Capítulo 35

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Dani

No dejé de sonreír durante todo el paseo hasta mi casa. Lo que acababa de ocurrir no dejaba de repetirse una y otra vez en mi mente; cualquiera de las personas que se cruzaran conmigo se preguntarían por qué aquella chica despeinada iba sonriendo como una imbécil por la calle, y lo cierto era que aquella chica sabía bien la respuesta.

Sara, esa era la respuesta. Después del beso en la playa, lo único que quería era que se repitiese, que los planetas se alinearan y tuviera la suerte de poder besarla de nuevo; parecía que la fortuna me había sonreído... y de qué manera.

Cuando llegué a mi casa, mi padre no estaba allí. El que sí acudió corriendo hacia mí cuando entré fue Freddie, deseoso de jugar conmigo, por lo que supuse que mi padre llevaba un buen rato fuera y el perro había estado solo mucho tiempo. Salimos al jardín y le tiré la pelota unas cuantas veces, hasta que mis tripas comenzaron a rugir y volví para cenar.

Después de terminarme el patético sándwich que me había preparado (cocinar no estaba entre mis aficiones), subí a mi habitación y puse música a todo volumen. Al ritmo de Green Day, me cambié de ropa y salí a la terraza para contemplar, desde la distancia, las olas que se mecían en la oscuridad.

Aquel día no necesitaba tranquilizarme, había sido uno de los mejores que recordaba, pero de igual manera el mar siempre me transmitía toda la calma que necesitaba. Pensé en Sara de nuevo, y mis labios se curvaron hacia arriba de manera inconsciente. Aquella chica no sabía lo que me estaba haciendo... o tal vez sí.

En ese momento, oí un ruido proveniente de la carretera. Desde mi posición, no podía ver nada, ya que la terraza daba al lado contrario, por lo que me apresuré a ir al piso de abajo y asomarme desde la puerta principal

Vi las luces de un coche alumbrar la noche. Era un Renault blanco que yo no conocía, y me asusté un poco cuando redujo la velocidad y se paró justo en el portón. Tras unos segundos, dos personas salieron del interior, y dejé escapar el aire cuando vi que se trataban de mi padre y Sandra. Se dieron un beso, ante lo cual tuve que apartar la mirada, y mi padre sacó las llaves para entrar en la parcela. Cerré la puerta y subí corriendo de nuevo a mi habitación; no quería que me viese presenciando su romántica despedida con su nueva novia, así que apagué la música, me metí en la cama y apagué las luces, esperando que pensase que ya me había dormido.

Oí sus pasos subiendo las escaleras, y suspiré aliviada cuando cerró la puerta de su habitación. Me senté en la cama y sentí un nudo en el estómago. No podía evitar sentirlo cada vez que veía a mi padre y a Sandra, o a él hablando de ella, o simplemente cuando recordaba que ya no estaba con mi madre. Hacía mucho tiempo de aquello, y creía haberlo asumido, tenía que asumirlo, pero una parte de mí se negaba a hacerlo. ¿Cómo se suponía que tenía que aceptar que mi madre ya no estaba? Habían pasado casi cinco años, pero no podía hacerlo. Y menos aún si mi padre quería a otra persona que no fuese ella. Me iba a costar acostumbrarme... pero no me quedaba otra.

Me fui a dormir con mal sabor de boca, enfadada porque aquel beso hubiese arruinado todos los que me había dado Sara. Sin embargo, me consoló pensar que al día siguiente la vería, y al siguiente, y al siguiente también, y quizás podría besarla de nuevo.

No dormí demasiado bien, como era de esperar. El lunes a primera hora, nada más llegar a nuestra mesa y ver que Sara no había llegado aún, apoyé la cabeza en la mesa y cerré los ojos. Me habría dormido, de no ser porque de repente noté unos golpecitos en mi mejilla y me encontré con la mirada azul de Sara, esa que había tenido tan cerca el día anterior, y que ahora me observaba, divertida.

- A clase no se viene a dormir, se viene a aprender - me regañó, riendo.

- Todavía no ha empezado - gruñí, pero sonreí también - . Déjame dormir un poco.

Una sola miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora