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Desperté con los párpados extremadamente pesados

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Desperté con los párpados extremadamente pesados. No tenía intención de levantarme con rapidez, a pesar de que quería saber qué era lo que me había pasado, pero es que sentía tanto dolor en todo el cuerpo y cansancio en la mente, que en verdad no quería estar consciente. Solo deseaba dormir.

El sonido de las olas chocando contra el barco me obligó a levantarme. En definitiva, lo que querían era que ya estuviera alerta para poder dar crédito a lo que era una realidad.

Dejé que la luz del día entrara por mis pupilas. Cuando había visto el barco ya estaba atardeciendo, pero en realidad no esperaba que el tiempo hubiera pasado con tanta rapidez. Me estiré y de inmediato sentí aquello que era diferente. Noté mi piel, que ya no tenía este tono aperlado y rosa, sino más bien lechoso y con un montón de pecas. La cabeza me dolía, pero también pude percibir que mi cabello era diferente. Ya no era sedoso en extremo, sino solo suave y de un lindo tono carmín.

Volteé hacia abajo y noté que había un cambio más, aquel que me dejó totalmente helada.

Mis ojos no daban crédito a la falta de mi cola de sirena. Ya no estaba ahí, en su lugar había un montón de telas, porque ahora portaba un pomposo vestido, como los que aman usar los humanos. Yo jamás había utilizado uno, por lo que casi pierdo el equilibrio al levantarme y sentir el enorme peso jalándome hacia el suelo.

Cerca de donde estaba, había un espejo. Pude ver mi reflejo ahí, no me reconocía para nada. Era yo, sin duda, mis facciones, pero menos... no lo sé. Era una de ustedes. Tenía piernas, además, muy molestas y poco prácticas, por cierto.

Apenas estaba recorriendo con mis dedos el nuevo rostro, cuando la puerta se abrió de repente. Era Roderique.

—Casi llegamos a puerto, faltarán unos cuantos días, pero ven a cubierta. Quiero que conozcas a los demás, así también podrás desayunar algo.

Me quedé sin palabras. Ahora que lo miraba de nuevo, me resultaba aún más atractivo, así que sin más asentí y regresé a observarme en el espejo.

—Te dejo un momento a solas. Cuando estés lista, solo sube.

Cerró la puerta tras de sí. Una lágrima cayó por mi mejilla, porque en realidad todo aquello no me estaba gustando para nada. No tenía el brillo que tanto adoraba de mí, además el vestido que portaba me resultaba feísimo. Estaba acostumbrada a las cosas brillantes, verdaderamente llamativas, pero esa tela toda amarillenta, con decorados en flores rojas... ¡Puaj! Pura basura.

Los zapatos que llevaba eran horrendos. Duros y del mismo tono que las flores. Por supuesto que me pregunté de quién era el vestido, porque parecía haber estado guardado hacía mucho tiempo. Tenía olor a polvo, un aroma que detesto y que conocí con los humanos.

Sin embargo, sabía que pronto debía salir de mi ensimismamiento, porque la puerta del camarote me estaba esperando.

El clima me recibió como lo primero bueno del día. Había un viento muy tranquilo y la luz del sol no era molesta. Por ahí iban pasando varias gaviotas, al notarlas me recordé a mí misma hacía no tanto tiempo, hablando con una. Quizá hubiera sido mejor quedarme en el agua, porque ahí estaba a merced de Roderique. Una merced voluntaria.

Yo no lo sabía, pero a pesar de que sentí que mi brillo especial había desaparecido por volverme humana, al parecer yo era una humana muy bella, porque apenas salía a cubierta, la mirada de todos quedó petrificada. También se hizo un breve silencio, como si no hubiera nada más importante en ese momento que admirarme.

Roderique notó aquello también y de inmediato le ordenó a todos seguir trabajando. Yo me encontraba tan absorta en mis pensamientos, que no lo había visto. Sé que he repetido mucho que cada vez él se veía más apuesto, pero así era. Bajo la luz solar, su sonrisa brillaba mucho más. Esos labios, envueltos en su bigote... bueno, no tengo que describirlo a una niña tan pequeña como tú, pero realmente era tan especial.

El hombre aterrizó cerca de mí, había estado recargado en una parte alta del barco y tan solo dio un salto de un solo movimiento después de haberle dado aquella orden a todos los marinos.

Sujetó mi mano y la besó con galantería para después envolver mi brazo en el suyo y comenzar a caminar.

—Bienvenida, mi invitada. ¡Escuchen todos! ¡Ella es la invitada de honor! ¡Quiero que la traten como merece una reina!

No sabía por qué, pero me puse muy orgullosa de sus palabras y me ruboricé por completo al notar su mirada buscando la mía de inmediato.

—Si alguien te trata mal o es grosero contigo, no dudes en decírmelo, por favor —pidió al tiempo que comenzábamos a recorrer la cubierta—. Este es mi barco, ahora tuyo, mientras estemos juntos. Me tomó años construirlo, y ahora quiero que nos lleve a las aventuras más increíbles.

—Es muy hermoso —comenté con timidez—. Pero, no entiendo cuál es mi misión aquí, ¿por qué necesitabas que me volviera...?

Roderique colocó un dedo entre sus labios. Adoraba que hiciera eso. Siempre lo hacía con una sonrisa de medio lado, como si fuéramos los cómplices más secretos del mundo.

—Lo siento —dije ruborizándome aún más—. ¿Hacia dónde vamos?

—No sé si la conozcas, vamos a la Isla Girasoles. Es un lugar verdaderamente hermoso, con honestidad te digo que es de los sitios que más me han gustado en todos mis viajes.

—¿Entonces, por qué te fuiste?

Roderique soltó una risa tremenda, parecía que le hubieran dicho la imposibilidad más divertida, así que tardó un momento en recuperarse antes de volver conmigo.

—¿No sabes lo que somos, primor?

Me quedé un segundo en silencio. No sabía que aquel era un dato que yo necesitaba saber, pero en ese preciso instante sentí mucha vergüenza por no conocer la respuesta. Como te decía, Rosie, yo siempre estaba acostumbrada a encontrarme con humanos que andaban por ahí, en superficies de agua mucho más pequeñas, por lo que realizaban actividades sencillas como pescar o pasear en sus pequeños botes.

Intenté repasar por mi mente todas las profesiones de humano de las que tuviera conocimiento y después de un momento me quedé sin opciones, aceptando mi terrible derrota.

—En realidad no lo sé —admití después de retrasarlo tanto.

—No me quedé en la Isla Girasoles, porque en realidad jamás me quedo en ninguno de los lugares a los que voy —comenzó a explicarme él—. Ninguno de nosotros lo hace, porque sería tremendamente peligroso. Nosotros somos aquellos que surcan los siete mares en busca de aventuras, de mucho, mucho oro. Somos los que tienen las suficientes agallas para arriesgar el pellejo por la gloria. ¿Te suena familiar?

Nos recargamos en un costado del barco y pasó su mano por mi rostro con una sonrisa astuta.

—Somos piratas —dijo con un tono grave que me dejó derretida—. Mi dulce sirena —susurró en mi oído—, somos piratas y este es nuestro invencible barco... "El Sultán de Ultramar".

 "El Sultán de Ultramar"

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Los errantes cuentos de Rosie Rodríguez ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora