Arman
17 de junio.Caminábamos entre los pasillos del hospital con el corazón en un puño, ansiosos por llegar a la habitación de Raina. Romina nos había dicho que nuestra hermanita estaba mejorando, pero la incertidumbre y el miedo seguían presentes. No podíamos permitirnos perderla; Raina era nuestra familia, lo único que nos quedaba después de tanto sufrimiento. Fue entonces cuando una voz cortante nos detuvo en seco: era el doctor, un hombre que conocíamos por ser amigo de Romina.
—¿Por qué siguen aquí? —nos espetó con un tono que helaba la sangre.
—Disculpe... ¿qué quiere decir? —respondí tímidamente, sintiendo cómo las palabras del doctor nos golpeaban como un puñetazo.
—No ven que solo molestan con su presencia —añadió con indiferencia—. Romina está cansada de ustedes. Incluso está pensando en sacar a la otra niña del hospital; el tratamiento es caro y no tiene por qué seguir cargando con ustedes.
Las palabras del doctor golpearon duro. Era la misma historia una y otra vez: éramos rechazados, ignorados, apartados. Antes de que Romina llegara a nuestras vidas, éramos invisibles para todos. Ella nos había hecho sentir importantes, queridos. La amábamos como a una madre, aunque nunca se lo dijimos abiertamente.Mis hermanos y yo nos miramos con el corazón roto. Aquellas palabras resonaban en nuestros oídos como un eco de todos los rechazos y desprecios que habíamos vivido antes de que Romina llegara a nuestras vidas. Ella había sido nuestro ángel, la luz que nos hizo sentir importantes y queridos por primera vez. Aunque nunca se lo habíamos dicho abiertamente, la amábamos como a una madre y anhelábamos ser parte de su familia de manera oficial.
—No... no puede ser verdad —susurré con la voz entrecortada por las lágrimas, mirando a mis hermanos cuyos ojos también se llenaban de dolor y tristeza—No... ella no puede hacernos eso —murmuré con la voz entrecortada por las lágrimas, mientras sentía cómo el corazón se me rompía en mil pedazos.
—¿Por qué no? —replicó el doctor con dureza—. No es su madre, no tiene por qué hacerse cargo de ustedes. Ahórrenle la molestia y váyanse por ustedes mismos.
Con estas palabras, el doctor se marchó dejándonos solos con nuestro dolor y desesperación. Rompimos en sollozos silenciosos, incapaces de creer que la persona a quien considerábamos nuestra madre nos estuviera rechazando de esta manera. Antes de dirigirnos a ver a Raina, intentamos calmarnos, tratando de reunir fuerzas para estar un rato con ella antes de irnos.
—Debemos hacer algo, buscar trabajo —dijo Alex con determinación, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Si conseguimos dinero suficiente, tal vez podamos pagar el tratamiento de Raina y Romina no tenga que tomar esa decisión.
—Pero somos solo niños... nadie nos dará trabajo —respondió Ada con tristeza, mirando al suelo con impotencia.
Los días siguientes fueron una lucha constante. Finalmente, logramos conseguir un pequeño trabajo limpiando el patio de una pareja mayor que vivía cerca del orfanato. El pago era mínimo y apenas suficiente para cubrir las necesidades básicas de comida y algunas medicinas para Raina. Evitamos a Romina deliberadamente; no queríamos que nos viera en nuestra desesperación, ni en el hospital ni en el orfanato. A pesar de nuestras diferencias, extrañábamos sus abrazos cálidos y reconfortantes, extrañábamos la sensación de ser parte de algo que se sentía como un hogar.
Estamos escondidos en unos arbustos del parque que está cerca del hospital, estamos aquí porque vimos a Romina venir hacia acá, vemos cómo ella se agacha y un pequeño niño se tira a sus brazos.
Quiero llorar al ver como ella lo abraza y besa, justo como lo hacía con nosotros, vemos a más niños llegar hacia ella junto con un hombre. Más niños se acercaron a ella junto con un hombre que parecía ser su esposo.
—Debe ser su familia... sus hijos —musitó Ada con una voz entrecortada por la emoción y la envidia.
—Vámonos —susurré con el corazón destrozado, sintiendo cómo la esperanza se desvanecía aún más en nuestros corazones.
Nos alejamos en silencio, con el peso de la decepción y la tristeza sobre nuestros hombros. Nuestros pasos eran lentos y pesados mientras regresábamos al hospital para estar con Raina, quien luchaba por su vida.
Es corto pero es solo para dar una idea como se da el distanciamiento de ellos por culpa de Hans.
ESTÁS LEYENDO
Quédate Con Nosotros
RomanceKorand Hoffman Serio, frío y desconfiado con las personas que no son su familia, padre soltero de 8 niños, niños que ahuyenta a toda mujer que quiera estar con su padre y entrar en sus vidas, ya que la mujer que se decía que tenía que amarlos los...