Capítulo 21

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¿No?

Cuando llegaron a la casa, Billie estaba más feliz que nunca. Hacía tiempo que no se sentía así de contenta, desproporcionada, como si acabaran de lanzarla en cohete y la adrenalina hubiese tomado control de todo su cuerpo. Había pasado un día estupendo en compañía de Elizabeth. Su plan no consistió en nada concreto.

Fueron a la ciudad en coche, dieron un paseo, se compraron café para llevar mientras caminaban sin rumbo por la zona del puerto, observaron el mar en silencio, se agarraron de la mano y se dieron besos, rieron cuando dos señoras mayores las miraron con desaprobación, y Billie aprovechó para entrar en unas cuantas tiendas y comprar un par de camisetas.

Había sido un día normal, pero también el día perfecto. ¿Eso era el amor? ¿Ser así de feliz con lo cotidiano? ¿No necesitar nada especial, sino tan solo la compañía de esa persona para que todo se volviera apasionante y diferente? Tal vez sí, lo fuera, pero ahora no tenía tiempo para pensar en ello. Habían regresado para darse una ducha rápida, arreglarse e ir a cenar. «Podemos ir a ese restaurante que te gusta tanto», sugirió Elizabeth, y ella respondió con un entusiasmado. Aunque le habría dicho que sí a cualquier propuesta. Solo deseaba estar con ella.

Se robaron un beso en el pasillo y Billie fue corriendo hasta su cuarto. Tomó la toalla para irse a la ducha y sonrió al recordar el día en el que se quedaron encerradas. De eso no hacía tanto, fue al comienzo de las vacaciones, y sin embargo habían cambiado tantas cosas que le parecía un momento mucho más lejano.

Ya tenía seleccionada la ropa que se iba a poner cuando alguien llamó a su puerta y su madre apareció tras ella.

—¿Cómo estás, hija? ¿Qué tal lo han pasado? —le dijo.

—Muy bien, pero voy con prisa. Lizzy y yo vamos a cenar por ahí.

—Lo sé. Isabel me lo ha contado. ¿Pero estás bien?

—Sí, claro que estoy bien, ¿por qué lo preguntas?

Maggie puso entonces una mueca extraña. Dijo «No, por nada», pero allí estaba ocurriendo algo. Su madre no aparecía de improviso en su habitación si no tenía un buen motivo. Su madre no le preguntaba «¿Pero estás bien?» si no había una causa previa de preocupación.

¿Qué estaba ocurriendo?

—¿Ha pasado algo? —dijo. El corazón de Billie empezó a bombear con fuerza. Tenía un mal presentimiento.

—Eso digo yo. —replicó Maggie, sentándose en el borde de su cama. —¿No hay nada que tengas que contarme?

—¿Acaso no lo sabes ya? —Billie la retó con la mirada. Estaba demasiado feliz para tener esa conversación con su madre. Por nada del mundo quería que las tonterías de su progenitora le arruinaran el día.

—Sí, por los ruidos que escuché anoche, creo que me hago una idea...

—Mamá, por favor.

—Pero no es eso lo que me preocupa, aunque no te lo creas. Llevo semanas observándolas, Billie, y después de lo que me dijiste en la playa... —Maggie se detuvo un momento. Puso una mano sobre la otra y suspiró. —Bueno... digamos que he tenido tiempo de hacerme a la idea. Y Elizabeth siempre me ha parecido buena chica. No tengo absolutamente nada en su contra, ni es eso lo que me preocupa. Me parece bien que hayan decidido estar juntas.

Vaya... esto sí que era nuevo.

Después de todo, su madre les daba su bendición y enterraba el hacha de guerra. ¿Se trataba quizá de una estrategia? Billie entornó los ojos con suspicacia, pero cuando los fijó de nuevo en los de su madre, igual de azules que los suyos, supo que estaba siendo sincera. ¿Entonces por qué estaba allí?

Otro atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora