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            Tragué el pedazo de pan con dificultad. Me sentía tan rígida que fue como sentir una roca bajando. Hería mi garganta.

Las mañanas de principios de verano solían cargarse de la energía que emergía de la visita ocasional del sol. Faltando menos de dos semanas para culminar el año escolar, los murmullos revelando los maravillosos planes que tenían a la vista aliviaban la densidad en el aire que la aterradora estampa de la abadesa proveía.

Los primeros días de junio estuvieron marcados por el trágico asesinato de Melliot, su repentina muerte estremeció a los feligreses. El miedo que produjo la partida de Rodrik fue el preludio a las reacciones de pánico, paranoia y descontrol en cadena que los homicidios generaron en la congregación.

El culto del domingo se realizó ensombrecido por los estridentes alaridos de Tully, desecha y destrozada a los pies de la gigantesca cruz, clamando por su resignación.

La gente compartía productos y armamentos de seguridad para sus hogares, otros contrataban agentes de seguridad o incluso los doblegaban, realmente pequé más de una vez en la semana, rememorando, con los labios prensados manteniendo a raya una sonrisa de sorna con frías pretensiones de manifestarse, las ocasiones que escuché gritos dirigidos al cielo, pedidos desesperados a Dios por su intervención, pues decían que el mismísimo diablo andaba suelto y merodeando por el templo.

El viernes, luego de unos días terribles de un cansino desconsuelo por la mujer que compartía cama con mi padre, él permitió que Melhor nos acercara al colegio antes de despedirse y largarse a la capital con una maleta y los bolsillos repletos de efectivo. Si alguien serviría de carne para cañón, seríamos Annette y yo, Tully no podría permitirse perder a un hijo más.

—Realmente hay algo maligno en ti, no nos harás creer otra cosa con tu cara de mosca muerta—susurró Evy, con los labios tan presionados que escupió la avena que tragaba—. No has derramado ni una miserable lágrima por tu hermano.

Inspiré profundo, la respuesta altiva regresó con el suspiro del aire tibio. Tenía que aceptar que tenía un poco de razón, solo una pizca. Mentiría si dijese que su partida me desgarraba el alma, dolía, como lo haría por cualquiera. Era un sentimiento liviano producto de la inherente compasión. Melliot era cruel, no a los niveles pérfidos de su hermano, pero le seguía los pasos de cerca.

Me perturbaba más que admitir que odiaba que fuese él y no el otro engendro, Dios misericordioso me concediese el perdón, pero sentía mi estómago retorcerse de una pesada mezcolanza de ira, resquemor y vergüenza al reproducir en mi mente la vez que rasgó mi hermoso vestido con su navaja. Me preguntaba si Ulrich habría hecho lo mismo con la garganta de Melliot.

Colocaba toda mi voluntad y ganas en desaparecer esos feos sentimientos. Me hacían sentir sucia, como una mancha abarcando mi pecho, pero descubrí que las emociones, pensamientos y respuestas físicas eran arduas e imposibles de gobernar.

Esos días de duelo impuesto me hicieron fijarme en lo humana y absurdamente vulnerable y hasta ingenua que llegaba a ser. Podría desear sentir o querer algo con todas las ansias posibles, pero el instinto se coronaba victorioso y ganaba la batalla.

—El duelo es personal, Evy. Dios nos quiere fuertes y así es como actúo—revolví el desabrido desayuno—. Comprenderás, que soy un roble, no una de sus endebles hojas.

La escuché bufar antes de que los pasos contundentes de la hermana Glorietta retumbaran en el gris comedor sombrío de melancolía.

—Lamentamos su pérdida, Annette, Agnes. Melliot descansa en el regazo de nuestro señor. Dios todopoderoso en su gran sabiduría, les dará consuelo a sus corazones—mi respiración desapareció, se ocultó en mis duros latidos, cuando la mano pesada de la madre superiora se posó en mi hombro—. Jovencitas, recuerden que Dios es la calma y solución a nuestros males, aférrense a él, pues todo lo que arriesgue su fe, es una prueba y como la palabra lo manda, frente a cualquier tormenta, en nuestro rostro el gozo jamás debe faltar—percibí como daba ligeras palmadas sobre la cabeza de mi hermana—. Annette, tú presides la oración de la mañana.

La Petite Mort IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora