17. La llegada del Rey Bestia Kirinmaru

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Hacía ya algún tiempo que Kirinmaru estaba a la espera de la respuesta de la familia Asano tras la propuesta de matrimonio realizada a Rin, pero esta jamás había llegado, ¿Será que se habrán arrepentido?

¡Qué osadía de esos humanos! ¿Cómo se atrevían a dar para atrás un trato? Todo era culpa de esa mujer, Sara. Ella era la mayor causante de los problemas, pero también el Rey Bestia debía de poner las cartas sobre la mesa ¿Sería sólo culpa de la Asano?

Por supuesto que no. También tenía otra amenaza bajo su yugo, y eso no era más que causado por Inu No Kimi. Para ser sinceros, el demonio había mostrado desde que conoció un peculiar interés por la joven Rin, una muchacha bella, misteriosa, amable… pocos humanos pueden tener esa descripción, pero su obsesión acrecentó desde que supo que esa mujer era el destino de Sesshomaru.

¿Qué pasaría si el joven demonio supiera que profanó de maneras muy mundanas el cuerpo de Rin? De sólo pensarlo su cuerpo de llenaba de éxtasis que lo hacía imaginar cómo sería, cómo se sentiría recorrer la nívea piel de la chica… Sonreía ante esa imagen.

Sus ojos brillaban, su sonrisa se volvía aterradoramente atractiva, su respiración se descontrolaba de tan solo saber que se robaría lo más preciado para el insoportable hijo de Toga.

Pero antes que nada, antes de imaginar a su futura esposa bajo las finas telas de seda que el sólo quería que trajera puestas, debía de ir y formalizar ese matrimonio lo antes posible, porque de una cosa estaba seguro, nadie, absolutamente nadie ni el mismo Sesshomaru lo alejaría de ella.

Estaba dispuesto a iniciar una guerra.

Estaba dispuesto a asesinar a Sesshomaru.

Estaba dispuesto a mandar al inframundo a Inukimi.

Él haría muchísimas cosas para estar con ella, porque así tuviera que hacer lo que tuviera que hacer, nada ni nadie cambiaria sus planes, nadie intervendría porque él mismo haría su destino, el de ella y arruinaría a cualquiera que pensara lo contrario.

No le importaba lo que pensara su inestable hermana, sus súbditos, los demonios que le servían. El demonio mirando la bóveda celeste sonrió y se juró que nada se interpondría en sus decisiones y su decisión era clara: tener a la más bella flor de esas tierras.

Así que el demonio emprendió vuelo hasta la tierra de Kawaakari. El viento rompía en su rostro; su cabello ondeaba al compás de las nubes que parecían querer desatar una tormenta en la tierra, ese ser hermoso, también brillaba a la luz de la luna, aunque el prefería los primeros rayos del amanecer para que su elegante y gran figura, brillara por la luz del sol.

Pasaron pocas horas cuando llegó a ese lugar. Era de madrugada, lo oscuro del cielo nocturno, la posición de la luna y el frío de ese sitio se lo indicaban, pero había algo que cambió desde la ultima vez. Un aroma, un aroma muy peculiar.

Era algo dulce, a flores veraniegas, al sol, a la luna, a las estrellas. Era ella. Debía de ser ella. Sigilosamente y aún sabiendo que cerca de ahí rondaba la sirvienta de Inu No Kimi, se adentró a la alcoba de la dueña de esa fragancia tan atrayente, tan deliciosa, tan lujuriosa…

Y ahí estaba, postrada en ese futón, con un nemaki blanco que se ajustaba a su cuerpo. Su cabello negro resaltaba, sus labios rosas, sus mejillas sonrosadas… era hermosa, perfecta, con ganas de tomarla ahí mismo, reclamarla, pero si hacía eso se vería mal, al menos para las leyes humanas, sería una aberración.

Así que después de observarla un momento decidió que era hora de irse, al menos hasta el amanecer en donde exigiría de una buena vez, el matrimonio con esa mujer.

Estaba caminando tranquilamente por el jardín de esa mansión cuando esa presencia se sintió. Esa molesta demonio estaba ahí.

-¿Irás a avisarle a tu ama que estoy aquí?

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