༺8༻
Un mes. Transcurrió un mes desde el asesinato de Rodrik, perdí un mes de vida, despertando exhausta con la mirada enmarcada por surcos morados, de pasar noches a la semana en alerta constante, vislumbrando el final acecharme detrás de las cortinas.
En esas alturas, mis miedos se transformaron en una aburrida espera.
Ulrich Tiedemann era un singular, bastante extraño, conocía poco del mundo y la gente que lo rebosaba, pero tenía la certidumbre de que no existía dos como él. Pasaba las noches postrado fuera de la ventana, se hizo un cómodo nido dónde consumía cigarrillos como un maniático y devoraba libros enteros en unas horas.
Llegaba después de la cena, a veces los martes, a veces los viernes, siempre los domingos, tocaba la ventana con uno de sus anillos para advertir de su insufrible presencia y me revolvía las sensaciones con la sonrisa sardónica que esbozaba.
Creó una rutina exacta, no cambiaba nada, no hacía siquiera el ademán de ingresar, su raro actuar comenzaba a desmoronar mi buen juicio. En más de una ocasión enterré los talones en el piso para contenerme de ir hasta él, no soportaba la idea de acostarme y despertar con un cuchillo enterrado en la garganta. Me aseguró con toda la severidad que exudaba que su peculiar atención tenía el objetivo de matarme, pues que lo hiciera pronto, porque el sentimiento de desasosiego que su sombra inicialmente me causaba, se debilitaba con el pasar de las lunas.
Su estoico mutismo me hastiaba mucho más que la sarta de palabrería que brotaba de su boca. Estaba dispuesta a ponerle el cuchillo en la mano antes que sentirme plácida con el perturbador arreglo que impuso entre los dos.
Y no me sentiría tan atacada si su porquería se diese en mi privacidad. No conocía que clase de acuerdo tenía con el resto de la población, pero no podía librarme de su nombre ni siquiera en suelo sagrado. Era un espectro en mi vida, un fantasma errante, persiguiéndome a dónde sea que fuese, destrozando mi claridad mental, y no existía manera de deshacerme de él, ni con el exorcismo más cruel.
Se especulaba de su opulente vida desde que salió de la academia militar, de la que me enteré por cuchicheos de chicas del internado que se vanagloriaban de probar el pecado servido por las manos de ese ser despreciable.
Él descubrió mis secretos sucios porque él así lo quiso, en cambio yo, me enteré de ciertos fragmentos de su vida porque se convirtió en el personaje preferido de las dichosas alumnas inocentes que tenía el cuello decorado por la hipocresía, justo como yo, con un crucifijo de castidad.
Ulrich Tiedemann no tenía la reputación trozada como creí. De él no se oía nada más tenebroso que asesinó a compañeros de la academia, los creí, pero de Rodrik nada se murmuró, su muerte pasó por encima de las cabezas, como si no valiese ni la presunción.
Era el nuevo heredero favorito de los medios, dueño de un atractivo y misterio que embaucaba como moscas a las jovencitas del país.
Entonces supe que papá tenía razón, su familia no solo tenía dinero, también poseían poder, inmensurable poder, porque no comprendí como podía salirse con la suya cada vez que le apetecía. Me enfurecía que tratase su libertad como una oda al libertinaje. Tenía el mundo servido en bandeja del oro más puro y prefería escupir en ella que agradecerlo.
Lo más trágico en su vida, era que nunca se le veía con muchacha más de unos cuantos minutos de amena charla, ninguna era lo suficientemente adecuada para compartir sus paseos románticos a caballo en la bella primavera, en ese club de élite al que asistía los domingos.
O eso era lo que decía Chiara Ferrara, hija de un empresario de prestigio de la ciudad. Se le desgastaría la lengua de tanto parloteo sobre lo maravilloso que era tratar con él, lo atento que solía ser, ¡vaya, el buen amado Ulrich! Le enseñó a domar a su yegua Golondrina con la paciencia de un santo, casi le creí lo perfecto y apasionado que se comportó con ella esa noche, de no ser poque esa misma noche a esa misma hora, estaba sentado afuera de mi ventana como un lunático leyendo filosofía, porque se encargó de mostrarme el libro y regodearse con una mirada con que era mejor que mis libros libidinosos y diarios de Anїs Nin.
ESTÁS LEYENDO
La Petite Mort I
RomanceDel fran. 'La Pequeña Muerte'. Acto de melancolía y trascendencia del espíritu al alcanzar la cúspide del éxtasis sexual. ... Criada en el seno de una familia de estrictas...