Capitulo 17

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La luna se ocultaba tras densos nubarrones y la lluvia había empezado a caer con suavidad, pero, a pesar de aquella atmósfera desapacible, el viernes, a las diez y media en punto, los conspiradores aguardaban, pacientes, en la furgoneta del hermano de Emily la salida del pichón.

El vehículo sólo tenía dos asientos en la parte delantera, así que decidieron
que Hanna, que era la que mejor veía en la oscuridad, se sentara ahí para no perder de vista el objetivo y a Brittany le tocó introducirse a regañadientes
en la zona de carga, sin parar de protestar por la horrorosa peste a pescado que impregnaba el interior.

La furgoneta estaba vacía excepto por un bulto tapado por una manta llena de manchas sospechosas de la que Brittany procuró mantenerse lo más alejada posible.

Después de esperar durante casi hora y media sentada en el incómodo suelo de metal, sin otro entretenimiento que escuchar las pullas que Hanna y Emily se lanzaban la una a la otra sin tregua, y con el olor a pescado rodeándola como una miasma infecciosa, Brittany estaba al borde del ataque de nervios.

—¡Ustedes dos, déjenlo ya!—ordenó, furiosa.

—¡No te pongas así, hermanita! Qué poca paciencia, se ve que no tienes madera de detective. Espera... ¡¿Emily, no es ése el tipo que buscamos?!

Las dos habían estado tan entretenidos en su lucha de ingenios que, por unos momentos, habían perdido de vista el fin último de la misión.

En efecto, del número 185 acababa de salir un bajo y flaco.

El tipo iba cubierto de pies a cabeza con un impermeable oscuro que le daba una apariencia rocosa y entre sus brazos cargaba un bulto bastante grande envuelto en plástico negro.

—¡Lleva un muerto!—exclamó Brittany, quien, de cuclillas tras los asientos, observaba también al sospechoso.

—Bueno, tampoco hay que perder la cabeza. Podría ser cualquier cosa, desde una alfombra persa que lleva a limpiar hasta...

—¡Ah!—gritaron los tres a la vez, horrorizados al descubrir un pie infantil que se balanceaba bajo la capa de plástico, al ritmo de una nana silenciosa y siniestra.

El hombre abrió el maletero de un viejo Ford Focus gris que estaba aparcado frente al portal y dejó caer el cuerpo en el interior sin la menor delicadeza.

Luego se subió al vehículo, arrancó y rodó calle abajo.

—¡Dios mío, este tío es el Ted Bundy madrileño, sólo que en feo!—Brittany, antes de empezar a escribir su novela, se había documentado a fondo sobre los asesinos en serie.

—¡Arranca el coche, Emily! ¡Arráncalo, por Dios!—exclamó Hanna, histérica.

Emily logró poner en marcha la furgoneta a la primera y salieron en persecución del asesino envueltos en un desagradable chirrido de ruedas.

El hombre conducía despacio y no fue difícil seguirlo por las calles estrechas—y a esas horas mucho más tranquilas— del barrio de Salamanca, aunque Emily procuraba no acercarse demasiado para que no los descubriera.

A pesar de guiñar mucho los ojos Emily le deslumbraban las luces de los otros coches, así que, una vez más, Hanna se hizo con el papel de Luis Moya.

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