Capítulo 2 ~ Discordia

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Como ya se lo había anticipado Mikasa, el hablar con Frieda fue algo completamente en vano, ya que ella, lejos de sentirse arrepentida o, por lo menos, ponerse en su lugar, sólo atinó a reírse y aplaudir cómo foca, tomando bastante a ligera la situación.

Había decidido hablar con ella apenas llegó de la universidad y, luego de dejarla desternillándose de la risa en la sala, fue a cambiarse rápidamente para irse a trabajar. Sólo los fines de semana podía tomarse un respiro de su agotadora vida de "adulta independiente", pero como no hay mal que dure cien años, sabía que en algún momento de su vida se encontraría recordando aquello sentada en una tumbona y en un playa caribeña con una copa de piña colada en la mano.

No obstante, el haber salido casi a la hora y sumado al pésimo tráfico del mediodía, causó que llegará tarde al trabajo, otra vez.

—¡Ackerman, es la segunda vez en lo que va del mes que llegas tarde!—la sermoneó su jefe, un hombre de mediana edad, casi calvo, enorme barriga y pésimo humor llamado Dimo Reeves—. Más te vale que esta sea la última vez, hace un rato corrí al incompetente de Samuel por haber llegado cuatro veces tarde ya.—La señaló con un dedo—. Y cómo te encuentras casi a punto de seguirle el paso, el día de hoy tomarás su puesto.

La joven dio un paso atrás, cómo si le hubiese asestado un golpe en la boca del estómago, aunque era peor que eso, prefería estar todo su turno yendo de un lado a otro y soportando la altanería de algunos clientes que...

—¿Quieres que me ponga el traje de Parchito? Creo que preferiría limpiar los baños—bufó cruzándose de brazos. Samuel había llegado a trabajar poco después que ella a Le Revees y, al menos para los que laboraban allí, ser la botarga del restaurante era el rango más bajo de todos, ya que aguantar largas horas dentro de ese dichoso traje de chef, era lo peor.

—No me hagas tomarte la palabra—replicó el hombre—, pero tienes suerte, hoy no serás Parchito, sino Parchita, ayer compré el traje en versión femenina.

Fue de esa manera como la Ackerman debió soportar alrededor de seis horas parada con el traje puesto, ahogándose de calor y pretender, al mismo tiempo, que disfrutaba hacer eso cuando lo que más deseaba era largarse ya.

—Vaya, pensé que no lo lograrías—le dijo Annie, ella era otra de las meseras del lugar junto con Mikasa e Ymir.

El restaurante se encontraba a punto de cerrar, sólo quedaba un tipo joven comiendo en una de las mesas del fondo.

Por lo mismo, es que la chica había decido ir a la trastienda, en dónde solían haber algunos armarios para dejar los uniformes y demás ropa.

—Estoy sudando hasta por lugares que no quiero mencionar—gruñó ella hastiada, se sentía muy incómoda y el cabello lo tenía pegado a la frente y el cuello—, ayúdame a bajar el cierre de esta cosa si es que no se ha derretido ya.

—Creo que preferiría seguir siendo mesera el resto de mi vida o ayudar en la cocina antes de usar esta cosa—señaló Ymir con una mueca—, además no imagino lo mucho que debe apestar allí dentro.

Mikasa le dio una mirada sarcástica y estuvo por replicarle, pero Connie apareció de forma repentina.

—Eh, chicas, el jefe nos está llamando a todos, parece que quiere decir algo antes de dejarnos ir—comentó de forma acelerada; aún llevaba el chaleco con el logo del restaurante. Él era el repartidor del local y bastante ágil usando una motoneta.

Las tres se miraron entre sí, por lo que Annie ya no tuvo tiempo de bajarle el cierre a Mikasa y así como estaban, fueron a ver qué ocurría.

La pelinegra fue la última en llegar, el traje era considerablemente ancho que pasar por el pasadizo y la puerta le fue algo complicado, pero si creía que su día o, mejor dicho, su semana no podía estar peor, acababa de descubrir que no, aún podía ser muchísimo peor.

SIMBIOSIS | EreMika AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora