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7:00 AM, Hamburgo, Alemania
Narrador Omnisciente.



Khrista había aceptado la petición de su hermano para ser manager de su banda, después de todo le debía un favor. Toda la mañana se dedicó a prepararse para cumplir con su labor. Sus labios ya estaban humectados con un labial de cereza y su ropa estaba bien planchada, tampoco se vistió mucho, llevaba unos pantalones cargo y una camiseta oversize de color blanco. Tenía en su mochila una libreta y un par de bolígrafos para ayudarse si le hacían algún pedido y esmaltes para su tiempo libre. También algo mucho de dinero por si alguno le mandaba a comprar algo. Además su valija con toda la ropa que necesitaría en todo el tiempo que se quedaría a vivir con ellos.
La rubia una vez lista salió de su casa con su auto para recorrer las calles que le indicaba el GPS, puesto que no sabía dónde se ubicaban los chicos. Al llegar estacionó y se acercó al vehículo de donde partirían para empezar su gira dentro de unos días.
Gustav la observó entrar con una sonrisa y caminó hacia ella para abrazarla, el resto se acercó con una sonrisa, menos el chico de trenzas negras quien estaba de brazos cruzados y cara larga.

— Te extrañé peque —dijo Khris mientras seguía abrazando a su hermano.

— Estoy grande —se quejó el rubio. — Yo también te extrañé muchísimo.

— No más que yo, pequeño.

Los demás solo sonreían, el primero en acercarse fue Georg. La chica estaba nerviosísima, su mente se puso en blanco.

— Tanto tiempo amiga —la abrazó, cosa que la chica correspondió. — La próxima que desaparezcas te mato.

Ambos rieron y ella se acercó a el chico pelinegro de cabello inflado. Él le extendió la mano para estrecharsela.

Su felicidad era plena, pero sabía que no duraría mucho tiempo al ver a el hombre de bandana sentado en el sofá, observándola mientras jugaba con el piercing de su labio. Lo ignoró y se acercó a saludarlo, él simplemente dejó el lugar.

— Ignoralo, algo le pasa hoy —habló Bill. — No suele ser así, es medio idiota pero al menos saluda.

Ella asintió, tampoco le importaba mucho ese chico y lo que pensara de ella como para ni siquiera saludarla.

Gustav la invitó a pasar y ponerse cómoda, ella ahora viviría con ellos y debía ajustarse al lugar. Su hermano la llevó hasta una habitación en la que habían cuatro camas cucheta, los dos decidieron que ella dormiría en la cama de arriba de la de su pariente. Una vez elegido el lugar se dispuso a desempacar algunas cosas que había llevado. Para su suerte tenía una repisa cerca así que dejó su libro preferido, una luz de lectura y los esmaltes allí. Su trabajo no empezaría aún así que se dispuso a buscar el baño para darse una ducha rápida.
Entró en la bañera y dejó correr el agua caliente por su cuerpo descontracturandolo, se enjabonó para limpiarse mientras también limpiaba su mente.
Salió de la ducha dejando las huellas de sus pies en la alfombra de baño y se miró al espejo, su rostro estaba radiante, sonrió.

Una vez en la habitación se vistió con pantalón rojo a cuadros y una camisa enorme de iron maiden. Tomó dos de los esmaltes y fue a sentarse a la mesa junto a los demás. Bill la miraba mientras ella se pintaba las uñas de blanco y negro, justo como a él le gustaba tenerlas, bobamente sonrió, se las había pintado exactamente igual que él.
Siguió con su atención puesta en ella, quien estaba concentrada en no hacer un desastre. El resto hablaba. Él solamente escuchaba el ruido del vidrio del esmalte.

— ¿Khrista...? —dijo con vergüenza el pelinegro.

— Dime, Bill. —dejó la pintura de uñas para mirarlo. — ¿Pasó algo?

— Oh no, solamente quería saber si podías pintarme las uñas así como tú, —rió apenado y se sentó junto a ella. — Si no es molestia.

— Claro que no lo es —le sonrió y se acercó más a él— Ven, dame tu mano.

El susodicho hizo lo que se le fue ordenado y ella empezó a limar sus perfectas uñas para emparejarlas, luego se puso a pintarlas con el esmalte negro.
Los ojos de Bill estaban constantemente en Khrista, en cada acción que hacía y cada suspiro que daba.
Una vez la mencionada terminó de pintarle de negro tomó el pincel fino y con el esmalte blanco empezó a hacerle francesitas, tal como las llevaba ella. Luego terminó con el barniz transparente para que la pintura no se saltara.

Él estaba feliz, sus manos decoradas se veían hermosas y agradeció el gesto a la rubia.

Pocos minutos después de que la chica guardara sus barnices Gustav la llamó.
Se veía preocupado.

— Khris, tengo una duda. —expresó mientras tomaba asiento. — El tema es que faltan pocos días para el primer concierto, ¿Vas a ir? Obvio que vas a estar en primera fila.

— Sí, claro. Obvio no le digas nada a los demás, no quiero que me suban al escenario ni nada, y conociendo a Georg seguro que lo hará.

— Aww, te amo hermanita, gracias por apoyarnos.

— Siempre, enanín.

Ella suspiró nuevamente, sus ojos estaban cansados, la tarde había pasado muy rápido.
No le quedó de otra que recostarse a leer mientras esperaba que los chicos se fueran a dormir para poder estar segura que no necesitarían nada.

— ¡No es mi culpa que tinkerbell sea nuesta manager! —oyó una voz enojada que venía del comedor.

Se había enojado ella ahora.

— ¡Cállate Tom!

Ella entendió todo, dejó su libro y salió de la habitación para ir hacia la sala a ver un poco de televisión, no sin antes tomar un paquete de maní tostado salado. Tom estaba ahí, de brazos cruzados. Ella lo miró por dos segundos y se sentó en una esquina del sofá mientras tomaba el control remoto, el chico a su lado la observaba de reojo, no le prestó atención a lo que hacía la chica, si no a su cuerpo.
La camiseta que traía dejaba que sus clavículas estuvieran descubiertas, eso le encantó al pelinegro, que miraba sus acciones, como ella se envolvía los brazos con sus manos debido al frío y temblaba de vez en cuando. Tom no dudó en entregarle su abrigo, ella le sonrió y la aceptó, aunque dudosa.

— Gracias, Tom.

— De nada, campanita.


s t a r b o y s ;  bill & tom kaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora