Capítulo 3

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En casa

El parabrisas emitía un sonido repetitivo que comenzaba a adormecer a Billie. Había pasado toda la noche conduciendo y se sentía exhausta. Meneó la cabeza y trató de concentrarse en el tráfico. A pesar de ser verano, llovía descaradamente en uno de los tramos más complicados del camino y tuvo que subir el volumen de la radio para no sucumbir al sueño.

Empezó a sonar Can't help falling in love y sin poder remediarlo Billie comenzó a tararearla con algunas lágrimas asomando a sus ojos.

Se acordó de Jesse sonriéndole desde el marco de la puerta de la cocina, diciendo que había lasaña para cenar, de sus extravagantes gustos cinematográficos y de sus manos ásperas y grandes acariciándole el pelo.

Entonces hizo un esfuerzo por recordar las razones por las que habían terminado su relación. El vacío enorme que sentía cuando se miraban a los ojos. El sentimiento permanente de que funcionaban de maneras distintas. Aquellas frases lapidarias: «No pertenecemos al mismo tipo de personas. Tú eres de las que vuelan, Bill, yo soy de los que prefieren quedarse en tierra».

Era verdad. A ella le gustaba volar.

En todos los sentidos.

Habían pasado meses desde su ruptura, pero todavía no había conseguido superar la ausencia de su mejor amigo. Sus conversaciones en la cama antes de dormir, las risas en las filas del supermercado, los planes que quedaron por hacer, como ese viaje al norte de Italia o aquella película que ya habían quitado de los cines.

Jesse había sido el eje de su vida durante tres años y ahora Billie sentía que giraba de forma arbitraria y caótica. Necesitaba volver a casa para retomar el contacto con sus padres y algunos amigos, permanecer en silencio unos días.

«Ya no te quiero».

«Yo tampoco te quiero».

¿Qué podrían haber hecho con algo así? Nada.

Sonrió con amargura al recordar sus intentos fallidos por encontrar un sustituto perfecto con antiguos amantes o amigos. Había estado a punto de acostarse con ellos en más de una ocasión porque parecían más que dispuestos a consolarla y complacerla, pero el simple hecho de desnudarse física y emocionalmente con otra persona la horrorizaba en ese momento.

Algo dentro de ella le decía que volvería a sentirse perdida, sola y vacía con todos ellos. Tenían la misma mirada, las mismas manos ásperas y entreabrían los labios con la intención de besarla con estrategias idénticas. No eran iguales entre ellos. En absoluto. Pero se parecían. O eso pensaba Billie.

A veces sentía que las personas eran demasiado predecibles como para sorprenderse con ellas. Después de dos relaciones formales, había llegado a la conclusión de que el amor era otra cosa. Una sacudida alucinante, algo que iba más allá de cenas los viernes y sexo los fines de semana.

La vida tenía que ser otra cosa.

Billie trabajaba en un hospital con horarios cambiantes e insoportables que le permitían un ocio limitado y unas relaciones sociales escasas. Además, le exigían tal concentración que cuando salía de las interminables guardias solo quería dormir.

A veces se le hacía extraño haber acabado en Barcelona, lejos de todo lo que le importaba en esos momentos. Sus amigos, su familia, el sur... ¿Por qué se empeñó en irse? Por Jesse. Era la única manera de estar juntos y ahora se preguntaba si había tomado la decisión correcta. Incluso su admiración por Jesse se había esfumado. Todo.

La fugacidad de sus emociones conseguía asustarla. ¿Y si las cosas funcionaban así? ¿Y si era una completa incapaz para amar algo o alguien?

Cuando tenía diecisiete años, las madres de sus mejores amigos la percibían como la novia perfecta para sus hijos. Era una chica muy responsable, amable y educada. Sus padres también parecían orgullosos. Pero ¿y ella? ¿Qué sentía Billie a esa edad? Vértigo.

Otro atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora