20|Jodidos celos.

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Diana.

No pude dormir. Gran parte de la noche estuve despierta pensando en Tom, en todo lo sucedido y en su inquietante forma de reaccionar después de ello, pero sobre todo las últimas palabras que pronunció.

—"No se lo digas a Bill. No sé qué pasó, pero no se lo digas".

Llamé a Bill, nunca respondió. Así que ésta mañana me decidí a darle una visita rápida y con muchas ganas de sacar información, la cosa es que tengo que ir muy rapidísimo porque se me había olvidado que hoy es mi no-cita con Aaron. Mi plan es llegar, amenazar a Bill hasta que me diga: Uno, la cosa esa que nunca me dice y que ya me cansé de estar pensando. Dos, por qué razón Tom está tan asustado de que le diga a Bill lo que pasó. ¿Qué pasó? No tengo la menor idea, pero algo pasó y me da miedo preguntarle a Tom qué significó para él.

Me escabullo dentro del estudio, tratando de que nadie me vea, llevo un vestido blanco con flores amarillas y me puse encima una sudadera blanca también, para tratar de camuflajarme. Escucho unos pasos y me escondo detrás de una puerta, escucho unas risitas femeninas detrás de ella y yo conozco esa risa, pero cuando me asomo para averiguar a quién le pertenecen ya no hay nadie.

Camino sigilosamente para no encontrarme con Tom y busco el lugar dónde es muy seguro que Bill se encuentre. Cuando estoy frente a la habitación, mi mano va hacia la manija y abro la puerta. ¡Ding, ding, ding! Bill está sentado en el sofá con un cuaderno sobre sus piernas cruzadas y un lápiz en su mano derecha que está mordiendo.
Cierro la puerta con fuerza para que se percate que estoy ahí, lo logro, porque cuando la puerta truena Bill se gira preocupado.

—Dian, ¿qué haces? —pregunta, cuando se da cuenta que le estoy poniendo seguro a la puerta. Este no se me escapa nunca más. Todo mi cuerpo cubre la puerta y Bill me mira totalmente confundido—. Esto es muy raro.

Se levanta y lo apunto con mi dedo índice —Siéntate, tú y yo vamos a hablar.

—¿Sobre qué? —inquiere con una de sus perfectas cejas levantadas, pero al mismo tiempo me obedece y vuelve a su lugar en el sillón, pero puedo ver que hay una pizca de angustia. Ya valiste, Billiberto.

—Tú has estado ocultándome algo y quiero que me lo digas ahora —exijo tratando de lucir molesta, pero es que sus ojos están temblando y yo no puedo verlo así—. Bueno, igual podemos relajarnos con un cafecito, ¿verdad?

Minutos después ambos estamos sentados en el sillón pequeñísimo del cuarto, nuestras rodillas se tocan y puedo sentir cómo mueve su pie con impaciencia. Le doy un sorbito a mi café y lo miro con los ojos entrecerrados, él sonríe nervioso y me decido por hablar primero.

—Anoche pasó algo —comienzo. Al principio Bill parecía totalmente ajeno a la conversación, pero ahora se ha girado para mirarme y luce casi ofendido.

—¿Con Tom? —cuestiona con algo de sorpresa y no puedo evitar preguntarme cómo es que lo sabe. Tal vez Bill fue quién lo llamó justo cuando, bueno, cuando estábamos en el baño.

—Sí.

No me deja hablar, de repente todo su cuerpo está a la defensiva —¿Qué hicieron?

—Nada, no fue nada —murmuro, revolviendo mi café con la cuchara, hago un mohín.

—Dijiste que anoche pasó algo, Tom dijo que venía de tu casa cuando me recogió por la noche–

Al diablo las rubias. 「𝐭𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora