Capítulo 15

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Un faro en común

Billie preparó un bocadillo de atún y lo dejó sobre la encimera de la cocina mientras buscaba un refrigerio. No le apetecía almorzar con los demás y había planeado un día a solas. Desde que Lizzy le había contado que se marchaba, sentía una desazón muy desagradable pesando sobre sus hombros. La noticia le había sentado como un jarro de agua fría y no sabía cómo gestionar aquellos sentimientos.

Habían decidido no hacer nada después del beso, dejar las cosas como estaban y aunque en principio se lo agradecía, ahora se sentía vacía y abatida.

«¿Qué diablos me pasa? ¿A qué venía esa decepción?»

Después de todo, ¿qué podía hacer con Elizabeth? El beso había estado bien, a pesar de la extrañeza del momento. A Billie le había parecido tierno, suave, muy diferente a otros que había dado en el pasado. Pero no era cuestión de exagerar. Tenía que haber algo más, algo que las empujase a dar un segundo y un tercero, y no era el caso. ¿O sí lo era? ¿Quería besar de nuevo a Elizabeth? Estaba tan desconcertada que no advirtió que su padre se acercó por detrás. Acababa de aparecer en la cocina.

—Buenos días, cariño. ¿Te vas? —preguntó al verla preparando la comida.

—Buenos días, papá. Sí. Me voy. Estaba preparándome algo para almorzar.

—¿Vas sola?

Se apoyó en la encima y suspiró.

—Sí. —dijo. No sabía el motivo, pero de pronto sintió unas irrefrenables ganas de echarse a llorar. Estaba demasiado emocional, seguramente la ruptura con Jesse le estaba pasando factura ahora.

Se había pasado demasiado tiempo conteniendo sus sentimientos, asegurándose en silencio que se encontraba bien, que era fuerte, que podía con todo y la nueva situación con Elizabeth... en fin, Billie se sentía a punto de tocar fondo.

—¿Te encuentras bien, hija? —le preguntó Patrick, advirtiendo su gesto contrariado.

¿Debería contarle algo así a su padre? Decirle que había besado a Elizabeth y que tal vez, solo tal vez, le apeteciera volver a hacerlo, sin saber muy bien por qué.

Le miró un instante, barajando esta posibilidad. Su padre era una persona comprensiva, tranquila, podía hablar con él de lo que fuera, sin rodeos, pero sintió que no era el momento. ¿Cómo podía serlo? Si ni siquiera ella podía articular un discurso sobre lo que le ocurría.

—No sé cómo estoy, papá.

Patrick sonrió con ternura a su hija.

—¿Sabes una cosa? Eres una mujer estupenda, Billie, hagas lo que hagas con tu vida. —le dijo entonces, acercándose a ella. —Tu madre se preocupa en exceso por todo, ya la conoces, pero te quiere... Te queremos.

Aquellas palabras golpearon definitivamente a Billie, que no pudo evitar que una lágrima empezase a rodar por su mejilla. Se abrazó rápidamente a su padre para ocultarle que estaba llorando y la desazón fue cesando paulatinamente. Suspiró hondo, antes de recibir un beso en la frente de su padre y salir en dirección a su coche.

Le temblaban un poco las manos al volante, pero no importaba porque en unos minutos estaría sentada en uno de sus lugares favoritos, contemplando las gaviotas y también a los pescadores, sin que nadie le hiciese preguntas imposibles, sin que nada la perturbase en absoluto.

Corría una brisa muy ligera cuando llegó al faro y sonrió de placer mientras caminaba por el dique. A Billie le encantaba aquel lugar. Solía ir de adolescente, cuando necesitaba esconderse del mundo durante unas horas o simplemente meditar sobre algo que le hubiera ocurrido. En esos momentos siempre encontraba paz y esperaba volver a hallarla ahora en el sonido del mar batiendo contra las rocas del dique.

Otro atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora