Amea y el reino de las sirenas (II)

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Amea soltó un suspiro e hizo algo parecido a limpiarse el sudor

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Amea soltó un suspiro e hizo algo parecido a limpiarse el sudor.

—Listo, justo a tiempo.

El brebaje estaba completado, así que ahora podría aguantar el viaje hasta la guarida del monstruo.

—¿Ahora ves por qué no confío en los humanos?

La verdad, no podía contradecirla. Parecía que había conocido al peor tipo de seres de nuestro mundo.

—No todos somos así —insistí de nuevo.

Amea tan solo giró los ojos y me extendió un tipo de vaso que había llenado con la poción.Aquella sensación fue muy, muy fea. El sabor era terrible y me empezaron a dar nauseas y mareos. ¡Puedo decir que fue peor que la primera! Después de unos momentos, todo volvió a la normalidad y observé a Amea mirándome con duda.

—¿Estás bien?

—Sí, sí. Y... ¿ahora qué hago? ¿Hacia dónde vamos?

—¿Te sientes diferente?

En realidad me sentía igual, pero bastó con levantar mi mano para sentir que el peso del agua era inexistente. Parecía que ahora me rodeara el aire, como pasa ahora con nosotras, Angie.

—Funcionó, sí que funcionó.

Amea me tomó de la mano y después hizo un gesto a su amigo con la otra.

—Gracias por todo, volveré pronto, ¡tengo que llevarme a Rosie!

Tereo se quedó con gesto congelado. Probablemente esperaba más, un abrazo o un agradecimiento especial, pero así era Amea. Tan solo me sujetó y empezamos a nadar y nadar por el laberíntico palacio.

Salimos, de incógnita como entramos, y después recorrimos un largo tramo. Ya en el área "salvaje" de ese reino, Amea se ocultó detrás de unas algas y me ocultó a mí también.

—Mira, esa es la guarida de la lucidella —explicó señalando con discreción una zona rocosa.

—¿La lucidella?

—Shhh, Rosie, escucha. Es una creatura como una anguila, pero gigante. Estoy segura de que ella se la llevó, pero a su guarida solo entra ella porque es muy delgada, aunque larga.

—Pero, ¿y si está ahí dentro?

—¿Te vas a acobardar?

Oh, ya me conoces, yo no podía permitir esas palabras. Así que negué intensamente con la cabeza y me dispuse a nadar hacia el sitio.

Mientras me acercaba más y más, recordaba mi casa, la leña que prendía mi madre, el aroma del rico café de olla que prepara y me rugía el estómago. Son las aventuras las que, en muchas ocasiones, te hacen extrañar la paz de tu casa.

La guarida se veía profunda, pero, en efecto, su entrada apenas era para una niña de mi tamaño. Me pregunté cómo es que iba a sacar a la sirena, pero cuando la vi, las dudas quedaron despejadas.

Estaba en el fondo, una niña de mi edad, atada con algas, probablemente por la lucidella. Era una sirena con escamas rosadas. No me detuve demasiado en detalles, porque ya quería liberarla.

Fue sencillo romper las algas con mis manos. Ella también me iba ayudando mientras más libertad recuperaba.

Ambas nos tomamos de la mano y salimos por la entrada de la guarida. La pequeña se asombró cuando vio a su hermana esperando.

—¡Amea! ¡Sabía que estabas detrás de todo esto! ¡Una verdadera humana!

—¡Es una niña de mi edad e hiciste que la capturara una lucidella! —reclamé señalando a la sirena mayor con el dedo.

—Oh, ahora eres experta, Rosie —inquirió Amea contentísima por estar abrazando a su hermana—. Ella es Amatista. No sabes lo mucho que te agradezco lo que hiciste.

—Al final, no tuve que pelear con el monstruo. Quizá ni siquiera necesitaba la poción —dije satisfecha con mi trabajo.

—Te hubiera desmayado en un minuto —rio Amea con alegría en cada burbuja que creaba.

—¡Claro que no! No creo que valiera la pena el sabor tan horrible.

—Supongo que no, pero bueno. Al final obtuvimos lo que queríamos, tú te llevaste una buena historia sobre mi mundo. Quizá puedas contarla a tus amigos, aunque nadie te creerá. Los humanos no creen en lo que deberían.

Sonreí porque sabía que tenía razón. Seguro mis padres no me creerían, ni se diga de mis compañeros de clase.

Amatista y Amea me llevaron de vuelta hasta el malecón y se despidieron contentas mientras el sol resplandecía en sus escamas.

Esa es la historia de lo cerca que estuve de la magia. A veces, aún escucho la voz de Amea hablándome desde el mar. Puedo sentir su presencia. Si prestar suficiente atención, quizá también puedas escucharla. Sé que lo especial se lleva en la sangre y tú, mi pequeña Angie, eres la niña más especial que he conocido.

 Sé que lo especial se lleva en la sangre y tú, mi pequeña Angie, eres la niña más especial que he conocido

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Los errantes cuentos de Rosie Rodríguez ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora