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Las brutales sacudidas y murmullos insidiosos me extrajeron del sueño profundo que me absorbió.

—Agnes, despierta ya—escuché la voz autoritaria de papá—. ¡Agnes! ¡Despierta!

Abrí los ojos despacio, hastiada por los tratos. Cada vez que mi mente tenía la intención de esclarecer la bruma que me aquejaba, un remesón dispersaba los retazos de pensamientos, perdidos como trozos de rompecabezas.

—¡Espabila niña!—las manos de Tully encajadas en mis clavículas me produjeron un sonido de malestar—. ¡Han matado a Rodrik Bauer! ¡Le rebanaron el cuello como a una gallina! Dios, ten piedad de nosotros. Agnes, al pobre muchacho le cortaron la lengua y tú estabas allí, ¿qué viste? ¡Dime que fue lo que viste!

Me senté en la cama en un movimiento confuso a mis ojos, empañados aún por el letargo pesado sobre mis párpados. Un escalofrío viajó por mis huesos y desembocó todo su ímpetu en mi garganta, donde se anudó fuertemente.

Los recuerdos se unieron, encajaron uno a uno en los espacios desolados de mi mente. La información, las imágenes proyectándose, los sonidos. Parecía que se trataba de una pesadilla, pero como prueba de su veracidad, mi vestido rosado exhibía una asquerosa mancha roja en la falda.

Mi corazón latía desbocado, escuché el correr de mi sangre en mi cabeza.

—Fue Ulrich Tiedemann—confesé sin pensar, sin filtrar lo que pensaba—. Él lo mató.

Tapé mis labios con una mano, razonando lo que solté como si fuese una cuestión nimia. La otra se ocupaba de cubrir ahí, donde mi pulso parecía querer rasgar mi piel.

—Pero, ¡¿qué dices, niña tonta?!—ladró Tully, sus ojos resaltaban en su tez roja de furia—. Nadie de esa familia visitó el templo jamás, debes estar confundida, habrás sido la impresión.

Bajé la mano, pegando un puñetazo en mi regazo, la rabia emergía de mí como un volcán. ¡¿Para qué me cuestionaba si no me creería?!

—Sí fue él, Ulrich Gustav Tiedemann, ¡me dijo su nombre!—me defendí, arrugando entre mis dedos temblorosos mi vestido sucio—. Vi como la cuchilla traspasaba su piel, vi la sangre, además, él...

Me detuve antes de revelar el secreto que me estuvo perturbando. No podía decir aquello, no podía, corría el riesgo que ese loco tomase venganza desvelando lo que yo hice. Un pecado por otro.

Una sensación estremecedora revistió mis latidos. El daño ya estaba hecho.

—¿Él qué? ¡Habla!—me apremió una impaciente Tully, pero sacudí una negativa.

Sufriría las consecuencias de mis actos indecentes preparada, pero él también. Su futuro no se veía demasiado luminoso, porque yo pagaría la condena a mano de las leyes celestiales, él además de esas, tendría que tolerar las leyes terrenales.

Papá caminaba de una esquina a otra en la habitación del párroco principal en el templo. Se oían las voces y pasos apresurados provenientes del área de adoración. ¿Seguiría por allí? No lo creía, debió largarse como el cobarde que era.

—Escúchame, Agnes, vendrán los oficiales a preguntarte sobre lo ocurrido y tú no dirás nada—sentenció Edinson Becker en un susurro.

Mi corazón se saltó un latido.

—Pero papá...

—¿Tienes idea la clase de poder que tiene esa familia? Perderás la vida antes de ver a ese muchacho en prisión, ¿quieres eso? Claro que no—levantó una mano hoscamente cuando quise rechazar la idea—. Cierra la boca y miente, di que no viste nada, el asesino tenía la cara cubierta, lo que sea, pero si de tu boca sale ese nombre, tendremos problemas.

La Petite Mort IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora