7. El primer encuentro

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Después de que Sara cometió aquel error, Rin no pudo sentirse más culpable que nunca, ella era su madre y le dolía ver cómo ésta sufría por causa suya. Había intentado varias veces hablar con ella, pero como si se tratara de la peste, su madre se había negado porque no quería tenerla cerca.

Su padre pronto tendría que partir de nuevo, tenía que hacer unos negocios cerca de las montañas del sur del país, por lo que le demoraría al menos tres meses en volver a casa.

Y como la última vez, Rin pidió a su padre poder acompañarlo, para desgracia de la infortunada, esos viajes se tornaban peligrosos que no podían arriesgar al tesoro más preciado de Kawaakari* una hermosa provincia rodeada de ríos y bellos paisajes.

Eran quizás poco más de las 5 de la tarde, había pedido permiso a su padre de poder salir a caminar un poco, con la única condición de que ella volviera antes del anochecer. Así que le quedaban al menos dos horas para recorrer el bosque en compañía de Ame o eso era lo que a su padre le hubiera gustado.

Rin, sin decirle a la sirvienta a su cargo, salió de su hogar vistiendo una simple yukata y unas sandalias. Traía consigo una capa así que fácilmente podría moverse por el bosque, recoger flores y quizás encontrarse con algo sumamente maravilloso.

Y así lo hizo se adentró en el bello lugar que parecía estar encantado. Desde pequeña Rin podía ver cosas que los demás no, tenía una gran visión y podía escuchar, observar y sentir a los espíritus que vivían en esos mágicos lugares.

No hacía frío en ese día, pero el viento estaba helado. Se preguntaba si alguna vez su madre la trataría mejor, pero por alguna injustificada razón, ella había dejado de quererla “Tal vez si le llevo flores, mi madre dejará de estar enojada conmigo."

Así que la chiquilla empezó a cortar bellas flores de todos los colores que encontraba en el camino, podría ser un detalle soso para alguien como Sara, pero su padre siempre le había dicho que los regalos sencillos eran los más preciados y significativos.

Tan concentrada estaba que nunca se percató que a lo lejos la observaba un ser sobrenatural que estudiaba cada uno de sus movimientos, que podía sentir su peculiar presencia “Debe ser ella” pensó.

Detalló aún más a la muchacha: ojos bonitos, rostro perfecto, bonito cabello… sería buena para procrear descendencia… de seguro al demonio de ojos dorados le gustaría, sólo que no se explicaba el porque aún no había dado con ella, quizás el muy despistado, ni si quiera sabía aún la manera en como hacerlo, bueno se supone que no debería saberlo, ni siquiera debería de estar ahí.

De repente, como si lo hubiera invocado con el sólo pensamiento, ese ser sintió la presencia de él, así que debía de irse lo más pronto posible sino quería ser descubierto por Sesshomaru. Sabía perfectamente que si este lo hacía, se desataría un caos.

Aquella presencia desapareció entre el viento que se llevó su rastro tan pronto como había llegado al olfato del demonio de blanco.

No había pasado ni un minuto cuando Sesshomaru llegó al lugar. Estaba bastante alterado, muy alterado a decir verdad. No sabía cómo reaccionar, pero esa maldita esencia… Como odiaba ese olor tan peculiar.

Pero era prácticamente imposible, el rastro de ese olor había desaparecido hacía mucho tiempo ya, era algo inusual que estuviera por ahí de nuevo. Era imposible, aunque ante lo que había visto y vivido a lo largo de su eterna vida, todo podía ser realidad.

Observó entre la oscuridad de los grandes robles y pinos que se alzaban tan altos e imponentes, el aroma de estos le llegaba a sus fosas nasales, el olor del musgo y del viento que se había llevado aquella maldita esencia.

-Maldita sea… estoy delirando- se dijo para si mismo más que para alguien.

Frustrado y agotado se sentó a los pies de un gran árbol tratando de darle una explicación lógica a todo aquello, pero por más metódicas que fueran sus conclusiones nada tenía sentido.

En mi eternidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora