Llegaron al Centro de Arte Alcobendas en el momento justo.
Las ponencias de los participantes acababan de terminar y se empezaba a servir el cóctel; así que, tras estudiar el terreno durante unos segundos, Rachel las condujo hasta un punto estratégico del enorme salón por donde circulaban sin cesar los camareros con las bandejas repletas.
—Qué bien se lo montan los médicos—afirmó Brittany con un canapé en la mano y una copa de vino tinto en la otra—, Está todo buenísimo. Muchas gracias por invitarme, Rachel.
—De nada, Brittany, me ha encantado conocerte, eres tan agradable como
me había dicho Quinny.Quinn le lanzó una mirada a su amiga como diciendo: «¿No es un encanto de mujer?».
Estuvieron charlando y riendo sin parar mientras se atiborraban de tartaletas, bocaditos y copas de vino.
Las tres formaban un grupo tan alegre y decorativo que en seguida empezaron a atraer las miradas de interés de otras personas.
Santana López, en particular, no había logrado despegar la vista de Brittany desde que la había descubierto al levantar los ojos de la bandeja que le ofrecía un camarero; no recordaba la última vez que se había sentido tan atraída por una mujer.
La chica parecía relucir desde sus cabellos rubios hasta los chispeantes ojos de un color que, desde donde ella se encontraba, no podía adivinar.
Sabía que no la había visto en su vida; sin embargo, había en la rubia algo vagamente familiar que la tenía intrigada.
Deseaba conocerla como hacía tiempo que no deseaba ninguna cosa, pero no era el tipo de persona que acostumbraba a abordar a desconocidas y no sabía muy bien cómo hacerlo.
Desasosegada, le dio un buen trago a su copa de vino sin dejar de observarla y se preguntó si sería la novia de alguna de las otras dos mujeres o solo serían amigas.
Las estudió con desagrado; tenían buena facha y eran guapas, pero, justo cuando empezaba a sentirse más que un poco irritada con la idea, la más bajita se movió sobre la chica rubia más baja, y depositó un leve beso en sus labios.
Al verlas, Santana sintió un alivio desproporcionado y le dio otro sorbo a la copa mientras hacía como que escuchaba la conversación de sus colegas, a pesar de que no se estaba enterando de nada.
—Te noto distraída, Santana.
La mujer que estaba a su lado colocó su mano de largas uñas rojas sobre la manga de su chaqueta y no le quedó más remedio que prestarle atención.
La conocía desde hacía tiempo; era una reputada ginecóloga y, más de una vez, durante alguno de esos congresos en los que coincidían de vez en cuando, Santana se había preguntado cómo sería tener una aventura con ella.
No era una mujer vanidosa, pero sabía que Elaine Galindo estaba interesada por ella.
Desde que murió su mujer, hacía ya más de cinco años, había mantenido alguna que otra relación esporádica, pero no le habían durado mucho.
Jamás había vuelto a experimentar el amor y la ternura que había sentido por Dani, así que se había hecho a la idea de no volver a casarse nunca más.
Sin embargo, a pesar de tener a su hija Bree, a la que quería con locura, había momentos en los que notaba de un modo agudo la soledad.
Miró el rostro aún terso y bien cuidado de su interlocutora; Elaine Galindo era una colega a la que apreciaba y tenían un montón de cosas en común, pero no sintió ni la más mínima punzada de deseo.