Capítulo 5

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Dani

Siempre había creído que eso del amor a primera vista era una tontería. Que alguien te podía parecer atractivo, conocerlo y entonces enamorarte. Que era imposible amar a alguien desde el primer momento en el que lo vieras. Que nunca me iba a pasar, que mi proceso de enamoramiento sería más progresivo, como el de todo el mundo.

En tan solo unos segundos, Sara se cargó todos esos pensamientos.

Volví a mi casa flotando en una nube. Nunca antes me había sentido así. Cuando bajó de la silla para caminar conmigo, sentí como si mi corazón fuese a explotar. Y cuando nos estrechamos la mano... nunca antes había sentido tantas mariposas en el estómago. Al irse, estuve a punto de pedirle su número o su Instagram, pero las palabras no salieron de mi boca y estuve todo el camino de vuelta lamentándome, deseando volver a verla.

Me quedé un rato en la playa, paseando mientras le daba vueltas al asunto. Después fui a comer algo y casi a medianoche estaba entrando por la puerta de mi casa. No encontré a nadie en el salón ni en la cocina, supuse que habrían terminado de cenar y la mujer se habría ido; a mi padre no le gustaba trasnochar, cosa que no me había inculcado; yo solía acostarme muy tarde.

Acaricié a Freddie, que estaba tumbado tranquilamente en su cama, y me dirigí escaleras arriba. A medida que fui subiendo, empecé a escuchar un ruido que iba ganando intensidad con cada escalón que avanzaba. Arriba, me acerqué sigilosamente a la puerta de la habitación de mi padre, que estaba cerrada, y descubrí de qué se trataba el ruido.

Podía oír tanto la voz de mi padre como la de la mujer jadeando, junto con los muelles de la cama chirriando. Me faltó tiempo para apartarme y correr a mi cuarto, no quería estar presente en aquella... situación. Desde mi habitación, se oía un poco menos, pero podía seguir escuchando claramente lo que estaba ocurriendo, así que me puse el pijama y me tumbé en la cama con los cascos puestos. Friday I'm In Love de The Cure inundó mis oídos y cerré los ojos.

Intenté olvidar los sonidos que había estado escuchando unos segundos antes y dejé la mente en blanco. Por supuesto, en cuanto recordé lo que había sucedido unas horas antes, no pude parar de pensar en ello.

Cuando la había visto por primera vez me había parecido simplemente perfecta. Y al hablar con ella había reafirmado mi teoría. Lo que había sentido al mirarla a los ojos, al darle la mano, al verla sonreír...

"Friday I'm in love" cantaba Robert Smith, e inconscientemente yo sustituía en mi mente friday por sunday. Me levanté y bailé al son de la canción, no se me daba bien bailar pero cuando la música se apoderaba de mí, lo hacía sin problema. Empecé también a cantar, no muy alto, y con los compases finales de la canción, se me ocurrió una idea.

Pausé Spotify y corrí escaleras abajo, en dirección al sótano. Agarré mi libreta, que descansaba en el sofá, y rápidamente comencé a escribir unas palabras. Pronto se convirtieron en versos, estos en estrofas, y en un rato había escrito una canción entera. Cogí mi guitarra acústica; marca Fender, hecha de madera negra y reluciente, regalo de mi padre por mi decimoquinto cumpleaños. Había compuesto la mayoría de mis canciones con ella, me gustaba mucho su sonido para el tipo de música que intentaba hacer, y para esta nueva e improvisada canción no iba a ser menos.

Supe qué acordes iba a utilizar en cuanto me había puesto a escribir la letra. Rasgué las cuerdas una y otra vez hasta dar con el ritmo perfecto, y dejé que mis dedos llevaran el compás Unas horas más tarde, había terminado una de las mejores canciones que había compuesto nunca. Desde que se me había ocurrido la idea, había tenido clarísimo cómo tendría que ser. Igual que tenía claro lo que sentía por aquella chica, aun habiendo pasado tan solo unos minutos con ella.

Miré el reloj; eran las tres de la madrugada.

- La grabo mañana - musité, sintiendo como el sueño empezaba a apoderarse de mí. Dejé la guitarra en su funda y me dirigí a mi cuarto, no sin antes detenerme en el cuarto de mi padre. En esta ocasión, la puerta estaba entreabierta y podía escuchar sus ronquidos. Me asomé y apreté los labios al ver que, junto a él, yacía una mujer morena, desnuda, con la cabeza sobre su pecho. Tras contemplarlos unos segundos, me fui a mi habitación y me tumbé de un salto en la cama.

No logré dormirme, tampoco tenía intención de hacerlo a pesar de que mis párpados amenazaban con cerrarse. Mi mente estaba llena de acordes, palabras, olas del mar, y por supuesto, de Sara.

¿Cómo es que tan solo en unos minutos me había hecho sentir tantas cosas, tanto que le había escrito una de las mejores canciones que había compuesto hasta el momento? Nunca habría imaginado que me habría sentido de esa manera, y era solo el principio.

Amaneció y no había pegado ojo. Mientras contemplaba salir el sol desde el jardín de mi casa, oí unos pasos provenientes del vestíbulo y me giré. Para mi sorpresa, la mujer que había visto con mi padre apareció, con la ropa desaliñada y el pelo recogido en un moño. Reparó en mi presencia y me miró. Le devolví la mirada.

- Tú debes de ser Daniela - dijo.

Tenía una voz bastante dulce. Cuando se acercó, advertí que debía de tener unos años menos que mi padre. Sus ojos eran negros como su pelo, y sus labios, carnosos y rosados. Era más baja que yo, y no pude evitar pensar en la altura de mi madre, bastante mayor, comparada con la suya.

- Tu padre me ha hablado de tí. Soy Sandra, encantada.

No me moví. Creo que tenía intención de darme dos besos, pero se contuvo al ver que yo no estaba por la labor.

- Encantada - me limité a decir, y entré en la casa de nuevo.

Cuando miré por la ventana del vestíbulo, Sandra estaba saliendo por el portón. Una vez hubo desaparecido, maldije en voz baja. Ya me había arruinado el día que tan bien había empezado.

Yo era perfectamente consciente de que ella no estaba haciendo nada malo, de hecho unos minutos más tarde recapacité y me di cuenta de lo borde que había sido con ella sin motivo. Pero una parte de mí la odiaba sin conocerla, por el hecho de que estaba ocupando un lugar que pensé que siempre le pertenecería a mi madre. Y para mí, ese lugar siempre estaría reservado para ella.

Aunque nunca la volvería a ver.

Una sola miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora