Una madre sabe
TONTA.
Esa era la palabra que se le venía a la cabeza a Elizabeth cada vez que veía a Billie.
Tras el embarazoso momento de encierro en el cuarto de baño, era consciente de que no conseguía mirarla sin que esa palabra se formara en su mente. A veces le daba la sensación de que la llevaba escrita en la frente y entonces se rascaba de manera involuntaria, como si así pudiera borrarla con sus propios dedos.
También se ruborizaba hasta la raíz del pelo en las ocasiones más absurdas. Por ejemplo, si se chocaba con Billie recién levantada y las dos estaban en pijama. O si su mirada la traicionaba por un momento y Billie la descubría mirándola fijamente, sobre todo cuando se paseaba en bikini por la casa. Elizabeth se llevaba entonces las manos a las mejillas y las sentía incendiadas, ardiendo, y salía despedida hacia el lado contrario, todo con tal de que ella no la viera así.
Estaba aprendiendo que, después de todo, a lo mejor Carolina y los demás tenían razón. Era muy probable que, sin saberlo, se sintiera atraída por Billie Eilish. Antes y ahora, aunque las hormonas de la adolescencia le habían impedido verlo con claridad. «Te gusta, te sientes atraída por ella y eres una tonta por hacerlo. Pero te gusta.»
Y sí, le gustaba, ahora lo veía claro. Al menos, físicamente, pues de lo contrario, ¿cómo podía explicar su nerviosismo en el baño? ¿Cómo explicar que le hubieran temblado las piernas ante la simple posibilidad de que Billie saliera desnuda de la ducha? ¿O que hubiera gritado hasta perder la voz, para que su hermana abriera la puerta cuanto antes?
Esa noche incluso tuvo pesadillas con el tema, sueños en los que tiritaba y se estremecía de miedo, en el centro de un círculo de personas que la señalaban con el dedo y se burlaban, entre risitas: «Te gusta Billie, te gusta Billie, na, na, na, na, na, na». Elizabeth se despertó empapada en sudor, enfadada con su subconsciente. Sintió ganas de llamar a Charlotte y pedirle que la recogiera, que allí no podía seguir, tenía que poner tierra de por medio.
Al final consiguió calmarse, aunque todavía no estaba segura de que su aparente calma mantuviera a raya las sospechas de su madre. Las alertas de Isabel estaban activadas esos días. Su madre la miraba de modo extraño. Sentía sus ojos clavados en ella cada vez que interactuaba con Billie, como si sospechara que allí se estaba tramando algo, algo que Elizabeth trataba de ocultar. Y no la culpaba.
Sabía de sobra que se estaba comportando de modo extraño. Se encontraba más huraña que nunca, rehuía cualquier tipo de contacto con los demás, por si sospechaban, y pasaba largas horas hablando por el móvil para no tener que estar demasiado tiempo con la familia o Billie.
—¿Ya estás otra vez colgada al teléfono, hija?
Elizabeth se giró. Tapó el auricular y vio a su madre, mirándola con cara de sabueso. Esa mañana habían decidido quedarse todos en la casa. Preferían disfrutar de la piscina.
—Estoy hablando con mi jefa. —replicó, enfurruñada.
—Bien, bien, no te molesto. Pero dile que no son maneras. Estás de vacaciones y debería respetarlas.
Elizabeth le hizo una seña para que se callara y la dejara tranquila. Isabel tomó un tubo de crema protectora que alguien había dejado sobre la mesa y se fue camino de la piscina.
—¿Quién era?
—Mi madre. —dijo Elizabeth.
—¿Y por qué le has dicho que hablabas con tu jefa?
—Yo qué sé, Charlotte, es que está muy pesada. Es como tener todo el día dos ojos encima de mí, pendiente de lo que hago o lo que digo. No sé si puedo soportarlo durante mucho más tiempo. —comentó, recostando la cabeza en el reposabrazos del sofá. Hacía tanto calor que sintió que podría derretirse de un momento a otro.
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Otro atardecer
FanficHa llegado el verano. Elizabeth quiere irse de viaje con sus amigas, pero nunca ha sido capaz de anteponer sus deseos a los de su madre y tendrá que conformarse con pasar sus únicos días libres en la casita que su familia tiene en la playa. El probl...