Capítulo 8

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Carolina

Maggie Baird no era una persona propensa a preocuparse sin motivos. Le gustaba mantener una actitud cauta respecto a las cosas que sucedían a su alrededor y pocas veces sus alarmas se disparaban si no contaba con hechos constatados para hacerlo. Sin embargo, aquella mañana, al encontrarse a su hija durmiendo en el salón con Elizabeth, no pudo evitar sentir una inexplicable punzada en el estómago. Era una escena de lo más inocente. Nada que debiera preocuparla. Las dos muchachas habían dormido en sillones diferentes. Su hija nunca había dado muestras de que le agradaran las mujeres. Y Elizabeth era una chica seria y responsable, jamás la había tomado por una desvergonzada que se aprovechara del estado vulnerable de los demás.

No obstante, Maggie estaba preocupada por su hija. Por su mirada errática a veces. Por sus extraños silencios. Por su férrea negación a hablar de su ruptura con Jesse. Una madre simplemente sabía cuando su hija estaba mal. Y Billie lo estaba. Puede que fingiera en su presencia para no preocuparla y Maggie estaba convencida de que ya no sentía nada más que cariño hacia Jesse. Pero una relación de tantos años no se superaba en un abrir y cerrar de ojos, y a Maggie le hubiese gustado poder sentarse a charlar con normalidad con su hija. Le parecía que solo así podría curarse de verdad, sacar la frustración que llevaba en su interior, cicatrizar. Tal vez por eso al comprobar que las dos muchachas habían dormido juntas, sintió algo extraño, una sensación muy parecida a una premonición, como si estuviera contemplando el principio de algo que empezaba a gestarse muy lentamente.

«Una tontería, se decía a sí misma en el coche», de camino a la playa. «Absurdo, te estás dejando influenciar por las bromas de Paula», opinó, admirando el paisaje por la ventanilla.

Hacía un día igual de precioso que el anterior. El sol en lo alto, el cielo de un azul brillante, las familias cargando con sombrillas, sillas, toallas y cestas para dirigirse a la playa. Realmente no había nada de qué preocuparse, pero allí estaba ese sentimiento, enroscado en su estómago, y por más que lo intentaba Maggie no era capaz de desprenderse de él.

—¿Te encuentras bien? —escuchó que le preguntaba Patrick, su marido, acariciando su mano con ternura, un ojo puesto en la carretera, otro en ella.

—Sí, eso creo.

—¿Algo que te preocupe? ¿Es por Billie?

Maggie asintió.

Quería hablar de ello con su marido, pero le parecía tan absurdo que no sabía ni por dónde empezar. ¿Qué podía decirle? ¿Las he visto juntas y he tenido un presentimiento? ¿Tú crees que Billie podría llegar a sentirse atraída por Elizabeth? ¿Crees que Paula tiene razón?

Observó a su marido unos segundos y entonces meneó la cabeza, mientras sonreía. No, por supuesto que no podía decirle algo así. La tacharía de loca. Cuestionaría si conocía realmente a su hija. Le diría que estaba viendo donde no había, que no podía ser.

Es más, estaba convencida de que Patrick, liberal como era, le endosaría: «¿Y qué si así fuera? ¿Tan horrible es?». Y no, no es que fuera horrible, es solo que, si tenía que ser sincera, no se había imaginado el futuro de su hija así, sino de otra manera. Con una familia tradicional (qué horrible sonaba eso) y nietos correteando por la casa. Que no era que no pudiera tenerlos con una mujer, pero no le parecía exactamente igual, no sabía por qué. Y sobre todo, ahorrarle un posible dolor o sufrimiento a su hija. Eso era lo más importante, la verdad.

Pero estaba yendo demasiado rápido y se asustó de la magnitud que cobraban sus pensamientos. Patrick le estaba hablando y ella ni siquiera le prestaba atención.

—Cariño, ¿me escuchas?

—Discúlpame. Estaba distraída.

—Te decía que no te preocupes por Billie. Es una mujer fuerte. Se le pasará.

Otro atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora