Capitulo 6

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Los días se escurrieron en una agradable rutina.

Una de las cosas que a Brittany le resultaban más relajantes de su oficio de portera era el no tener que pensar; su trabajo se desarrollaba completamente al margen de su actividad cerebral.

Durante sus sesiones de barrido de escalera, a menudo se le ocurría algún elemento para su novela que se apresuraba a anotar en la pequeña libreta que siempre llevaba en el bolsillo de la bata.

En sólo un mes había adelantado más con el manuscrito que en el último año y medio.

A esas alturas, ya conocía los hábitos de la mayoría de los vecinos y muchos de ellos le servían de inspiración, pero sus favoritos eran la hija de la médico y la señorita Sue Sylvester.

Aunque no entendía muy bien por qué (y al parecer su mamá tampoco, entonces en cuanto las descubría de charla en la portería se quedaba mirando a su hija, perpleja), Bree parecía fiarse de ella y, de vez en cuando, le confiaba alguno de los asuntos que la preocupaban y que era incapaz de contarle a su progenitor; a pesar de que, por lo que ella misma decía, era una mamá comprensiva y muy cariñosa.

La adolescente parecía tener un radar especial para detectar la presencia de Emily en la portería y le gustaba pasar a visitarla.

Pese a que discutían a menudo, ambas se llevaban muy bien y las tres habían pasado muchas tardes de lo más agradables en la portería, sin que las escasas interrupciones que sufría Brittany por su trabajo afectaran al buen ambiente reinante.

En cuanto a la señorita Sylvester, después de que le arreglara el grifo —aquella mañana había llamado a Emily al menos veinte veces y se vio obligada a hacer no menos de quince consultas en su iPhone a escondidas
— la invitó a tomar un café.

La pobre mujer estaba muy sola y vivía por y para sus recuerdos, así que Brittany tomó la costumbre de pasarse por su casa en cuanto terminaba su jornada laboral, hacia las siete de la tarde.

La ex actriz la invitaba a café (ella después no podía pegar ojo, pero a su anfitriona la cafeína no parecía afectarle lo más mínimo), y solían conversar alrededor de una hora, que se pasaba volando.

Sue Sylvester era una fuente incesante de historias picantes y cotilleos varios de los representantes de la farándula de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, y la joven, a la que siempre le habían vuelto loca las películas españolas de aquella época, la escuchaba fascinada.

Una de esas tardes en las que Brittany lloraba de risa tras escuchar una escandalosa anécdota aderezada con el ácido humor de la ex actriz, ésta la sorprendió al decirle de sopetón:

Flashback

—En fin, señora portera, creo que va siendo hora de que me cuentes de qué o de quién te escondes.

Las carcajadas de Brittany se cortaron en seco y se regañó a sí misma por no haberse dado cuenta de que, a pesar de su edad, nada se escapaba a los agudos ojillos de Sue Sylvester.

Comprendió que no le iba a servir de nada disimular, así que, resignada, decidió contarle sus desventuras con pelos y señales.

Después de media hora de hablar sin pausa, Brittany calló por fin; tenía la garganta seca, pero, al mismo tiempo, notaba una inmensa sensación de desahogo.

—Bueno, bueno, quién me iba a decir a mí que una simple portera iba a resultar tan entretenida...—fue el primer comentario de Sue en cuanto terminó de relatarle su historia—Imagino que esa ropa que llevas es un disfraz, como todo lo demás. A ver, quítate las gafas y suéltate el pelo—ordenó con aires de reina.

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