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El manto de la noche ya estaba cubriendo el barco

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El manto de la noche ya estaba cubriendo el barco. Tenía toda la atención en dar por terminado este misterio. No me gustaban las cosas inconclusas y mucho menos aquellas que no tuvieran nada que ver con mi trabajo. En definitiva lo que yo necesitaba era sacudir ese tipo de temas por debajo del tapete, para poder concentrarme totalmente en mi labor.

Esperaba entonces que la explicación fuera sencilla, que lo que estuviera frente a mí fuera una bobería a la que podría simplemente tachar de insípida, sin embargo, no tiene nada que ver con lo que presencié.

Me encontraba en la orilla del barco, buscaba que los mismos marinos no me vieran, así que recurrí a sus táctica que ya había memorizado en la noche anterior. Fui de puntillas para que no se escucharan los pasos que me precedían. Tuve la osadía también de esconderme en las mismas cajas que ellos habían acomodado para tener zonas que no fueran visibles para nadie Simplemente estaba determinado a ser indetectable.

La luz de la luna era lo único que iluminaba, pero no por ello todo estaba oscuro. La luna era absolutamente enorme esa noche, tan llena como los sueños de un joven que está a apenas iniciando su vida. Es por ello que cada elemento que estaba alrededor se encontraba bañado de un planteado divino. Uno que parecía casi mágico. Primero ajusté la mirada para que pudiera ver correctamente lo que estaba frente a mí.

Era la red de pesca que estaba subiendo poco a poco, para que los engranajes no hicieran ningún tipo de ruido. Noté también que los marinos no hubieran notado mi presencia, aunque bailara frente a ellos. Sus ojos estaban profundamente inmersos en lo que se encontraba enfrente. Plagando las redes de aquel artefacto, había un montón de tesoros. No como los tesoros que estamos acostumbrados a ver. No había ni un poco de oro, ni un poco de plata. Todo era color perla, brillante, con un aura divina. Si alguien hubiera visto esa escena, probablemente habría determinado que estaban asaltando a la misma luna, porque aquello no parecía de este planeta.

En cuanto la red subía, las cosas que venían dentro de ella eran repartidas por las manos ansiosas de todos los marinos. Se las entregaban de a puños, porque eran demasiadas y todos las metían en pequeñas bolsas o costales que los acompañaban.

No sé a ciencia cierta cuantas veces habían ejecutado lo mismo, pero cada uno de ellos tenía una coreografía perfecta. Cuando uno terminaba de llenar sus sacos, simplemente se daba la vuelta y desaparecía en la oscuridad. Seguramente se iba de vuelta al camarote para asegurarse de guardar todo lo encontrado.

Me pregunté entonces de dónde es que sacaban esas cosas. La profundidad del mar no era como para bajar una red y atrapar tesoros de la nada. Quería adivinar la respuesta, pero yo siempre he sido un hombre muy racional e intentaba buscarle una explicación así. Lamentable, o afortunadamente, las cosas que valen más la pena nunca son lógicas.

Me acerqué al borde del barco y asomé mi cabeza por ahí. Quería ver si había alguna explicación en esa imagen, pero tan solo noté a las olas violentas chocando contra el barco. Hubiera tirado mi teoría por la borda, literalmente, si no es porque la luna volvió a hacer de las suyas.

Un pequeño destello se iluminó en el costado y ahí, frente a mis ojos, estaba lo que buscaba. Una explicación. Hubiera querido decir que era una explicación clara, pero no lo era, por supuesto.

Tan solo era un destello que no distinguía a la distancia, pero que notaba brillando de vez en cuando, pegado al barco, como si estuviera de alguna forma colgando de él.

Miré a mis alrededores para comprobar que nadie me hubiera visto y volví a mi camarote con la respiración entrecortada.

Aquello que vi no era humano, no era de este mundo. Lo percibí desde el primer instante, porque las cosas humanas no te hacen sentir ese tipo de cosas. También pude entender que lo que sucedía, probablemente, era una atrocidad. Pero no sabía de qué calibre.

Hubiera preferido no haber visto nada. La ignorancia nos hace felices, dicen por ahí, así que, por supuesto, sentí la necesidad de volver el tiempo para que las intenciones de esos marineros no estuviera en mi línea de pensamientos recurrentes.

Intenté dormir esa noche, pero la verdad era que mi cabeza estaba muy alterada por todo lo que había presenciado.

*ೃ༄

Desperté con la fatiga de no haber dormido en otras doscientas noches, además de sentir en el corazón la imperiosa necesidad de contarle esto a alguien. Cuando el peso se hace demasiado en nuestro corazón, sin lugar a dudas necesitamos dividir la carga; pero yo no tenía un solo amigo dentro de la embarcación.

Probablemente, mis ganas de mantener todo en lo meramente académico, había mermado mi socialización. Siempre que uno deja ese tipo de necesidades por fuera, de pronto llega la vida a demostrarnos lo importante que era cultivarlo desde el inicio. Pero fui ignorante y decidí dejar de lado las implicaciones que podía tener encerrarme en mí mismo.

Salí a cubierta con el miedo de quien ha presenciado lo que no debió y me puse a observar el mar porque era el único que sentí que no tenía una pinta sospechosa.

¿Qué debía hacer en ese punto? ¿Ignorarlo? No era tan sencillo, aún quedaban varios meses de viaje y yo no podía mantenerme en esa situación por un solo día más. Decidí respirar la brisa marina lo mejor que pudiera para recibir inspiración y en un toque de locura algo anidó en mi sentir.

Miré a mis alrededores, como si aquellas personas pudieran leer mi mente. Reflexioné otro instante para comprobar que lo que estaba pensando no era fruto del desvelo.

Nunca me consideré una persona valiente, o un aventurero, pero sí un hombre que sabía lo que debía hacer y que no tardaba demasiado en ponerse a trabajar en ello. Lo había vivido durante todo mi crecimiento, y ahora que era un adulto, quedaba bastante claro que yo no era alguien de hacerse de la vista gorda.

Podía salir de mi zona de confort siempre que aquello tuviera la implicación de generar bienestar para el mundo... esto probablemente era un caso necesario, así que sin decir una sola palabra más, o permitir a otro pensamiento revolverse en mis adentros, acepté. Tomé el destino de la mano y supe que esa noche averiguaría en verdad lo que estaba pasando.

 Tomé el destino de la mano y supe que esa noche averiguaría en verdad lo que estaba pasando

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Los errantes cuentos de Rosie Rodríguez ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora