7|¿Cuál es mi qué cosa?

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Diana.

Los primeros días de universidad están sobrevalorados. Lunes por la mañana, es mi última clase y estoy a punto de soltarme a moco tendido; tres de mis profesores son unos verdaderos hijos de puta, ¿cómo que cien por ciento examen, profe? Ya sé que voy a reprobar anatomía humana, para qué le hago al cuento; la profesora Eugene parece amable, aunque le gritó a un tipo por interrumpir su clase y lo llamó desvergonzado. Tengo ya tres tareas y apenas es el primer día, no quiero imaginarme cómo voy a estar en el día diez.

Lo único bueno de la universidad es la comida de la cafetería, el café es cosa de otro mundo y saboreo un delicioso caramel macchiato en el pasto. Adelanto mi tarea de psicología médica mientras escucho a Bill cantarme Ready, Set, Go! al oído. Y que mal ha sonado eso.

Estoy a nada de terminar mi tarea cuando una sombra oscura tapa los diminutos rayos de sol que antes me pegaban, suspiro y mientras me quito un audífono, levanto la mirada. Me encuentro con unos ojos grises conocidos, joder, sí es el tipo encantador de máquinas expendedoras.

—Hola, ¿necesitas algo? —le pregunto con amabilidad, después de todo gracias a él fue que conseguí mi agua. Me da una media sonrisa.

—Por fin se me hace el honor de verte otra vez —manifiesta, sin previo aviso se toma asiento a mi lado en el pasto—. ¿Esta vez no traes a tu novio contigo?

Se refiere a Tom, claramente, por el numerito del estacionamiento y eso. Niego con la cabeza, no voy a decirle que no es mi novio porque: número uno, se siente bien pensar que alguien se refiere a Tom como mi novio y número dos, porque este tipo puede ser un asesino serial y mejor que sepa que no estoy sola. Uno nunca sabe.

—Genial —levanta mi mochila, la coloca sobre sus piernas y da un saltito para estar más cerca—. ¿Cómo era que te llamabas? Lo olvidé.

Ruedo los ojos con diversión —Es que nunca te lo dije.

Chasquea los dedos y hace una mueca muy graciosa.

—Es cierto, tu novio corrió a velocidad de la luz antes de que llegara a preguntártelo —me sonríe y aparece el hoyuelo en su mejilla izquierda—. Pero no puedo culparlo, si yo tuviera una chica así, no la dejaría sola ni un minuto.

Suelto una risa que parece más un bufido de toro, una exhalación extraña diría yo, pero que denota la gracia que encuentro en sus palabras.

—¿Siempre te funcionan esas frases?

—No lo sé, ¿están funcionando contigo? —me responde con otra pregunta, y no puedo evitar reírme.

—Definitivamente no. Tengo novio —le recuerdo, él hace un falso puchero y suspira dramáticamente.

—Si me deshago de tu novio, ¿entonces sí? —y otra vez la sonrisita, estoy comenzando a ponerme nerviosa de verdad y creo que lo nota porque decide cambiar el tema—. No importa, antes de desaparecer a tu novio debo saber tu nombre. ¿Cuál es?

Dudo un momento, al final se lo digo —Diana.

—No me lo imaginé, es un nombre bonito. ¿Eres de aquí?

—No, soy de México. Me mudé a Alemania hace unos cuatro años —le explico y en realidad no sé porqué lo hago, no me lo preguntó. Él parece muy interesado y asiente.

Al diablo las rubias. 「𝐭𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora