Cuando sonó el despertador, a Brittany le costó abrir los párpados.
Seguía cansada y le dolía todo el cuerpo de barrer y fregar.
Hasta ese momento, lo único que había tenido que ejercitar en su trabajo en el banco eran las yemas de los dedos cuando tecleaba en su ordenador a toda velocidad, pero ahora notaba un montón de músculos doloridos en los sitios más insospechados.
—¡Venga, Britty-Britt, que sólo llevas un día!—trató de darse ánimos a sí misma, aunque, al pensar en que todavía le quedaban trescientos sesenta y
cuatro por delante, lo único que consiguió fue sentirse todavía más abatida.Mientras desayunaba comprobó que todo ese ejercicio le había abierto el apetito.
Hacía mucho tiempo que no devoraba una tostada con tantas ganas, así que se animó de nuevo.
Tarareando una canción se duchó, se puso el disfraz de portera y salió con sus herramientas de trabajo —cubo, fregona, escoba y bayetas varias— al vestíbulo.
Como el día anterior, la doctora López, su hija y el perro salían en ese momento del ascensor y se dijo, complacida, que en tan poco tiempo supiera la rutina de los habitantes del edificio.
—Buenos días, señora Santos—saludó la morena mayor un poco turbada—, ¿Qué tal está su muñeca?
Aquella atractiva sonrisa parecía destinada a sorber el seso de cualquier persona, pero Brittany se había prohibido terminantemente volver a caer, al menos en esta vida, bajo el encanto de ningún posible amor, así que se limitó a dirigirle una mirada helada y hostil, hasta que el gesto se petrificó en los carnosos labios.
—Apenas he podido dormir debido al dolor—exageró Brittany.
Que en cuanto apoyó la cabeza sobre la almohada la noche anterior había entrado en coma y no se había movido hasta que sonó la alarma del despertador.
—Déjeme examinarla.
La doctora López extendió la mano, pero ella escondió la suya detrás de la espalda con presteza: no estaba dispuesta a que esos dedos volvieran a tocar ninguna fascinante sinfonía sobre su piel.
Al ver su gesto torcido, la médico añadió:
—O, si lo prefiere, puedo llevarla a urgencias.
—Pero, mamá, ¿a ti qué te importa lo que le pase en la muñeca a esta chusma?—preguntó Bree, perpleja, mientras pasaba su mirada de una a otra.
—¡Bree, cállate! No seas maleducada—la regañó su mamá en el acto.
—¡Qué bonito! La mamá me ataca y la hija me insulta, pero yo acepto mi cruz con humildad—Brittany alzó los ojos al cielo como una mártir resignada.
—¡Bueno si la ha atacado será por algo! Mi mamá es la mejor persona que existe...
—¡Shh, Bree, déjalo ya! De verdad que lo siento, señora Santos. Si ve que el dolor va en aumento pásese por el Clínico, yo trabajo ahí. Así que, si decide acercarse, pregunte por mí.
Su insistencia la enterneció.
Estaba a punto de rendirse y reconocer que no había sido para tanto, cuando recordó su papel de portera amargada y su odio por las personas que no fueran cercanas a ella, incluso por los más atentos y educados, así que se limitó a soltar un gruñido al tiempo que movía la cabeza en un gesto negativo.