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La mañana del veintiocho de abril desperté con la tragedia de tener dieciséis.

No esperaba un desayuno ameno rasgando papel de regalo, nunca comía en casa y apenas recordaba si alguna vez lo hice, no me quedaban más que resquicios de esos recuerdos. En la congregación no celebrábamos fechas especiales más que la pascua y las navidades en enero. La edad no era relevante, el tiempo era un concepto ambiguo, vivíamos bajos el orden de las leyes divinas, decisiones de Dios a través de los iluminados.

Pero, era imposible para mí sepultar el sentido mágico que mamá dio al día de mi nacimiento. Pese a que mis recuerdos se hallaban escondidos bajo la neblina del olvido, lo percibía como un abrazo del viento.

Ese día fue el primero que no quise que llegase, cuando pasas los quince años de vida, significa que eres lo suficientemente fértil para buscar un esposo y construir un hogar. Eres una mujer frente a la sociedad, con deberes que esperas que cumplas con recato y adoración.

Las ganas que tenía de fundirme en el colchón eran insensatas, quería con desespero quedarme el resto del día en cama, orando por la interferencia de Dios y así como lo hizo con las memorias de mi madre, borrase a papá y a Tully esa idea. Pude apaciguar el inquietante sentimiento cuando recordé que, si Annette no había pasado por ese proceso aún, yo estaría bien, por el momento. Tendrían que encargarse de ella primero.

Quizás no ocurría porque ya no era una virgen, nadie la quería sucia de pecado. Vergüenza y culpa pincharon mi corazón con crueldad. Yo no estaba lejos de ella, seguía sus pasos de cerca.

Me senté en el filo de la cama luego de oír los golpes en la puerta, mareada por el movimiento repentino, noté una pequeña caja de terciopelo negro encima de la mesa. Tomé la caja, debajo del obsequio había un trozo de papel. Desplegué el pedazo de hoja para leer.

"Te infringes golpes como si merecieras un castigo, deja de preocuparte por el placer que te regalas, no existe versículo en la palabra de tu señor que lo condene.

Pd: Feliz veintiocho."

Un escalofrío me erizó la piel. No quise mirar detrás de mí, a la ventana, no había otra manera de que alguien me observara mientras cometía un acto impuro, a menos que estuviese dentro y la idea me volcó el estómago trágicamente.

Sentí el peso de mil ojos en la nuca y dolorosos retorcijones en medio de las clavículas. ¿Quién podría ser si no Melhor? ¿Me habría visto esa noche de la discusión por el vestido? Pero, ¿por qué esperó estos meses? ¿Estuvo esperando que yo hiciese lo mismo que ellos? Si es así, ¿significa que me estuvo mirando todo este tiempo?

Dos fuertes golpes contra la madera estallaron el domo de tensión enjaulándome.

—¡No escucho el agua correr, Agnes! ¡Levántate, perezosa!—gritó Tully desde el otro lado de la puerta.

Anduve de esquina a otra con la caja en la mano, ningún sitio me parecía seguro, ni siquiera encima del clóset. Luego de minutos de tensa indecisión, la dejé dentro del bolsillo de un abrigo. No espié lo que guardaba, si mis sospechas eran ciertas, hallaría un bicho disecado.

Tomé una ducha veloz, rehuyendo de los gritos de Annette o Tully. Me trencé el cabello camino a la entrada, dónde Melhor esperaba con el auto encendido.

La nota ocupó mis pensamientos, algo dentro de mí se contrajo en una sensación incómoda cuando posó su extraña mirada en mi expresión.

—¿Quieres algo de mí, Agnes?—preguntó, esbozando una sonrisa que me hizo retroceder un paso.

La Petite Mort IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora