Capitulo 12

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En ese momento se oyó un carraspeo, y ambas se volvieron a la vez para mirar al recién llegado.

En esta ocasión, se trataba más bien de recién llegadas. Santana López—más seductora que nunca vestida con unos pantalones ceñidos, una polera que mostraba un poco su escote y una americana, y el pelo oscuro ligeramente revuelto— rodeaba con su brazo la cintura de una mujer bastante atractiva unos años menor que Brittany, baja y con una estilosa melena castaña que le llegaba a la altura de la cintura.

Al verlas, a la rubia se le revolvió el estómago y le entraron unas ganas horribles de vomitar.

En cambio, en cuanto Bree se dio cuenta de quiénes eran, se abalanzó sobre la acompañante de la médico entre gritos de entusiasmo:

—¡Cami! ¡No sabía que venías!

La niña corrió a los brazos de la mujer, que la estrechó con fuerza. Saltaba a la vista que las dos se adoraban y a Brittany, no sabía por qué, eso le dolió aún más.

Incapaz de seguir contemplando aquella escena, se volvió hacia la morena mayor que permanecía en pie a su lado, con una irritante sonrisa de satisfacción en sus labios.

Al verla, una oleada de rabia arrasó su cerebro y se lo hizo ver todo rojo.

—Me están poniendo el vestíbulo hecho un asco—protestó con su tono más desabrido mientras señalaba con un dedo acusador unas huellas casi invisibles en el mármol—Claro, ninguno usa el felpudo, nooo, ¿para qué? Seguro que está ahí porque hace bonito. Nadie se para a pensar en la pobre señora Santos, que se desloma de sol a sol como una esclava. Ahora tendré que coger de nuevo la escoba para darle un repaso. ¡Pandilla de nuevos ricos egoístas, eso es lo que son todos!—esto último lo dijo en un sonoro susurro que todos pudieron oír con claridad.

Las caras de las dos adultas eran un poema: la doctora la miraba, acobardada, mientras que la mujer castaña lo hacía con una extraña mezcla de fascinación y horror.

Al verlas, a Bree se le escapó una risita que en seguida disimuló como si fuera un ataque de tos.

—Perdone, por favor—rogó al fin la castaña a la que, de repente, la situación le pareció también de lo más cómica—Le prometo que la próxima vez frotaré cada zapato contra el felpudo tres veces mínimo.

—Mmm...—la señora Santos simuló apaciguarse un poco, pero no pudo evitar añadir—Si no los restriega al menos cinco veces no quedan bien.

—Cinco, prometido.

La doctora López sacudió la cabeza, indignada, y decidió cortar por lo sano aquella absurda conversación.

—Vámonos. Buenas noches, señora Santos.

En el ascensor, lejos del alcance del oído de la portera, la médico estalló furiosa.

—Es increíble lo de esa mujer. Voy a hablar con el administrador, no pienso consentir que la portera de mi edificio me hable de semejante manera.

—¡Pero, mamá, déjala en paz! A mí la señora Santos me cae bien. Además, tiene el vestíbulo y la escalera mucho más limpios que la pareja que teníamos antes.

Su mamá entornó los párpados y le lanzó una mirada cargada de desconfianza.

—La verdad es que no veo a cuento de qué viene que estés todo el día juntas. Cada vez que llego las pillo hablando muy concentradas. ¿Desde cuándo son tan amigas?

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