Win no esperó a la mañana siguiente. Cuando Bright salió de su habitación al día siguiente, con los ojos rojos de no haber dormido y de haber bebido demasiado whisky, le dijeron que Win había pedido que lo llevasen a tierra firme la noche anterior.
La noticia le causó dolor.
Se dijo que estaba enfadado porque se había marchado por la noche, porque le había mentido, pero en realidad lo que tenía era miedo. Miedo a que le hubiese podido ocurrir algo. Pensó que habría encontrado alojamiento en el pequeño pueblo costero, que estaría bien, que no era una zona peligrosa y que, además, Win era una persona con recursos.
Pero no pudo evitar sentirse nervioso. Win estaba solo y disgustado. Se recordó que lo había engañado. Que había sido tan convincente que había estado a punto de creérsela a pesar de que su historia era imposible.
La idea de ser padre lo volvió a horrorizar. Se dijo que necesitaba otra copa para aliviar el dolor que Win le había causado, pero supo que no podría olvidar jamás la ilusión de Win al contarle que iban a tener un hijo.
No obstante, llamó a uno de los miembros de su tripulación y le pidió que fuese a comprobar que Win había pasado la noche en el pueblo. Pero ni siquiera cuando le confirmaron que había pasado la noche en el pueblo y que por la mañana había tomado un ferry en dirección a Atenas se sintió mejor.
Así que decidió cambiar de rumbo e ir hasta Alejandría, aunque una vez allí cambió de opinión y se dirigió a Montecarlo. Al llegar allí, recordó que aquel lugar lo aburría. Partieron hacia España, pero tampoco allí logró distraerse.
El trabajo tampoco lo llenó. Se distraía constantemente y se vio obligado a delegar todavía más. Estaba a punto de volar a Rarotonga, solo por cambiar de escenario, cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo: huir.
Estaba buscando algo que llenase el vacío que le había dejado Win. No lo entendía. Llamó a su médico, que le dijo que era casi imposible que lo hubiese dejado embarazado. Y se sintió mal por cómo lo había tratado. Y sintió miedo. Miedo de que hubiese ocurrido lo único que siempre había querido evitar.
Win estaba ayudando a Doris a recoger la cocina después de la cena cuando entró una de las camareras que tenían contratadas a tiempo parcial.
–Ha venido alguien a verte, Win –le dijo en un susurro.
–¿Quién es? –le preguntó el.
–Un hombre. Y qué hombre –comentó–. Alto y guapo, ¡y con una voz muy sexy!
Win lo tuvo claro. Se trataba de Bright. Aunque eso era imposible. Lo había echado de su yate. El recuerdo todavía lo indignó y le hizo sentir náuseas por primera vez en todo el embarazo.
No quería volver a hablar con él en el resto de su vida. Estaba furioso por lo que le había hecho y, al mismo tiempo, lo echaba de menos. Salió a la terraza, que estaba prácticamente a oscuras. A lo lejos, las luces del pueblo se reflejaban en las aguas tranquilas de la bahía.
–Hola, Win.
–¿Qué haces aquí? –inquirió ella.
–He venido a hablar contigo. A disculparme.
A él le dio un vuelco el corazón.
–Aquí, no –le dijo el, sabiendo que los clientes del hotel podrían oírlos.
Tomó un camino que iba en dirección opuesta al puerto y él lo siguió hacia un promontorio desierto, iluminados solo con la luz de la luna.
–Has venido muy tarde, estaba a punto de meterme en la cama –le dijo el.
–Acabo de llegar y he venido directo a verte.
–Si con eso pretendes impresionarme, no te molestes –añadió Win, tomando aire para intentar tranquilizarse–. Dime lo que hayas venido a decir.
Después, se hizo un silencio.
–Lo siento, Win –se disculpó Bright–. No tenía que haberte echado así del yate.
Para sorpresa de Win, Bright sonaba sincero y parecía estar como el, estresado y preocupado. Win tropezó y apartó la vista de él. Se habían detenido al pasar una arboleda que los separaba del hotel. Todo estaba en silencio, solo se oía el sonido del mar y una suave música a lo lejos.
–Pues has tardado mucho en disculparte.
–Estaba completamente convencido de que no podía tener hijos.
–¿Y qué ha cambiado?
Con el rabillo del ojo, lo vio levantar una mano para rascarse la nuca.
–He hablado con mi médico. No es lo normal, pero, en ocasiones, las vasectomías no tienen éxito.
Bright hizo una pausa y el continuó en silencio. Al fin y al cabo, llevaba varias semanas convenciéndose de que él no quería saber nada del bebé, de que tendría que criarlo solo.
–¿Y?
–Me han hecho pruebas y resulta que mi caso es uno de ellos. Existe la posibilidad de que tenga hijos.
Él pensó que no era una posibilidad, sino una realidad.
–¿No me dices nada?
Win se giró hacia él.
–¿Qué quieres que te diga, Bright? No me estás contando nada que no supiese ya. Al que le ha cambiado la vida porque se ha quedado embarazado de ti es a mí –le reprochó, señalándolo con el dedo índice y apoyando este con fuerza en su pecho.
Antes de que le diera tiempo a apartar la mano, Bright se la agarró y a él le sorprendió darse cuenta de lo mucho que seguía gustándole que lo tocase.
Se zafó de él y retrocedió. Aquel hombre lo había destruido en muchos aspectos. Sintió un dolor inmenso. Se había enamorado de él y se había equivocado.
–Sin embargo –añadió–, admites la posibilidad de tener hijos, pero parece que no me quieres creer. ¿Qué es lo que quieres, una prueba de paternidad? ¿Demostrar, todavía, que el bebé no es tuyo?
–¿Por qué te parece tan descabellado? –le preguntó él–. Utilizamos siempre protección. Y eras la tercera persona que afirmaba haberse quedado embarazada de mí.
«¡Pero yo no soy como los demás!».
Win quiso gritarle aquello, pero se contuvo.
–Está bien. Lo haré. Mándame a un médico. No quiero volver a verte – le dijo en su lugar.
Demostraría que el bebé era de Bright, pero este no formaría parte de su vida. Ni lo quería a él ni quería ser padre, pues tanto peor para él. En todo caso, Win no tenía elección.
Se dio la media vuelta y se alejó, solo, para volver a casa, ignorando las lágrimas que corrían por sus mejillas y el terrible dolor de su corazón, que parecía haberse partido en dos.

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PARAISO COMPARTIDO
RomanceJuntos, los dos solos, en el paraíso... ¡hacían que subiese la temperatura! Bright Doukas se sintió sorprendido y fascinado al conocer al biólogo marino Win Georgiou en una isla desierta en Grecia. El cínico multimillonario se había sorprendido a sí...