2. En la faz

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La espera para el gran demonio se volvía cada vez más insoportable, una tortura que lo consumía más y más, desatando su furia y sus ganas de asesinar. Habían pasado ya 150 años desde aquella última vez que conversó con su madre, esa madre que se burlaba de él.

El yokai estaba más que furioso, en su orgullo y en su mente aún se rehusaba que él, un gran demonio de sangre pura, tan poderoso, tan despiadado, tan fuerte, fuera el simple perro faldero de un ser que ni si quiera había nacido y que quizás nunca lo haría.

Pero al contrario de su mente, el corazón de este ser estaba cálido y paciente a la espera de esa alma ¿Cómo sería? ¿Quién sería? ¿Por qué tarda tanto en llegar? Eran preguntas que Sesshomaru se hacía y por más que lo intentara, jamás tenía respuesta.

Un día, el joven demonio se hartó de estar vigilando constantemente aquel reloj, así que le dejó una única encomienda a su sirviente: cuando el reloj parara, lo buscaría para ir por aquella alma.

Así habían pasado décadas, en el cual el hombrecillo cumplía a pie de la letra las órdenes de su joven señor.

Durante todos esos años Sesshomaru se dedicó a observar a lo lejos a su medio hermano, un hanyo, un pobre diablo que su padre en el momento más aberrante había creado durante la fornicación con una humana.

Si bien, deseó con todas sus fuerzas matar a la madre de ese ser, no lo hizo, porque a pesar del degenere de su padre, lo respetaba y no lo haría pasar por dicho dolor, pero eso no le impedía el acabar con otros seres pestilentes.
Quién le diría que esa sería su sentencia, que en ese momento su padre procedería cómo lo hizo en contra de él y nada más que apoyado por su propia madre, una mujer sínica, sin escrúpulos, meticulosa y que también tenía aversión por los humanos.

Sin embargo, Inu No Kimi le había dicho que todo tenía sus límites y que él los había arrebazado.

-Sigues observándome desde la distancia maldito canalla, ¡Ten las agallas y enfrentaré a mi Sesshomaru! -gritó el joven hanyo.

-Eres tan patético Inuyasha, eres un ser vil y despreciable que ni siquiera mereces ser tocado por mi espada.

-¡Ja! Una espada que no tiene filo.

-No me provoques híbrido, que te desharé con mis propias manos.

-Inténtalo, pero recuerda entre más demuestres tu horrible naturaleza, más condenado estás y jamás la tendrás.

Esas palabras hicieron enfurecer a tal grado al demonio, que se abalanzó sobre su hermano quien lo recibió con aquella poderosa espada que su difunto padre le había heredado.

Sesshomaru se sentía humillado, ¿Cómo ese imbécil tenía conocimiento de su penitencia? Su padre no podría haberle dicho, mucho menos la humana que fue la madre de ese imbécil, entonces la única que quedaba era… su propia madre.

-¿Qué más te ha dicho Irasue?

-¡Todo mundo lo sabe, idiota! No sólo esa horrible mujer. La necia de tu madre sólo me dijo unas cuantas cosas- contestó Inuyasha que aún forcejeaba con su hermano el cual lo estaba estrangulando.

Sesshomaru sólo sonrió de lado, soltó a su hermano el cual estaba a punto de morir en sus manos, pero se detuvo, no porque sintiera un apego, sino porque entre más mataba, más tiempo debía esperar.

-Entonces debes saber Inuyasha, que todos los que se burlan de mi mueren al instante, pero sólo por hoy no tengo la mínima intención de manchar mis manos con tu asquerosa sangre.

-¡E-eres un cobarde…!- dijo el hanyo tratando de recuperar el curso normal de su respiración.

-Piensa lo que quieras, pero ten en cuenta que yo mismo te quitaré la vida algún día.

En mi eternidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora