Capítulo 6

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Cocineras

Maggie, la madre de Billie, era la encargada de preparar la cena esa noche. Eran tantas personas compartiendo casa que los mayores decidieron establecer turnos para preparar las comidas. Isabel había confeccionado un calendario que ahora estaba atrapado con un imán en la puerta de la nevera.

—¿Cuándo es mi turno? —Elizabeth se acercó a Maggie para inspeccionar la olla en la que estaba trabajando. Olía estupendamente bien. En su camino tomó unas cerezas y se las llevó distraídamente a la boca.

—Ahora mismo no lo recuerdo, tienes el calendario en la nevera.

En principio, inspeccionó el papel de buen humor. Le hacía gracia la idea de los turnos, que siempre hubiera gente diferente en la cocina. Les daría la oportunidad de probar diferentes recetas e interpretaciones culinarias. Pero al leer su nombre en el papel, su gesto mutó de golpe.

—¿Con Billie? ¿Me ha tocado con ella? —preguntó, anonadada.

—Sí, cariño. ¿Tienes algún problema con ello? —la voz de Maggie tenía un tono amable pero peligroso.

—No, es solo que veo que los demás cocinan solos. ¿Por qué nosotras vamos juntas?

—Porque no tenemos ni idea de cómo cocinan y no me confío yo mucho de tu cocina vegetariana. —dijo Isabel. Su madre acababa de llegar a la cocina y parecía muy divertida con la sorpresa de su hija.

Elizabeth prefirió no protestar. Aunque aborreciera la arena, el paseo por la playa había conseguido calmarla y quería que las aguas permanecieran mansas. La idea de cocinar con Billie no le hacía gracia, pero podría sobrevivir a ello sin mayores problemas. Otro tema muy diferente era el de su hermana.

—¿Y Paula no cocina? —preguntó al constatar que su nombre no estaba en la lista.

—¿De veras quieres que tu hermana cocine? —bromeó Isabel.

Maggie sonrió.

—No, supongo que no.

Las dos mujeres se echaron a reír como si la idea les hiciera mucha gracia.

Elizabeth, en cambio, se mantuvo en silencio. Si bien comprendía que mantuvieran a su hermana lejos de los fogones (lo único que sabía hacer Paula eran sándwiches), seguía pensando que a veces su madre la mimaba demasiado.

A su edad ella ya se hacía sus propios almuerzos porque sus padres no podían regresar a casa del trabajo para preparárselos.

—De todos modos, no le vendría mal aprender a cocinar. —apreció Elizabeth, fingiendo sentirse muy preocupada por la educación de su hermana.

—Pero, cariño, acabaríamos con una intoxicación. —bromeó Isabel, apretando con cariño el hombro de su amiga.

—O peor. —añadió Maggie. —A lo mejor acabábamos en el hospital.

En ese momento Billie entró en la cocina. Elizabeth se fijó en que tenía las mejillas sonrojadas por el sol y su piel había adquirido muy buen color. El pelo, ligeramente mojado de la ducha, le caía por los hombros, dándole un aspecto más natural y despreocupado.

Pensó que pocas veces la había visto tan guapa.

—¿Qué hay de cena? Estoy hambrienta. —dijo su ex-compañera con una sonrisa.

—Un poco de paciencia, que todavía queda un rato. —suplicó Maggie, removiendo un poco los macarrones que flotaban en la olla. —¿Te ha sentado bien la ducha? Pareces otra. Tiene otra cara, ¿verdad, Isabel? ¿Tú no la ves más relajada?

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