al tomarla y olerla descubrió que solo las manos de Seojun la habían tocado, estaba seguro que el olor de su pareja, ahora solo le causaría nauseas.

Primero la ropa interior, luego los pantalones, la camiseta, cada movimiento sin la soltura que siempre caracterizo al más
joven de los cachorros del alfa de las panteras, como si otra persona jalara los hilos de su cuerpo.

Negándose a ir al cuarto de baño para verse en el espejo, se soltó una a una las trenzas
largas que ataban su cabello, pasando el cepillo lentamente desenredo cada uno de los mechones, acomodándolos luego
en una sola trenza que partía desde la base de su cráneo hasta llegar a su cintura.

Seguro de no poder esconderse para siempre en su habitación, tomo el pomo de la puerta, con manos temblorosas lo hizo girar.

Fuera el pasillo estaba igual de solitario, igual de silencioso que su propio corazón; despacio camino por el pasillo, sabiendo por puro instinto que el alfa no estaba en su
habitación, quizás ni siquiera en la casa.

Seojun estaba organizando unos libros en el cuarto de entretenimiento.

Soo trato de pasar sin llamar la atención de
la mujer, era un felino, después de todo.

— ¡Buenos días, cachorro! — Saludo Seojun sin desviar la atención de los libros que sacaba de la caja y colocaba en el estante vacio.

Soo se encogió dentro de su propia piel — ¡Buenos días! — Trato de inyectarle algo de ánimo a su voz — ¿Quedó algo para desayunar?

—En realidad te estaba esperando para que
desayunáramos juntos— respondió Seojun con un encogimiento de hombros— no me gusta comer sola, y si puedo evitarlo…

Quizás era la manera que tenía la loba para decirle que el alfa no había regresado a casa

—Solo quiero un café— trato de sonreír Soo, aunque sabía que su intento fue totalmente
inútil.

Seojun dejo el último libro en su lugar y se volvió para darle un vistazo al chico que de pie junto a la puerta la miraba como un siervo encandilado por los faros de un auto.

Los ojos verdes lucían tristes, sin brillo, sobras grises bajo los parpados y el
enrojecimiento del área blanca del ojo le dejo claro que el felino había llorado lo suficiente para llenar un pequeño mar; la
piel, antes de un color caramelo lozano, ahora estaba pálida, enfermiza.

Todo eso sumado a la llamada de Jongin,
diciéndole que había salido temprano a ocuparse de unos asuntos de la manada en la ciudad, le dio un pronóstico de desastre inminente, si es que ya no había ocurrido.

—Vamos a por un café, cachorro— le sonrió la mujer lobo, fingiendo ser ciega, porque para no notar el estado del felino, hacía falta estarlo.

Soo la siguió hasta llegar a la cocina, allí el olor a café recién hecho inundaba el lugar.

— Siéntate y espera— le hablo en un tono que a Soo le recordaba mucho a su abuela, como la extrañaba.

Obediente se sentó en una de las sillas que acompañaban a la pequeña mesa situada en la cocina.

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