Capítulo 17

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Nikolay

Me encuentro mirando fijamente los ojos bicolores de Velika, tratando de no enfadarme más por lo sucedido esta mañana fuera del salón, no queriendo que se sienta peor.

—¿Estás enfadado? —pregunta con nerviosismo.

—Lo estoy, pero no contigo —respondo. Sigo calificando los exámenes que están sobre la mesa, sin verla.

Pareciera que se toman a juego mis advertencias, pero con esto que ha pasado ya he tomado medidas para que la señorita Adams deje el acoso hacia ambos y que todo quede en bajo perfil.

La siento moverse a mi alrededor hasta que se encuentra detrás de mí, desliza sus manos por mi espalda hasta mis hombros para abrazarme.

—No estés enojado, no vale la pena —dice, apoyando su mentón en mi cabeza.

Dejo de calificar para girarme un poco y rodear su cintura con mis manos, tirando de ella, dejándola sentada a mi lado con las piernas en mi regazo.

—Si hay algo que detesto es que se entrometan en mi vida personal —le digo, poniendo un mechón rebelde detrás de su oreja—, pero hay algo que detesto aún más y es que crean que tienen derecho a ponerte un dedo encima.

—A lo primero que dijiste, sabemos que siempre habrá alguien con ganas de entrometerse y joder esto por el simple hecho de que no les parece correcto o que tienen envidia —me responde, calmada—. A lo segundo, sabes bien que puedo defenderme sola.

Enreda sus manos en mi cabello y lo despeina, se ríe abiertamente del resultado que tiene su travesura.

—¿Me has despeinado? —pregunto, ladeando la cabeza con una sonrisa de lado.

—Tal vez... ¿Qué pasa si es así? —pregunta con picardía.

—Esto. —La tomo por los tobillos y la dejo suspendida de cabeza en el aire cuando alzo todo su peso.

—¡Nick! —chilla, riéndose.

—Repita conmigo, señorita Mancini: No despeinaré nuevamente a mi profesor —digo con una sonrisa burlona, ella solo sigue riendo hasta ponerse totalmente roja.

—¡Nunca! —exclama, por lo cual la alzo más ocasionando que se ría más fuerte.

—No voy a bajarte si no lo dices —le sonrío abiertamente desde mi altura, ella solo me saca la lengua.

—No lo diré, jamás —se rehúsa, la bajo lentamente hasta que queda recostada en el mueble recuperándose del ataque de risa.

—Testaruda —murmuro, haciéndome el ofendido.

—Oh, mi querido profesor se ha resentido —se burla—. El pequeño Nick se ha enfadado.

Me la quedo viendo como si fuese un extraterrestre y ella solo ríe como si fuese su mejor chiste.

—¿Pequeño Nick? —inquiero, enarcando una ceja en su dirección.

—Atrápame —dice antes de abalanzarse sobre mí y enredar sus piernas en mi cintura—. ¿Cómo eras de pequeño?

—Serio, dedicado, solo jugaba con mis hermanos y muy mimado de mamá —respondo, ella ladea su cabeza con lo último—. Si alguien pregunta siempre lo negaré.

—Vaya, eras muy distinto a mi —comenta, hace una mueca mientras ve a la nada—. Yo era muy extrovertida, peleona, estudiosa, hablaba hasta por si acaso y hasta participaba en ferias escolares.

—¿Todo eso cuando eras pequeña? —pregunto, ella asiente con la cabeza—. Pero si lo sigues siendo.

Abre la boca en una perfecta "o" y me mira indignada.

—¡Nikolay! —chilla, por mi parte me rio de su indignación.

—Velika —respondo, sentándome en el sofá.

—Te la dejaré pasar —Envuelve sus brazos en mi cuello—. ¿Tienes ascendencia rusa?

—Mi padre es ruso, mi madre es de aquí —digo, viéndola cómo juega con la manga de mi camisa—. Estoy seguro de que eres más que inglesa.

—De hecho, soy mitad italiana y mitad ecuatoriana —responde, dejándome algo descolocado—. Mi madre es de Italia y mi padre de Ecuador, aunque soy mala ecuatoriana porque no viví mucho tiempo allá. De todas formas, si hay algo que me gusta mucho es su comida, su cultura y por supuesto, la belleza que es.

Me va contando cosas de su niñez, como un día fue mordida por un perro y desde ahí les tiene pavor, o cuando casi se pierde en un paseo familiar.

—¿Qué me dices de ti? ¿Siempre has sido así de serio? —pregunta, curiosa.

—No, una vez metí de cabeza a Emiliano en la cisterna que hay en casa por haberme llenado el cabello de goma —digo, ella se sorprende de esa confesión—. En otra ocasión me dejaron sin ropa en los vestidores del colegio, mi venganza fue ponerles polvo picante en la ropa y los vi sufrir todo el día.

—Tu sonrisa malévola da miedo, de veras —dice, medio alejándose en broma.

—¿Ah sí? —La atraigo hacia mí y le doy un beso largo—. ¿Ya no me veo tan malévolo?

—Esfuérzate un poco más —susurra, y me la paso dándole besos mientras que ella pasea sus manos en mi cabello.

—Ya es hora de que regreses a casa, pero antes de eso te tengo una propuesta —digo, serio y ella se pone en el mismo modo—. ¿Quiere tener una cita conmigo, señorita Mancini?

La veo parpadear varias veces como si no se esperase esa pregunta, después de unos minutos reacciona regalándome una sonrisa tímida.

—Por supuesto que sí, profesor Lowell.

—Paso por ti mañana a las ocho.

—¿Cómo debo vestirme? —pregunta con verdadera preocupación.

—Algo elegante, pero que te haga sentir cómoda —respondo, acariciando su mejilla.

—Bueno.

Es tan floja que en el trayecto hasta el auto va trepada en mi espalda.

°°°


—Yo digo que esta es la mejor opción —dice Emiliano, señalando el traje formal.

—Oye, que no va a una boda —lo regaña Bruno—. Mejor esto, es intermedio y no exagera.

—Ajá.

Han llegado hasta mi departamento para cenar conmigo y resulta que me han sonsacado información para ahora estar eligiendo lo que me pondré mañana.

—Rechazas mi propuesta —Dramatiza mi muy sensible hermano—. Me hieres.

—Ya deja el drama —digo rodando los ojos.

—¡Tenemos la misma cara y lo prefieres a él! —exclama, yo me pellizco el puente de la nariz tratando de no reírme.

—¿Te quieres reír? —pregunta Bruno, como si me hubiese salido una tercera cabeza.

—No, y ya dejen de joder —los regaño—. Ahora, como tienen tanto interés en ayudarme, van a ser mis asistentes para la clase de mañana ya que llegaré un poco tarde por unos trámites.

—¡¿Qué?! —gritan al mismo tiempo—. Que tengamos nuestro título en el mismo campo que tú no quiere decir que vayamos a lidiar con tus alumnos.

—Si lo hacen les daré a cada uno el reloj que tanto quieren —Los chantajeo.

—¿A qué hora debemos estar allí? —preguntan, esta vez sí me rio de los interesados que son.

—Seis de la mañana, ni un minuto más, deben estar primero que los demás —ordeno, ellos asienten y el resto de la noche la pasamos conversando mientras preparamos la clase.


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Forbidden Love ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora