9. La misión de Jaken

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Jaken era un ser sumamente eficaz siempre y cuando se tratara de llevarle información a su amo o hacer algún encargo que el joven señor Sesshomaru le pedía. Y aunque no lo creyera, su amo reconocía esa labor pero jamás lo expresará ni diría absolutamente nada.

Hacía algunas semanas que Jaken se había encontrado a su amo, Sesshomaru lo estaba esperando porque le tenía una misión especial. Su joven señor le había indicado que tenía que vigilar cada uno de los movimientos de la bonita joven de piel delicada y cabello castaño que se encontraba viviendo en la mansión de la provincia de Kawaakari.

El nombre de aquella jovencita era Rin, uno bastante corriente para una señorita de alta categoría. Pero además de vigilar a la jovencita, debía de enterarse de cada uno de los movimientos que se hacían en esa casa.

Su trabajo como espía había dado buenos y fructíferos resultados: había escuchado aquella conversación entre la señora de la casa y la joven. Una historia que le interesaría a su amo porque en esta se involucraba a su madre, pero sabía que no debía darle tanto crédito a esa humana llamada Sara.

Era una historia muy fantasiosa para su gusto personal. Así que esperó pacientemente fuera de ese lugar cuando vio como Ame, aquella demonio que se hacía pasar por una sirvienta, se perdía entre las copas de los árboles de aquel frondoso bosque. Trató de seguirla, pero una barrera que no pudo atravesar se interpuso en su camino.

Cómo no podía hacer nada ante aquello, se adentró sigilosamente a la mansión para verificar los libros que se tenían sobre el manejo de la provincia. De seguro si leía eso, podría darles certeza a las palabras de la señora de esa mansión.

El pequeño demonio estuvo revisando algunos pergaminos que databan de 200 años antes del nacimiento de la jovencita. En ellos no había ningún registro sobre una deuda con algún general del ejército imperial, todo se trataba de una treta de la madre para poder casar a la joven con el demonio Kirinmaru.

Antes de que Ame hubiese llegado, el pequeño demonio salió de prisa de aquella mansión con información muy valiosa. Pero antes de irse, pudo apreciar a la joven que tristemente se había sentado en el pasillo que daba a su habitación, percibió aún en la oscuridad que ella llevaba un extraño relicario.

El hombrecillo corrió lo más rápido que pudo y montó al dragón de dos cabezas que había llevado consigo. Durante el camino de regreso al shiro*, Jaken pensó en aquella peculiar pieza que cargaba la joven en su cuello.

Indagando aún más en su memoria, recordó que en un antiguo pergamino leyó sobre ese tipo de relicarios. Eran muy extraños porque permitían ocultar la esencia de la persona que lo tenía e incluso hacer invisibles en caso necesario de aquellos quienes lo portaban y esos eran difíciles de conseguir porque sólo los que estaban ligados al inframundo podían obtener uno: el general perro que murió hacía cientos de años y por supuesto, la madre del joven señor: Inu No Kimi, y dado al historial que conocía sobre la relación de la señora con la familia Asano, no tenía dudas que ella era quien le había entregado aquella reliquia a la niña.

¿Pero por qué lo había hecho? Jaken había llegado a la conclusión de que esa niña que el joven señor había mandado a vigilar, no se trataba más que aquella alma que tanto había esperado su amo.

¡Y pensar que el señor Sesshomaru buscaba el alma de la jovencita en un hombre! Por su puesto, él no sería quien se lo recordara.

Sin duda su amo era muy astuto, pero la madre de este, Gobodo-Sama si que había elaborado un ingenioso plan… bueno, su señor había descubierto a la jovencita, ahora sólo era cuestión de tiempo que pasara todo aquello.

-Y pensar que el gran señor Sesshomaru está ligado a esa niña- comentó el demonio verde.

Después de un rato de vuelo junto al dragón, Jaken llegó al shiro en donde vio a su amo el cual estaba sentado con la espalda recargada en una de las paredes del lugar y la vista era espeluznante: Sesshomaru como de costumbre estaba lleno de sangre, su cabello, su rostro, las ropas que deberían ser de un inmaculado blanco, se habían teñido de un vivido color carmesí. Y al igual que en las anteriores ocasiones lo único que resaltaba en él eran sus ojos dorados.

Por un momento el pequeño demonio dudó sobre darle aquella información, pero tenía que decirle al señor Sesshomaru todo lo que había encontrado…

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