Capitulo 15

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Santana estaba cansada.

Una operación que, en principio, no revestía gran dificultad se había complicado y se había alargado varias horas más de lo previsto.

Con rapidez, atravesó el vestíbulo de la finca en dirección al ascensor con un único pensamiento en mente: subir a su piso y darse una larga ducha caliente.

Oyó un ladrido, se volvió y descubrió a Pongo que se acercaba a ella meneando el rabo alegremente. Por unos instantes, permaneció inmóvil, mirándola muy sorprendida.

—Pongo, muchacho, ¿qué haces tú aquí solo?—se agachó y acarició al perro detrás de las orejas, lo que le valió una mirada de rendida adoración.

La médico miró a su alrededor, pero no encontró ni rastro de su hija ni de Mercedes, quien, de vez en cuando, aunque siempre a regañadientes, aceptaba sacar a pasear al animal si a Bree o a ella les resultaba imposible.

Extrañada, notó que la puerta de la portería estaba entreabierta y vio que el perro desaparecía con toda naturalidad en su interior.

Santana aguzó el oído y oyó el sonido de varias personas que trataban de hablar a la vez. Con una ligera sensación de incomodidad, se acercó a la puerta y permaneció escuchando.

—¡Les digo que no lo haré! Ya pueden venir todos de rodillas en fila india a suplicarme, que no pienso volver a hurgar en la apestosa basura del sospechoso. ¡Ni aunque me ofrecierais el mismísimo Koh-i-noor para hacerme una gargantilla destroza-cervicales!

A Santana le llevó un tiempo asociar aquella voz cautivadora con los ásperos gruñidos con los que le obsequiaba a la señora Santos habitualmente, y su matiz sedoso agitó memorias casi olvidadas que le pusieron la carne de gallina.

Los dedos le temblaban levemente al empujar la hoja de madera lo suficiente para ver sin ser vista.

En el pequeño salón de la portería estaban agolpadas lo que parecía un número excesivo de personas.

Recostada en un puf de espaldas a ella estaba su hija Bree, a la que reconoció por su larga melena oscura. Junto a ella descubrió a una mujer que lucía unos cabellos desordenados, a la que había pescado en más de una ocasión merodeando por las proximidades del edificio.

Recordó que había pensado en poner a su hija en guardia contra aquella mujer, pero con el lío que tenía en su cabeza en los últimos tiempos se había olvidado de ello por completo.

Frente a ella, sentadas en un sofá con pinta de incómodo, se encontraban su vecina, la señorita Sylvester, otra mujer que le sonaba vagamente y, a su lado...

¡Imposible!

Santana López se quedó clavada donde estaba, incapaz de asimilar lo que captaban sus pupilas.

Por un momento, pensó que la tensión de las últimas semanas le estaba pasando factura y que veía visiones producto de su mente enferma.

Sin embargo, sentada en el horrible sillón, con la horrible bata floreada, estaba la portera; pero, en vez de su horrible cara, su horrible moño tirante, las horribles gafas de cristales azulados y la espesa sombra del horrible bigote en su labio superior, era el rostro adorable de Brittany, que reía a carcajadas de algo que la hippie acababa de decir, lo que ahora contemplaba, estupefacta.

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