El capitán Roderique y el Sultán de Ultramar (II)

6 4 6
                                    

Roderique golpeó su puño contra el escritorio y me miró con furia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Roderique golpeó su puño contra el escritorio y me miró con furia. Una que poco a poco empezó a disimular.

—¿No le creerás a este tonto, verdad?

El silencio le dio su propia respuesta, así que volvió más serio su rostro y tomó con mucha fuerza el mío.

—¡Dijiste que me ayudarías!

Intenté soltarme de su agarre, pero la furia ya se había apoderado de él y me resultaba imposible competir con esa fuerza.

—¡Suéltala, bandido, o llamaré a la guardia real! —expresó el hombre que acababa de contarnos su historia.

Confiaba en él porque yo, de primera mano, sabía quién era Winnifred. No se llama así, por supuesto, pero los humanos gustan de volver las cosas a su manera. Ahora que había escuchado la anécdota, el amor por el sitio en el que nací, volvía a resurgir.

Desperté del trance y me pregunté qué hacía ayudándole a ese bandido de mar. En un movimiento inesperado, solté mi mano y el hombre que estaba en el mostrador entendió mi mensaje.

Sabía que no podía moverse, porque aquello era lo que quería Roderique, que abandonara su sitio para robar lo más que pudiera; así que preferí abrir mi palma y recibir el objeto que el coleccionista decidiera lanzar para librarme del agarre del pirata.

Un libro bastó para golpear el rostro del hombre y dejarlo confundido.

—¡Corre, sirena, corre! —gritó el anciano mientras yo salía de aquel sitio.

El pirata estaba detrás de mí, apenas y logró arrancarme el collar con mi hechizo de traducción. Las palabras poco a poco eran más confusas. Era mi primera vez huyendo de alguien como humana, pero las fuertes ganas de sobrevivir me estaban consumiendo el miedo y la torpeza, proporcionándome mayor agilidad.

Noté la playa a la lejanía, pero dudé por un instante si podría salvarme.

—¡Ven aquí, maldita! ¡Tienes que ayudarme a recuperar mi tesoro!

Las personas nos miraban, ¡otra cosa que odio de los humanos! ¡Nadie ayudaba, todos juzgaban! Sujeté el pesado vestido que tenía que portar y sentí que mis brazos y piernas quemaban por el esfuerzo.

Comencé a llorar, no por tristeza, ni por miedo, sino por coraje. Los humanos habían arruinado mi primer gran aventura y ahora estaba corriendo por mi vida en una tierra desconocida.

El sol me alcanzó, uniéndose a la numerosa lista de incomodidades, y tan solo la imagen de la playa acercándose cada vez más, alivio mi corazón.

Antes de tocar el agua, me paré en seco y volteé. Parecía que Roderique me alcanzaría, pero yo sabía muy bien que ese era el final del camino.

—¡Es por esto que los tuyos nunca podrán conocer mi mundo! ¡Quédate en tu tierra de tristeza, pirata inmundo!

Escupí a sus pies, porque sentí que tenía que hacerlo y después empecé a adentrarme en el mar. Él me alcanzó e intentó sujetarme, pero ya estaba en mi mundo.

Desaparecí como espuma de mar.  Aún sus gritos y blasfemias se escuchan en mi memoria. 

Llegando a casa, los sabios me felicitaron por haber impedido que aquel hombre tuviera las tres estatuillas completas, algo demasiado poderoso para un corazón podrido.

¿Ves, Rosie? Por eso no confío en los humanos, ¿qué se puede esperar de ellos? Todavía me he topado al Sultán de Ultramar surcando. Lo he visto desde abajo del agua y luego sigo mi camino. 

Son pura tristeza disfrazada de vida.

Son pura tristeza disfrazada de vida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los errantes cuentos de Rosie Rodríguez ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora