-1-

38 5 11
                                    

Esta, es una historia real, pero secreta, mi querida Angie

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esta, es una historia real, pero secreta, mi querida Angie. La he guardado por años para un momento tan especial como este.

Apenas tenía tu edad cuando esto sucedió. Vivía un poco más al fondo del puerto, en donde las palmeras y la brisa no permiten la vista. No existían los enormes hoteles ni la manada de autos que hay hoy en día. Todo el día reinaba tan solo el sonido del precioso mar.

Mis padres se dedicaban a cultivar y cosechar frutas, para después venderlas a los turistas. Yo les ayudaba regresando de la escuela, pero al final del día, cuando el sol se estaba ocultando, me quedaba sin nada que hacer.

Siempre he sido una persona con mucha energía, con muchas ganas de hacer de todo, por lo que salía a dar una vuelta por el malecón, con la fuerte ilusión de que algo sucediera. No sabía que la aventura estaba a la vuelta de la esquina.

Era un jueves, lo recuerdo perfectamente, un hermoso día de jueves. El sol había estado brillando por encima del malecón por mucho tiempo. Una de las tardes más calurosas. Las ventas habían estado excelentes, puesto que un poco de fruta picada siempre queda bien en un momento de verano.

La escuela había estado regular, honestamente nunca fui muy adepta al estudio, pero estaba contenta por lo bien que nos había ido en el trabajo. Cuando llegó la tarde, me hice la trenza de siempre y salí a dar mi vuelta por el malecón.

Seguramente lo sabes ahora, que estás aquí conmigo, pero las tardes en Veracruz tienen un sazón especial. Se sienten envueltas, saladas, divinas, como las joyas de un collar de diamantes. El cielo se va pintando como en una galería y puedes pensar hasta en las cosas más absurdas, sin miedo a que alguien se ría. Si te ha pasado, eres de las mías, creer en las imposibilidades y procurar ir con la corriente de la fantasía.

Era por ello que las caminatas nocturnas eran excelentes. Me hacían sentir como una estrella en el universo, fluyendo por la vía láctea.

Tenía en la mente la pregunta de lo que sucedería si todos pudiéramos volar. Admiraba el cielo, imaginando cómo se sentiría surcar los cielos, cómo se sentiría sentir la brisa sobre la cara y lo emocionados que se sentirían mis papás si pudiéramos volar y volar todo el día en vez de esforzarnos tanto.

No me mal entiendas, yo amaba trabajar, pero veía cómo las manos de mis padres cada vez estaban más desgastadas, cómo caminaban un poquito más lento cada vez y cómo les temblaba la boca cuando se concentraban mucho en algo. Tus bisabuelos ya eran mayores cuando yo tenía tu edad. Su cabello era blanco y la piel arrugada, como la mía.

Recuerdo que tenía la mente ocupada, pero aún así tenía tiempo para proponerme un juego. Cada vez que se escuchara una ola llegando, yo daba un saltito. Me encontraba perdida en todo aquello hasta que pateé una pequeña roca sin querer.

Me asomé al borde del malecón y vi cómo la roca rodó hasta caer en el mar.

El mar de noche es totalmente invisible. Es como una capa enorme negra que se extiende más allá de lo que ves. Puedes notar cómo es que la luna se quiere ir mezclando con él. El cielo y el mar unidos de verdad. Sin embargo, en cuanto mis ojos notaron la piedra cayendo, observé algo moverse en el fondo.

—¿Hola? —pregunté tratando de que mi voz sonara lo más clara posible.

Tenía la idea de que era algún pescador, y mis ansias de aventura me provocaban gritarle, quizá tenía alguna historia maravillosa que contarme, pero en realidad nada de eso pasó. Como me quedé en silencio, escuché con claridad que algo se movía.

—Puede salir, no le haré nada —añadí, volviendo a esperar una respuesta.

Con tranquilidad, me quedé atenta a algún sonido. No parecía que fuera un ser humano, porque el sonido provenía en absoluto del agua. Probablemente sería algún animal, pero por alguna razón no quise alejarme del borde del malecón.

Me fui acercando lo más posible a la orilla, para que la luz de la luna alumbrara mejor lo que estaba intentando ver. Traté de aguzar la mirada y meter mi rostro entre las pequeñas tablas que estaban enmarcando la bahía. Aún así, no podía ver a nadie, ningún animal que estuviera por ahí, ni un pescador perdido; pero cuando mi esperanza se estaba escabullendo de mí, la luna iluminó algo bajo el agua y noté un brillo color rosa que pasaba con calma bajo el mar.

El corazón empezó a latir como loco. Nuestra alma sabe perfectamente cuando algo diferente nos está sucediendo, cuando algo especial está sobre la superficie; por ello, confié en mi intuición y me puse a festejar dando saltos sobre mi propio lugar.

Yo lo sabía, ese era el inicio de una aventura.

*ೃ༄

—A dormir, chamaca, ya te dije —me decía mi madre esa noche. No quería cerrar los ojos. No quería permitir alguna posibilidad de que mi mente olvidara ese pequeño detalle que vi, porque en mí estaba continuar esa historia.

—¿Usted cree que haya animales rositas en el mar? —le pregunté acostándome finalmente sobre mi petate.

—Ya duérmete, andas desvariando.

Soñé con el tipo de creatura que podría encontrar, pensaba en que quizá hallaría un nuevo animal y me volvería una de esas científicas famosas. La espuma de la fantasía es más grande que la del mar, por ello es que esas ideas no abandonaron mi mente en ningún momento del día. Durante la escuela, me la pasé dibujando lo que yo imaginaba de la creatura.

Algunos dibujos eran normales, como focas de color rosado o pequeños peces que se juntaban en un banco y emitían un brillo como el que había visto. Otros, eran mucho menos realistas, pero al mismo tiempo mucho más interesantes. Tenían cuernos como unicornios o cuerpos enormes, como ballenas, pero de diferentes texturas.

Durante la venta de esa tarde, nada me ayudaba a concentrarme. Estaba partiendo la fruta en trozos demasiado grandes o entregaba los vasitos incorrectos. Mis padres me regañaron tantas veces que al final me mandaron de vuelta para la casa, porque solamente estaba entorpeciendo la venta.

Corrí por todo el malecón hasta el lugar en el que había visto aquella creatura. Como todavía había tanta luz alumbrando, el mar aún no mostraba sus secretos, pero alcancé a ubicar perfectamente el sitio en el que había ocurrido todo. Un montón de rocas rodeaban ese punto y las olas golpeaban con fuerza las mismas, como haciendo sonar su presencia.

Me senté en la orilla y esperé.

Me senté en la orilla y esperé

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Los errantes cuentos de Rosie Rodríguez ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora