Piratas
Desesperante.
Era desesperante. Elizabeth supo que aquel iba a ser uno de los días más largos de su vida cuando su madre propuso que se bañaran todos juntos. No solo habían tenido que comer en familia, tomar el sol en familia y jugar a las cartas en familia (cosa que odiaba), sino que ahora también tenían que lanzarse al agua como un equipo.
Intentaba no mirar a Billie, porque cada vez que lo hacía, el corazón le palpitaba muy rápido y sentía sudores fríos. Estaba segura de que a ella le ocurría lo mismo. A veces sus miradas se cruzaban y se quedaban unos segundos así, contemplándose, pupila con pupila. A Lizzy le parecía que los ojos azules de Billie le transmitían infinidad de mensajes. «Me gusta cómo besas; ojalá estuviéramos solas; te quitaría la ropa aquí mismo; quiero hacer el amor contigo».
Cabía la posibilidad de que se lo estuviera imaginando, de que realmente Billie no deseara decirle nada cuando sus ojos se encontraban, pero estaba casi segura de que no era así. Y por eso evitaba mirarla, porque, si lo hacía, era casi como caer por un agujero negro del que luego le costaba horrores salir.
—Lizzy, ¿me escuchas? Ay, hija, qué distraída estás hoy. —le dijo Isabel en una de esas ocasiones.
Parpadeó. Con fuerza. Consiguió salir del yugo de los ojos de Billie, pero por los pelos.
—Sí. Te escucho. ¿Qué quieres ahora? —respondió de malas maneras.
Billie tenían razón. Necesitaban intimidad. Cuanto antes.
—¿Tienes que contestar así? ¿Con ese mal humor?
—Sí, tengo que contestar así. ¿Qué es lo que quieres?
—Que me alcances la crema, me estoy quemando. Está ahí, a tu izquierda, debajo de la toalla.
Elizabeth estiró un brazo y le tendió el bote a su madre. Se fijó en que Paula ya estaba preparada para lanzarse al agua, donde flotaban los padres. Habían anclado el velero en una zona cercana a una cala, podían ver personas de tamaño minúsculo nadando en la orilla, pero en los alrededores solo había otro barco, a cierta distancia. Maggie y Billie se encontraban detrás de Paula, ahora miraban el agua. Mientras Isabel se aplicaba la crema, decidió acercarse.
—¿Está fría? —le gritó Billie a la zona donde flotaba su padre.
—En absoluto. Está perfecta. ¡Lánzate!
Billie puso un gesto de duda, pero se mantuvo en su posición. Paula y Maggie se tiraron por fin al agua. En el barco ya solo quedaban ellas e Isabel, y a Elizabeth se le ocurrió que podían hacerse con el control del velero, tirar a su madre por la borda, arrancar los motores y dejarlos flotando en el agua.
Sobrevivirían. A tan pocos metros de la playa y con otra embarcación tan cerca no corrían ningún peligro. Y así ellas podrían tener su anhelada intimidad. Sí, era una opción, un plan casi perfecto al que le fallaban ciertos detalles. Como por ejemplo qué excusa pondrían cuando los vieran de nuevo. O de qué manera sobrevivirían a la furia de Isabel si se atrevían a dejarles allí tirados, flotando en el agua como corchos.
Elizabeth meneó la cabeza y sonrió. Estaba perdiendo el norte. Que estuviera pensando cosas tan absurdas solo demostraba que su salud mental se encontraba en peligro.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Billie, sonriendo.
—De las estupideces que estoy pensando. Creo que me estoy volviendo loca.
—No eres la única. Yo estaba pensando volvernos piratas y robar el barco para que nos dejen un ratito a solas.
—¿Tú también lo has pensado? —se asombró Elizabeth, arqueando las cejas.
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Otro atardecer
FanfictionHa llegado el verano. Elizabeth quiere irse de viaje con sus amigas, pero nunca ha sido capaz de anteponer sus deseos a los de su madre y tendrá que conformarse con pasar sus únicos días libres en la casita que su familia tiene en la playa. El probl...