(Esta historia es solo una adaptación. Autora: Olivia Be)
Retrasada
Las nueve y veinte. Elizabeth miró de nuevo la gigantesca pantalla luminosa y puso cara de hastío. Llevaba... ¿cuánto tiempo allí? ¿Dos horas y media? Tal vez tres. Lo cierto es que había perdido la cuenta, pero una cosa estaba clara: su mal humor iba en aumento, y sus niveles de cafeína en sangre también. Tres cafés y medio después, el maldito vuelo continuaba retrasado. El aeropuerto estaba hasta el tope. Viajeros de todas partes arrastraban sus maletas cargadas de enseres de playa para dirigirse a sus destinos vacacionales.
Pero los aviones seguían despegando, sus ojos no la engañaban, los veía entrar y salir de pista cada minuto, aunque desafortunadamente ninguno de ellos parecía ser el suyo.
—Retrasado, sigue retrasado. —bufó Elizabeth al auricular de su teléfono. Cada vez era más consciente de que la espera iba a eternizarse.
—¿Todavía? —dijo la voz al otro lado del teléfono.
—Y lo que nos queda...
—Ay, hija, qué mala suerte. Para una vez que vienes a casa...
Elizabeth dio otro sorbo a su café, esta vez en silencio, observando distraída los inmensos ventanales del aeropuerto.
La puerta de embarque estaba anunciada, pero no había ni rastro del avión que tenía que llevarle a casa de sus padres. Estaba tan aburrida que se había sentado en el suelo de la terminal, acompañada tan solo por su pequeña maleta, situada a su derecha, y aquella maldita planta de especie desconocida que sostenía con su mano izquierda.
—Y los de la compañía, ¿qué dicen?
—Nada, mamá. —respondió de mal humor. El mostrador de la compañía aérea acababa de quedarse vacío. —Que estemos pendientes de las pantallas.
—Te darán algo de cenar si se retrasa demasiado, ¿no?
—Vete tú a saber. A este paso, llegaría antes en caballo.
—Bueno, cariño, no dejes que este contratiempo te amargue. Tan pronto pongan un poco de orden, estarás dentro del avión. Qué ganas tengo de verte.
—Yo también a ustedes. —replicó Elizabeth con la boca pequeña.
—Avísanos cuando sepas algo.
—Descuida, eso haré. Te llamo cuando estemos embarcando.
—Bien, mucho ánimo. Un beso.
—Hasta luego, mamá. Un beso.
Elizabeth colgó el teléfono y extendió los brazos por encima de su cabeza. Era de mala educación estirarse así en público, pero le dolía la espalda tras haber pasado varias horas en malas posturas y empezaba a notar que tenía algunas extremidades adormecidas. Allí donde debería haber notado sus posaderas, estaba ahora esa incómoda sensación de vacío, como si su cerebro hubiera perdido la conexión con sus extremidades. Se incorporó y dio unos pasos con las manos sujetas a los riñones, la mirada perdida más allá del ventanal. Qué mala pinta tenía aquello. Estaba empezando a anochecer, y el avión que debía aterrizar antes de que el suyo despegara llevaba horas de retraso.
«Trescientos euros para esto», pensó Elizabeth, sonriendo irónicamente por su mala suerte. Si lo hubiese planeado con tiempo, se habría ido en tren a pasar esas fechas en compañía de su familia. Pero todos estaban completos, ni un solo asiento, ni siquiera en primera clase, y no le había quedado más remedio que comprar un billete de avión en el último momento. Como consecuencia, había pagado una pequeña fortuna por un minúsculo asiento en aquella lata con alas, exactamente la mitad de lo que le habría costado el viaje organizado por sus amigas.
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Otro atardecer
FanfictionHa llegado el verano. Elizabeth quiere irse de viaje con sus amigas, pero nunca ha sido capaz de anteponer sus deseos a los de su madre y tendrá que conformarse con pasar sus únicos días libres en la casita que su familia tiene en la playa. El probl...