Capitulo 21

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Cuando por fin decidieron regresar, el sol hacía tiempo que había salido.

Brittany y Santana hablaban en voz baja para no despertar al resto del comando, que se había quedado dormido nada más subirse al coche.

—Mira qué cuadro—susurró la médico señalando hacia atrás con el pulgar.

Brittany se volvió y descubrió a Bree y a Sue profundamente dormidas la una en brazos de la otra, y a Hanna, completamente traspuesta, acurrucada sobre el pecho de Emily, que le guiñó un ojo con complicidad.

«Hanny, Hanny, me temo que estás perdida—se dijo Brittany—Qué gran verdad es eso de: El que la sigue la consigue.»

Santana desvió la vista de la calzada y las dos se miraron durante unos segundos, sin poder ocultar su felicidad.

Luego, la doctora alargó la mano y entrelazó sus dedos con los de la rubia en una simple caricia que, sin embargo, resultó tremendamente íntima.

Sin poder evitarlo, Brittany alzó su mano y besó los nudillos con ternura y, casi al instante, la soltó asustada por la elocuencia de ese sencillo gesto mientras se pegaba a la puerta, como si quisiera alejarse de la pelinegra lo más posible.

Santana permaneció en silencio, en apariencia concentrada en el escaso tráfico de una mañana de sábado a primera hora.

Unos minutos después, la miró de nuevo y musitó:

—Te quiero, Brittany.

Al oírla, Brittany se quedó sin aliento y su corazón se puso a bombear a la misma velocidad que una plataforma petrolífera a pleno rendimiento.

Confusa, desorientada, sin saber muy bien qué contestar, hizo un gesto negativo con la cabeza antes de responder en un tono bajo y apremiante:

—¡No! No digas eso, Santana, no me conoces de nada.

—Te conozco lo suficiente—replicó en el mismo tono—Tengo treinta años, Brittany, no soy una niña. Sé lo que siento.

—Las personas al llegar a los treinta años también pueden confundir sus sentimientos. La edad no te hace más sabio. Lo que hay entre nosotras es una inmensa atracción física, nada más. Tú quieres volver a llevarme a la cama y yo... yo también te deseo—notó el súbito calor de la sangre en las mejillas—, Pero no nos engañemos; no hace falta adornar con la palabra amor unas emociones tan primarias.

A ella misma le sorprendieron sus duras afirmaciones, pero estaba aturdida por aquella confesión y, no sabía por qué, de pronto le habían entrado ganas de herirla.

—Entiendo—se limitó a contestar su interlocutora, con la mirada fija en la calzada.

A Brittany no se le escapó el dolor encerrado en esa mera afirmación ni la súbita rigidez de su cuerpo y se sintió fatal consigo misma; no obstante, fue incapaz de decir nada que aliviara la tensión que, de pronto, se había instalado entre ellas.

Por fortuna, ya estaban llegando.

Pocos minutos después, la médico detuvo el coche frente al portal y bajó a despertar a Bree.

—Hanna, despierta.

Sin poder contenerse, Emily alzó con delicadeza la barbilla de la hermana de Brittany, que seguía durmiendo ajena a todo, y pegó sus labios a los de la más baja con suavidad.

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