Capítulo 5

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Pasos en la arena

Billie llevó sus pertenencias a la habitación que le habían asignado y sonrió con diversión ante un espejo situado encima de la cómoda. El reencuentro con Elizabeth había sido divertido, aunque aquella chica parecía constantemente ofendida, como si su mera presencia la incomodara. Como si en el fondo siguiera siendo la misma que en el colegio. Pero no había sido tan mala, ¿no? Es decir, por más que lo pensaba, no recordaba ningún enfrentamiento real con Elizabeth.

Simplemente..., no se hablaban.

Pertenecían a pandillas diferentes y no parecían tener nada en común. A Billie le gustaba salir los fines de semana, ir a fiestas, quedar con los amigos. Su vida social de entonces era muy ajetreada.

Por lo que le contaban sus padres, Elizabeth prefería pasar los sábados por la noche leyendo, jugando a videojuegos o yendo al cine con su amiga Carolina.

Billie no era deportista, pero le gustaba ir a los partidos de fútbol de los chicos, a animar desde la grada. Y Elizabeth formaba parte del equipo de baloncesto, así que muchos fines de semana tenía partido, concentraciones o entrenamientos. Pero no había más que eso, una incompatibilidad de intereses y caracteres. O, al menos, ella no recordaba nada verdaderamente ofensivo que pudiera poner a Elizabeth en guardia, incluso tantos años después.

De todos modos, lo último que quería era ser un estorbo, pero sus padres habían insistido en pasar unos días allí y no le quedaba otra que asumir su compañía.

Su madre había sido muy insistente. «Hija, ven, lo pasarás bien. ¿Qué haces tú sola en Barcelona?»

Al principio, tuvo sus dudas. Hacía mucho tiempo que no pasaba unas vacaciones con su familia y no le motivaba en absoluto la idea de compartir casa con los amigos de sus padres. Eran encantadores, pero le daba reparo pasar las vacaciones con aquellas personas que hacía años que no veía. No obstante, unos días antes de decidir su destino, comprendió que no tenía ningún plan ni nadie con quién compartir sus días libres. Jesse ya no estaba en su vida y el resto de sus amigos habían planeado las vacaciones en pareja. Su madre tenía razón: no deseaba estar sola en Barcelona, aguantando el calor y con demasiado tiempo libre para sumirse en recuerdos tristes o dolorosos. Le vendría bien un cambio de aires. Tomó el teléfono y le envió un mensaje: «De acuerdo, me voy con ustedes. Si a John e Isabel no les importa tener una invitada más, me vendrá bien pasar estos días en familia. Pero, por favor, nada de preguntas. No me apetece hablar de lo que tú ya sabes».

Era casi la hora de comer, pero Billie tenía ganas de una buena ducha. Sacó algunas pertenencias de su maleta e informó a su madre de que ya estaba en la casa. Así mismo, les dijo que no se preocuparan, que tenía previsto dormir un poco, por lo que no debían apresurarse en volver de la playa; ya se verían después.

Se sentó sobre la cama y comprobó que parecía realmente cómoda. Eso le hizo recordar la conversación que había mantenido con Elizabeth sobre su mala noche en el sofá y se sintió un poco culpable. Podría haber dormido ella en el sofá, no le importaba lo más mínimo. Y sin embargo, ella había insistido en ofrecerle su alcoba, aunque parecía un poco arrepentida de hacerlo.

Se paseó por la habitación, tomó unas prendas de ropa fresca y entró en el cuarto de baño, observándolo con curiosidad. Allí faltaba algo. Billie sacó la cabeza por la puerta.

—¿Elizabeth?

No hubo respuesta. Aguzó el oído, para ver si podía escucharla. Nada.

—¿Elizabeth? ¿Estás ahí?

Silencio.

—¡Elizabeth!

—¿Qué? —se escuchó un grito desde el otro extremo de la casa.

Otro atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora