Un mal sueño

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5.

Henry se sintió invadido por una ola de confusión. Se precipitó al suelo, sin entender lo que a su alrededor ocurría. Encontrando que el sofá cama adquirió dimensiones amplificadas y poco familiares.

La enorme cara de Jerry se configuró en una expresión de curiosidad.

“¿Qué haces? No me digas que te sientes mal".

“Jerry… ¿qué acaba de pasar?”

Se llevó una mano a la garganta. El timbre de su voz era agudo de pronto; alejado completamente de su característica entonación masculina tan ronca que contrastaba muchas veces con su contextura delgada. Sin embargo, su fisonomía no era la misma tampoco. Se fijó en sus brazos,  las venas que surcaban sus delgados miembros acabaron cubiertas por una gruesa capa de tierna piel tersa.

Le picaba el ojo que le faltaba. Y se frotó el parche por mero reflejo. Tuvo que quitárselo al notar que podía ver por ahí también.

Era imposible que hubiera vuelto a crecer un ojo espontáneamente. Eso no le pasaba a los humanos, lo había investigado varías veces. Inclusive había visto a fondo videos sobre predicadores que aseguraban a base de milagros que los ojos volvían a crecer. No creyó ninguno obviamente. Pero al correr, trastabillando, hasta el baño, y darse cuenta que había un curioso taburete que antes no estaba ahí, pegó un brinco sobre este para asomarse al espejo y ver que su cara era distinta. Que ya no era tuerto. Que en su boca faltaban ciertos dientes mientras que otros eran diminutos. Que su tamaño se Hallábase reducido y no la materia a su alrededor.

Henry salió del baño. Sumido en el estupor. Debería sentirse feliz por tener ambos ojos, mas apenas podía hallarse terriblemente desolado. Se había encogido, era un enano… no, era un niño. Era el niño que solía visitar con frecuencia el Arcade, que se quedaba hasta tarde viendo televisión y…

“¿Qué me acaba de pasar?”

“¿Estás bien, amigo? Te ves pálido” dijo Jerry. Poniendo una palma en su frente. La mano de Jerry era monstruosa en comparación con la suya. Si bien él siempre le ganó en anchura, al menos Henry era el tipo alto. Ahora Jerry le parecía amplio cuál rinoceronte y alto como una estatua en la plaza del pueblo. Pero era cuestión de percepción. “No tienes temperatura. Te haré un té. ¿Que tal?”

“Estás alto…” fue lo que dijo Henry. Pasmado.

“Tú estás muy raro hoy. ¿Te inyectaste? ¿Cómo están tus niveles?”

“¿Mis qué?”

Con un celular Jerry sondeó un aparato blanco que Henry tenía pegado al brazo.  No fue hasta que se realizó este acto que se percató de ello.

“Sí… necesitas una dosis. Estate quieto”.

“Espera. Jerry, no tiendo nada. Estábamos hablando de trabajo y de repente ¡ay! ¿Qué haces?”.

“Te pongo la insulina. Estate quieto. Ya deberías estar acostumbrado”.
“Jerry… me asustas…”.

“No seas niña. Cómo si no lo hicieras siempre”.

Luego del acto, Henry miró la aguja estupefacto. Un montón de ideas revoloteaban en su mente. Lo primero que se le ocurrió hacer fue enojarse.

“Ya basta” intentó empujar Jerry pero apenas lo movió de su sitio “¿Qué te has creído que eres para drogarme? ¿Un camello?”.

“Ay, amiguito. Eso hizo efecto antes de lo que pensé. Cálmate. Es tu insulina. Es todo”.

“Yo no me meto insulina yo… no soy… no puedo ser… ¡estás mintiendo!”.

“No puede ser. Estás en natación otra vez… Henry. Tienes que aceptarlo. Eres diabético. En cuanto antes aceptes que no te vas a poner mejor si dejas tu insulina mucho mejor. El pediatra dijo que te tardarías en adaptar pero ya es suficiente”.

Henry se intentó tirar de los pelos de la frustración.

“Dices cosas que no tienen sentido, yo no necesito insulina. Yo no veo a un pediatra. No tengo dinero para doctores”.

“Mamá y papá lo pagan. Está bien. Tus padres no tienen que preocuparse”.

“Jerry… No entiendo lo que pasa”.

“Hey. Amiguito, mírame. Quita esos ojos de loco”.

De pronto Henry vomitó en el suelo. De su vomito salió un montón de colores artificiales mezclados con bilis y lo que parecía ser una hamburguesa muy mal masticada.

“Ahhgg. Amigo. ¿Qué hiciste? Con razon andas tan raro. ¿Esos son… caramelos? ¡Son los míos! ¿Cuántas veces debo decirte que no debes robarlos? Si quieres uno pide”.

Henry se tambaleó inútilmente.

“Es un mal sueño. Tiene que ser un mal sueño… deseo que lo sea”.

En ese momento. Todo se puso en negro… y de pronto Henry se dio cuanta que sus ojos estaban cerrados. Al abrirlos, no reconoció la habitación en que se encontraba.

Una mujer de pelo castaño estaba entrando con una bandeja de desayuno. Era la madre de Jerry.

“Levántate Henry. Llegarás tarde”.

“¿Señora Larson? ¿Dónde estoy?”
“En tu cuarto, tesoro”

Y de pronto ella sacó una jeringa y se la enterró en el brazo.

“¡Ay!”

“Este pinchazo ya no es un sueño Henry. Acostúmbrate”.

El rostro del chico se puso pálido. Quiso gritar. Pero solo emitió un gemido de incomodidad.

“Humm…”

“Será mejor que te levantes… llegarás tarde a la escuela”.

“¿Escuela? Pero tengo que ir a trabajar al callcenter”.

“Henry. Qué sueños tan locos tienes. Despierta, cariño. Ningún call center contrata niños de 9 años”

El Genio Malvado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora