Capítulo 2

19 5 2
                                    

Sara

Era el último domingo de vacaciones, el último antes de empezar las clases de nuevo. Tenía todo lo que necesitaba ya preparado, lo había hecho con varios días de antelación porque estaba nerviosa, bastante nerviosa, por el comienzo del nuevo curso, el que iba a decidir gran parte de mi futuro. Por si fuera poco, debía adaptarme a un lugar desconocido y hacer nuevos amigos a falta de tan solo un año para volver a cambiar de aires.

La mudanza también había terminado completamente y ya estábamos perfectamente instalados, por lo que no me quedaba nada que hacer; había estado toda la tarde tumbada en mi cama con el móvil en la mano, deslizando TikToks sin mucho interés, mientras de fondo sonaba una de mis playlists de Spotify.

Miré la hora en la pantalla; las ocho y cuarto. Había estado prácticamente cuatro horas sin moverme, sin hacer nada productivo. En ese momento, me incorporé y me levanté de la cama. Miré a mi alrededor y contemplé mi nueva habitación.

Era bastante más pequeña que la de la antigua casa; aquella tenía las paredes de color blanco, mi favorito, que le daban una gran sensación de amplitud, aunque ya lo era de por sí. Sin embargo, habíamos pintado de morado las paredes originariamente grises de la nueva. La otra contaba con un balcón, mientras que la habitación en la que me encontraba solo tenía una pequeña ventana, justo en frente de la puerta, que daba a la calle. Conservaba mi cama y mi escritorio, así como la cómoda, la mesita y otros objetos que tenía en la antigua casa, pero en los días que había pasado en mi nuevo hogar, no había conseguido acostumbrarme a la nueva estancia.

Me cansé de estar allí sin hacer nada, así que pausé el reproductor y me encaminé escaleras abajo hacia el salón. Allí, me encontré a toda mi familia; mi padre y mi hermano estaban viendo un programa de deportes en la televisión, para variar, y mi madre miraba algo en su móvil. Cuando me vio allí, alzó la cabeza y sonrió.

- Hola, cariño. ¿Qué has estado haciendo toda la tarde?

- Nada, hablar con amigos y escuchar música - mentí. ¿Con quién iba a hablar? - . Pero ya me he aburrido y por eso he bajado.

- ¿Quieres ver la tele con nosotros? - intervino mi hermano sin despegar los ojos de la pantalla.

- No, gracias - reí, y me giré hacia mi madre - . ¿Necesitas que te ayude con la cena?

- Hoy vienen unos amigos a cenar, ya lo tenemos todo preparado - dijo mi padre.

Tragué saliva, recordando todas las veces que los amigos de mi padre habían venido a cenar con nosotros en Madrid. Normalmente, me limitaba a saludarlos y charlar con ellos unos minutos ("¡qué mayor estás, Sara!") , y después me iba a mi habitación o a cualquier otro sitio. Estar con ellos me incomodaba bastante, hacían muchos comentarios que me molestaban, a veces hacia mí directamente, y por eso intentaba pasar con ellos el menor tiempo posible. Mi padre me decía constantemente que ellos no lo hacían con mala intención, que eran comentarios sin maldad, pero cada vez se pasaban más y más y la situación se iba haciendo cada vez más incómoda.

Recuerdo una vez que se reunieron para ver un partido de fútbol muy importante, y cuando llegaron no tuvieron otra cosa que hacer que ponerse a hablar de mí.

- Sara está hecha toda una mujer, ya ha entrado en el mercado - dijo uno.

- Porque es tu hija, Antonio - dijo otro - , pero si no, otro gallo cantaría.

A mi padre le parecía lo más normal del mundo, de hecho les reía las gracias y de vez en cuando soltaba alguna perlita similar. Siempre que intentaba hablar del tema con él, justificaba a sus amigos y me tachaba de sensible, de "generación de cristal". Y lo único que conseguía era hacerme sentir peor y aborrecer cada vez más sus reuniones de amigos.

Una sola miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora