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Me cobró segundos registrar la intromisión de Annette. Mi cuerpo no se recuperaba de los estragos de Ulrich cuando ella emergió de la nada, trayendo en la histeria de sus ojos más de un fatal presagio.
Me cuestioné si se atrevió a escuchar todo el asunto o tan solo el intercambio final. No tenía nombre ni como identificar el palpitante instinto que me decía que eso ocurrió, que escuchó todo y la sospecha hirvió en mi sangre, ni por asomo vendría con estos gritos con Ulrich parado y erguido a mi costado. Ella, haciendo alarde de su generosa cobardía, esperó mi soledad para arremeter contra mí.
Tomé la tela cubriendo la sucia de la mezcla de desperdicios de Ulrich y míos con los dedos trémulos, francamente furiosa por la desfachatada hipocresía que destilaban sus palabras.
Comenzaba a certificar que los pecados pesaban y tomaban significado si los cometía solo yo, puede que mucho peores con las reacciones desorbitadas que me recaían, porque ella no podía verse más estúpida profiriendo esas acusaciones, nada más que esas.
Dentro de mí, como el fulgor de una vela volviendo a la vida, el calor de la rabia expulsó el frío que atrajo su entrometida visita.
—Luces ridícula actuando con sorpresa─espeté sin detenerme para sopesarlo─. Tú te revuelcas con Melhor todas las noches, el mismo del que tanto pregonas en el templo, es tu hermano.
Retrocedió un paso indeciso, la impresión rasgó la superioridad de su rostro. El tono aversivo de mi voz le tomó por fuera de guardia, Annette ya sabía que yo no desconocía sus prohibidas aventuras, se lo eché en cara la noche que Melhor destruyó mi vestido rojo, pero nunca me enzarcé en una disputa con ella ni con nadie, que ambas callásemos esos secretos fue un sucio y silencioso trato.
Atribuí la culpa de mi exaltación a la discusión con Ulrich, me hartaba tratar con sus ínfulas y su necedad por imperar en mi vida, a pesar de que él se consagraba con una gran porción de eso, tenía que admitir con Dios y conmigo, que morderme la lengua y callarme era lo opuesto a lo sensato.
Prefería ser señalada como un saco de carne y pecados, que ser definida como un envoltorio de huesos y humillaciones.
Annette me escrutó con recelo y desidia. Su mirada grande y desorbitada atravesó una amalgama de emociones, desde el pasmo hasta el susto, para acabar remendando su postura en la conocida mueca de supremacía y ventaja al que estaba habituaba.
Como la detestaba, por mi Dios que no soportaba el fruncimiento de su nariz y el alza de su pequeño mentón, me recordaba a esas víboras cuando le soplan una flauta.
—No hagas esto sobre mí, estás sucia de pecado, ¿y te atreves a señalarme a mí?
—Tú me das el mismo trato inmundo, Annette─contesté, pasé saliva para calmar la inquietante tensión─. Yo también me harto de poner la otra mejilla, me canso y aburro de ustedes y sus insultos. Estas quejas eran lo último que esperaba de ti, de ti, precisamente.
Me sentía envuelta en fuego por segunda vez en la noche en circunstancias contrarias, sentía que me desbordaba de ira, que se escurría como lava de entre mis dedos.
─Es tu culpa, papá te ofrece una familia disciplinada, ¿y como lo pagas? Con tus caras cada oportunidad que tienes. Dios no puso a estas personas en nuestra vida en vano, deberías arrodillarte y agradecerle a nuestro señor por la consideración nos tuvo─sacudió la cabeza, el disgusto desbordaba sus ojos—. Ulrich Tiedemann asesinó a Melliot, ¿no es verdad?
Su pregunta causó un remolino de infortunios, derruyendo las columnas que me mantuvieron estricta y recta.
—Si tanto quieres saberlo, ¿por qué no se lo preguntaste a él?
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La Petite Mort I
RomanceDel fran. 'La Pequeña Muerte'. Acto de melancolía y trascendencia del espíritu al alcanzar la cúspide del éxtasis sexual. ... Criada en el seno de una familia de estrictas...