Seojun estaba con uno de los cachorros en brazos mientras Jongin ayudaba a la mujer que estaba histérica viendo como su casa se quemaba, prácticamente toda la manada ayudaba a mitigar las llamas que ya para ese momento había reducido todo a cenizas.
Un ligero olor a gasolina picaba la nariz de Jongin
cuando entro entre las paredes carbonizadas de lo que había sido una bonita casa en las afueras del poblado.
Estaba por salir a preguntarle a la mujer si acostumbraba guardar botes con combustible dentro de la casa, no era algo muy inteligente de
hacer, pero la otra posibilidad no les gustaba.
Era imposible que alguien quisiera quemar adrede una casa que pertenecía a una sencilla familia de lobos.
Cuando el teléfono timbro dentro del bolsillo de su pantalón, las respuestas comenzaron a llegar.
Sin preocuparse quién se atravesaba corrió hasta la camioneta, tirando la puerta encendió el motor y salió tirando piedras de allí.
Varias cabezas se volvieron extrañadas, entre
ellas Seojun, no era cosa de adivinos saber que sólo su pareja podía hacer correr a un hombre así.
Entregando al bebé que tenían en brazos a la madre, corrió tomando su propio automóvil camino a la casona.
Apenas Jongim cruzo el portón de entrada, vio el
Merecedez de Krystal estacionado frente a la casa, la camioneta del Beta y tres motocicletas de otros miembros de la manada.
Temiendo lo peor estaciono a donde primero pudo, sin apagar el motor se tiro a bajo y corrió hasta la puerta de la casa, la cual estaba abierta de par en par.
En la sala que estaba justo después del recibidor el alfa se encontró todo un drama, Krystal estaba sentada en uno de los sillones sosteniendo una toalla manchada de sangre contra su pálido rostro, el cabello siempre impecablemente peinado lucia todo alborotado y la ropa estaba rasgada y ensangrentada.
Los sillones estaban tirados, la pequeña mesa de vidrio rota en cuando menos tres partes, las cortinas estaba destrozadas, aquello parecía un bar después de una pelea entre borrachos y matones.
— ¡Qué demonios!— grito el Alfa, el más puro miedo recorriendo su espalda, podía oler el aroma de la sangre fresca de su pareja.
—Lo mismo digo yo—, gruño el Beta tratando de cubrir el cuerpo semidesnudo de su hija con un trozo de cortina— ese felino loco ataco a mi pequeña hija, el animal es un salvaje—.
En la sala se escuchaba el llanto a lágrima viva de la loba cuando su padre la abrazo en un gesto protector, los otros tres centinelas se veían entre ellos sin saber qué hacer.
—Cuando llegamos aquí encontramos a la hija del Beta lastimada y llorando, no había rastro de su pareja en la casona— trato de dar su informe uno de los centinelas que custodiaban el bosque.
—¿Dónde está mi pareja?— Exigió el alfa viendo todo rojo. Los centinelas se encogieron, solo Wook se atrevió a mirar de frente al Alfa—tienen un maldito minuto —cada palabra pronunciada con el frio del acero —para que me digan qué paso con mi pareja o voy a usar sus pellejos como tapete de entrada—.
Krystal levanto la cara, sin apartar la toalla de su mejilla, lágrimas revueltas con sangre manchaban su cuello hasta llegar a lo que quedaba de su vestido.