Capítulo 12: The Wall

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-Buenas tardes, señor-, saludó a Harry un sonriente agente de aduanas, -¿qué le ha parecido el tiempo en Suiza?-.
-Estuvo bien-, Harry se encogió de hombros buscando su pasaporte. -¿Qué tiempo hace en Alemania?-.

-Está bien señor-, asintió el agente de aduanas. -Muy agradable de momento, ¿cuál es el motivo de su visita?-.

-Estoy de vacaciones-, Harry entregó al hombre su pasaporte. -Quiero echar un vistazo a algunos de los museos y monumentos, y quiero probar algunas de sus famosas cervezas-.

-Todo parece estar en orden, señor Black-, el agente de aduanas selló el pasaporte y se lo devolvió. -Espero que pase unos días tranquilos en Alemania-.

-Yo también-, sonrió Harry. -Y gracias-.

Harry salió y llamó a un taxi, ajeno como siempre al pánico de los agentes del orden que dejaba a su paso.

Había una sensación de excitación en el aire y la mitad de los edificios de la ciudad parecían estar en construcción o renovación. Harry sonrió mientras recorría la ciudad, maravillado por el sorprendente número de edificios que aún conservaban las cicatrices de la última guerra.

Harry pasó todo el día contemplando las maravillas de Berlín hasta que finalmente entró en un hotel de aspecto elegante con una sonrisa en su rostro cansado, había sido un gran día y por fin dejaba atrás toda la extrañeza.

-¿Puedo ayudarle, señor?- Preguntó una chica detrás del mostrador de facturación.

-Me gustaría una habitación, si tiene una libre-. Harry asintió, -la más cómoda que tenga disponible-.

-Sí, señor-. La chica sacó una llave del estante, -le pongo en la habitación 406, ¿necesitará algo más?-.

-No, gracias-, Harry cogió la llave, -gracias-.

-Gracias señor-.

Harry subió a su habitación con una sonrisa y tiró su mochila sobre la cama. Caminando hacia las ventanas abrió las cortinas y se detuvo, tal vez sería mejor dejarlas cerradas. Aunque eso no impediría que la gente apareciera fuera y luego cayera a su perdición, cerrar las cortinas haría más fácil fingir que no se había dado cuenta de nada.

Harry se levantó tarde al día siguiente y, tras revisar sus notas, se dio cuenta de que tenía que reunirse con el profesor y la secuaz más tarde.

Caminando hacia el vestíbulo del hotel, Harry se detuvo en un pequeño quiosco de información para conseguir un poco de información sobre Berlín.

-¿Puedo ayudarle, señor?-.

-Tengo unas horas libres-, sonrió Harry, -y me preguntaba si tendría alguna sugerencia sobre lugares que visitar-.

-El Museo Alliierten siempre es popular-, sonrió la chica del mostrador de información del hotel y empezó a sacar folletos. -También hay algunos otros lugares que no deberían perderse-.

-Gracias-, asintió Harry cogiendo los papeles informativos. -Y que tenga un buen día-.

El pulso de Harry se aceleró al leer la descripción del Museo Alliierten, había venido a Berlín con el propósito expreso de indagar en la historia de la ocupación soviética y ahora tenía su oportunidad. Su interés por el muro se debía a que representaba uno de los pocos recuerdos felices de su infancia.

Harry era muy joven cuando se derrumbó el muro, pero aún recordaba la mirada de júbilo del periodista que lo publicó. Una mirada que decía al mundo que el mal había retrocedido aunque sólo fuera por un tiempo, una mirada que hablaba de que todo estaba bien en el mundo. Su tío se había quedado mirando la televisión atónito, sin creerse lo que acababa de decir el periodista. Por desgracia, Vernon se había dado cuenta entonces de que el "chico inútil" estaba viendo la televisión y entonces las cosas se habían puesto un poco menos agradables. A pesar de ello, ver cómo multitudes de personas destrozaban la cicatriz que atravesaba Berlín seguía siendo uno de los momentos más felices de su vida.

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